Capítulo quince

Kelsey aspiró profundamente el aroma almizclado de Jordan. Abrió los ojos y se le encogió el corazón en el pecho al sentir a Jordan abrazándola tan fuerte. Aquello estaba mal: dos mujeres haciéndose pedazos la una a la otra. Se obligó a mirar más allá del cabello oscuro y sedoso, a escasos centímetros de su rostro, y echó mano de toda su fuerza de voluntad para salir de debajo de Jordan y alejarse de sus brazos fuertes y sus manos hábiles. Cogió los pantalones que había dejado arrugados en el suelo y se los puso enseguida; después se puso la camisa y se la aguantó cerrada con las manos.

Jordan se levantó del sofá. Estuvo muy callada, mientras se ponía los pantalones bajo la atenta mirada de Kelsey. Todavía le dolía todo el cuerpo después de aquel orgasmo tan intenso: sin duda alguna, Jordan era la mejor amante que había tenido nunca y la primera a la que había querido de verdad.

—Míranos. —Kelsey levantó el brazo para ver las marcas que los dedos de Jordan le habían dejado en la muñeca. Unos pálidos mechones de pelo le caían sobre la cara.

—Nos comportamos como si nos odiáramos.

Jordan se frotó la frente con la palma de la mano.

—Nunca te entenderé, ni a ti ni a tu empresa. Tampoco estoy segura de querer hacerlo. Pero tenemos una conexión.

Kelsey casi se olvidó de respirar. Esperó, deseosa de oír de labios de Jordan lo que en el fondo de su corazón ya sabía. Cuando Jordan se quedó callada, reprimió el impulso de ir hacia ella, acariciarle el pelo y besar aquellos labios de ensueño. Contuvo las lágrimas y se dio la vuelta. Jordan no iba a decirlo.

Kelsey quería estar sola, hacerse un ovillo y romper a llorar, pero no podía mostrar su debilidad delante de aquella mujer tan fuerte. No se mostraría derrotada delante de nadie, así que fue a la puerta y cogió el picaporte.

—Supongo que no hace falta que te acompañe.

—¡Espera!

El grito agudo de Jordan hizo que Kelsey se volviera hacia ella. Le temblaron las piernas al ver la expresión de su rostro. Inspiró y expiró lentamente; Jordan se le acercó.

—No puedo hacerlo —dijo Jordan.

Kelsey sintió que le invadía una negra oleada de decepción. Se le encogió el corazón.

—No voy a disculparme por nada de lo que he hecho en la vida —dijo con frialdad—. Soy quien soy y estoy orgullosa de la persona en la que me he convertido. Nunca llegarás a conocer a la verdadera Kelsey.

Jordan retrocedió como si Kelsey le hubiera dado una bofetada.

—¿Tú conoces a la verdadera Kelsey? ¿Sabes lo que quieres?

—Sí, ¿y tú?

La mirada de Jordan se suavizó y le rozó el brazo a la otra mujer.

—Creo que sí, pero quiero pedirte algo.

A Kelsey se le aceleró el corazón de nuevo.

—¿El qué?

—Necesito tomarme unos días para pensar en mi madre, en mi trabajo. En nosotras.

«Nosotras.»

Kelsey hizo un esfuerzo para no lanzarse en brazos de Jordan y suplicarle que se quedara para siempre.

—¿Existe un «nosotras»? —preguntó, temerosa de su respuesta.

Jordan la besó en la frente con sus cálidos labios.

—Para mí, sí.

Kelsey notó que las lágrimas le nublaban la visión. Se apoyó en Jordan para no caer al suelo. La necesidad de abrazarla era superior a sus fuerzas, así que deslizó los brazos en torno a su cintura y suspiró cuando notó el vientre de Jordan contra el suyo.

—Para mí, también —le susurró a Jordan al oído.

—Entonces, no lo estropeemos.

—De acuerdo.

Kelsey quería decir algo más, pero notó que Jordan había hecho un gran esfuerzo para dar aquel paso y tenía que esperar a que estuviera preparada para dar el siguiente. Aun así, una alegría desenfrenada la dominó y fue incapaz de dejar de sonreír. Jordan sentía algo por ella y eso que todavía no sabía el cambio que había hecho en Billings Industries.

Jordan la miró como si la viera por primera vez.

—Tengo que irme.

Kelsey asintió y se mordió el labio inferior para no llorar.

—Estaré aquí cuando vuelvas.

Jordan la besó otra vez en los labios con ternura y se marchó.

Kelsey contempló al amor de su vida desde la ventana.

—Por favor, vuelve a mí.

 

—Estoy muy emocionada por la mudanza —afirmó Susan Porter, mientras transportaba cajas desde la cocina a la puerta principal.

—Tendrías que dejarme llevarlas a mí —le dijo Jordan.

—Ya haces bastante. Se supone que tendrías que estar en Palm Springs, dándote un respiro.

—Es lo que habría hecho si hubieras esperado una semana más.

Aún no podía creer que su madre hubiera encontrado un nuevo apartamento en veinticuatro horas.

—Ni siquiera has empezado en tu nuevo trabajo todavía.

—Soy eficiente —replicó su madre, obviamente satisfecha de sí misma—. Cuando vuelva a trabajar ya no tendré tiempo para la mudanza. Además, creía que querías que me fuera de esos apartamentos.

—Claro que sí, pero...

—Te fastidia que trabaje para el enemigo.

—No es eso. En absoluto —protestó Jordan.

—¿Ah, no? ¿Quieres hablar de ello?

—No.

—No parece que te alegres mucho.

Jordan cogió una caja vacía y empezó a meter cacharros de porcelana dentro.

—¿Cómo puedes trabajar para ella? —soltó, sin poder contenerse.

Hacía dos días que había visto a Kelsey y todavía no tenía un plan de acción. Era como si estuviera al borde de un precipicio y lo único que podía hacer era rezar para no cometer ninguna estupidez que la precipitara al abismo. Amaba a Kelsey y quería encontrar el modo de superar todo el daño que se habían hecho, pero Kelsey estaba satisfecha con su imperio multimillonario y no parecía dispuesta a disculparse por nada, así que Jordan no sabía cómo iban a encontrar un punto medio.

—¿Trabajar para quién, cariño?

Jordan puso los ojos en blanco.

—Sabes perfectamente de quién hablo.

—Trabajo para un él. No una ella.

—¿Qué ha pasado con Kelsey? —preguntó Jordan, como si no le importara.

—No te lo creerías aunque te lo dijera. Oyes con las orejas, no con el corazón.

—¿Qué puñetas significa eso?

Su madre montó otra caja. El ruido de la cinta adhesiva la estaba poniendo de los nervios.

—Esa mujer se ha dejado la piel haciendo lo que se esperaba de ella —explicó Susan, mientras le quitaba una taza a Jordan y la guardaba en su caja—. Un día, cuando madures, entenderás que las cosas no siempre son lo que parecen.

—Hoy no quiero hablar de Kelsey Billings, si no te importa.

Su madre lanzó una carcajada.

—Nunca has sabido admitir cuándo estabas equivocada. Ése es tu problema: eres terca como una mula.

—¿Ah, sí? Me pregunto de quién lo habré heredado.

Jordan cogió un par de cajas y salió de la cocina.

—Kelsey no es el enemigo. Es un ángel roto —una voz femenina sonó a su espalda.

Jordan se dio la vuelta y se encontró cara a cara con una mujer de cabello plateado, anchas caderas y formas generosas y maternales, con pantalones de algodón azul marino y una blusa de flores. Llevaba el pelo cogido con un clip en la parte de atrás de la cabeza.

—¡Hola, Ellie! Gracias por venir. —Susan parecía encantada—. Te presento a mi hija Jordan. Jordan, ya conoces al marido de Ellie, Artie Whitaker.

—Sí, lo recuerdo —Jordan asintió, cortés—. Encantada de conocerte, Ellie.

—Igualmente.

Jordan estudió a las dos mujeres, que sonreían tontamente como si se rieran de ella.

—¿De qué os conocéis?

—De las clases de arte —dijo Ellie.

—Aeróbic —intervino Susan.

Las dos se echaron a reír como colegialas.

—Creo que deberíamos sentarnos. —Ellie miró a su alrededor—. ¿Queda algún mueble?

—Todos —respondió Susan alegremente—. He decidido tirar la casa por la ventana. Mañana me llevarán el sofá nuevo al apartamento.

—No me lo habías dicho —balbuceó Jordan—. ¿Te has gastado el resto de tus ahorros?

Ellie enarcó las cejas.

—Creo que ya sé por qué Kelsey está que se tira de los pelos por ti.

Se acomodó en el sofá mientras Susan preparaba el té.

—Díselo —le ordenó desde la cocina.

Ellie dejó de reír y se puso seria.

—Tu madre piensa que ha llegado la hora de que sepas la verdad, Jordan, pero cree que a ella no le harás caso.

—Depende de lo que me diga —murmuró Jordan.

Los ojos de Ellie relampaguearon con determinación.

—Quiero a Kelsey y no voy a permitir que le hagas daño.

Jordan apretó los labios con firmeza y dijo, controlando el tono de voz:

—Creo que Kelsey sabe cuidarse sola.

—Al parecer no tienes muy buen concepto de ella.

—He intentado ver más allá de sus prácticas empresariales poco éticas.

—Qué amable por tu parte. —Ellie aceptó el té helado que le ofrecía Susan y preguntó—: ¿Siempre es así?

—Siempre.

—Muchas gracias, mamá —repuso Jordan, dando un sorbo de té.

—¿Alguna vez has querido a alguien tanto que por protegerle lucharías hasta la muerte? —quiso saber Ellie.

Jordan notó que el corazón se le aceleraba cuando le vino a la cabeza el rostro de Kelsey. Lentamente, respondió:

—Entiendo el sentimiento.

—Bien, Artie y yo queremos a esa niña como si fuera nuestra. Por esa razón busqué a tu madre cuando Artie me contó que te había conocido. Noté que las cosas entre Kelsey y tú no iban bien y quería ayudar.

Jordan miró a su madre con el entrecejo fruncido.

—¿Así que te has dedicado a hablar de mí a mis espaldas y ahora quieres interferir en mi vida privada?

Susan asintió, sin avergonzarse en lo más mínimo.

—Es lo que hacen las madres.

Jordan se sentó, resignada. Cuanto antes oyera lo que la nueva amiga de su madre tenía que decirle, antes acabarían de empaquetar las cajas y se irían de aquel lugar. Además, también sentía curiosidad: si Kelsey tenía amigos íntimos dispuestos a defenderla con una lealtad inquebrantable, significaba que era mucho más que la malvada empresaria que Jordan desearía odiar. Aunque eso ya lo sabía, se sentía obligada a averiguar algo más.

—De acuerdo, te escucho —dijo.

—El abuelo de Kelsey era alcohólico. El sueño de su vida era montar su propio negocio y lo intentó, pero acabó en bancarrota. A partir de entonces se volvió un amargado que echaba la culpa de su fracaso a su familia y amigos, en lugar de señalarse a sí mismo. Le pegaba al padre de Kelsey y al resto de su familia regularmente. —Ellie hizo una pausa para enjugarse las lágrimas—. Convirtió a sus hijos en ladrones y mendigos. John creció sin saber por qué razón tener un negocio podía convertir a un hombre en un monstruo, pero no quería que a otras familias les pasara lo mismo que a él.

—Qué ironía —puntualizó Jordan—, considerando la de gente que se ha quedado sin empleo por su culpa.

Ellie suspiró.

—Eso no era lo que él quería. Creó Billings Industries para salvar a los empresarios y a sus familias del desastre. Quería ayudar comprando empresas que estaban al borde de la quiebra. No sé muy bien por qué se estropeó todo.

—¿Por avaricia? —sugirió Jordan.

Ellie la miró a los ojos y no se dejó avasallar.

—Kelsey acaba de poner a mi hijo al frente de la compañía y su trabajo será implementar un nuevo plan de empresa.

—Yo también voy a participar —anunció Susan, muy animada—. Kelsey me lo ha explicado: la compañía invertirá en los negocios para que remonten y la gente conserve su empleo.

Jordan cambió de posición en su asiento. Se le había hecho un nudo en el estómago y le estaban entrando ganas de vomitar.

—¿Un plan de empresa nuevo?

—Douglas y ella llevan meses trabajando en eso —reveló Ellie—. Kelsey siempre ha odiado en lo que se había convertido la empresa, pero no podía decírselo a su padre, porque no quería hacerle daño.

Jordan hizo un esfuerzo para aclarar sus enmarañados pensamientos.

—Si ya no lleva la compañía, ¿qué es lo que va a hacer?

Ellie le sostuvo la mirada.

—Creo que eso depende de ti.

 

Kelsey metió una maleta con ruedas en el camerino, mientras Darren observaba su rostro en el espejo. Según él, el maquillaje de Kelsey le sentaba mejor que el suyo.

—¿Cielo? Esto... no he hecho el equipaje —dijo él, cuando Kelsey abrió la maleta frente al armario—. Si nos vamos a Hawaii, debería prepararme.

Kelsey soltó una carcajada.

—No me voy a Hawaii; lo dejo.

—No lo dices en serio. —Darren bajó el aplicador de rímel—. Este sitio no sería nada sin ti. Sí, ya sé que el dinero te da igual, pero a algunos de nosotros nos gusta.

Kelsey metió las minifaldas y los tops en la maleta. Cuando retiró los trajes de escena de las perchas, se dio cuenta de que había un traje de ejecutiva arrugado en un rincón.

—Me he pasado la vida escondida detrás de una falsa sonrisa y un corazón de piedra —dijo, mientras recogía también el traje de chaqueta de marca—. Este sitio era mi refugio. Un cambio, algo diferente. Aquí podía ocultar a la persona que no quería que vieran los demás. Pero la bailarina tampoco soy yo de verdad.

—Claro que no —le sonrió Darren—. Pregúntale a cualquier stripper.

—Ya no voy a ser ninguna de esas personas —afirmó.

A Darren le temblaron los labios.

—Ay, cariño, estás enamorada. —La rodeó con los brazos y le estrujó la cara contra el pecho—. ¿Verdad que es el sentimiento más hermoso del mundo?

Kelsey notó que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero las contuvo. Alguien se aclaró la garganta detrás de ella: era Sharon, que entraba en la habitación.

—¿Va todo bien?

—Dentro de un momento, todo irá de maravilla.

Kelsey notó que la dominaba la ira casi de inmediato. Sharon parecía tan inocente...

—¿Hay alguna pista sobre la persona que te destrozó la casa?

—No. ¿Te puso cachonda pagarle a Paula para que le hiciera un lapdance?

La vacilación culpable delató a Sharon.

—Mierda. Lo siento. Fue una estupidez por mi parte.

—No hace falta que lo jures. ¿En qué estabas pensando?

Sharon le sostuvo la mirada con idéntica firmeza.

—Quería alejar a esa mujer de ti. Creía que si me libraba de ella volverías conmigo.

—Nunca estuve contigo, Sharon. Nunca te prometí amor. Lo pasamos bien juntas, pero eso es todo. Nunca hubo más.

—Lo sé. Lo siento, Kelsey.

—¿Y las amenazas de muerte? También son cosa tuya, ¿verdad? ¿Otro intento enfermizo de recuperarme?

Sharon dio un respingo.

—Yo nunca haría algo así. Puede que te quiera, pero no soy imbécil.

Kelsey la miró fijamente, intentando leer su expresión. Por alguna razón, su sistema de alarma interior se fue al garete el día que conoció a Jordan. Sharon le cogió las manos.

—Quienquiera que te esté haciendo eso, va en serio, Kelsey. Estoy muy preocupada por ti.

Si mentía, lo hacía condenadamente bien. Kelsey dudó, confusa: si Sharon no era la persona que la estaba acosando, tenía que ser Paula, pero Paula le había parecido bastante conforme con el pasado cuando habían hablado.

—¿Qué haces? —le preguntó Sharon, al ver la maleta.

—Vas a tener que buscarte a otra bailarina —contestó Kelsey—. No voy a volver.

 

—¿Qué pasó con la madre de Kelsey? —preguntó Jordan, mientras acababan de embalar las últimas cajas.

Ellie la miró con los ojos azules anegados en lágrimas.

—Se rindió. Creo que se habría llevado a los niños con ella, pero no podía soportar hacerle más daño a John. Para Kelsey, su madre lo era todo y su padre también. Desde entonces ha tenido el corazón roto, hasta que llegaste tú.

Jordan se limitó a mirarla fijamente, ya que se había quedado sin habla.

—Y tú, mi cabezona hija, vas y la dejas —apuntó su madre.

Jordan se sintió traicionada.

—Te estaba defendiendo a ti.

—No necesito que me defienda nadie. Necesitaba que me dieran una patada en el culo por deprimirme en lugar de salir a buscar trabajo.

Jordan negó con la cabeza; no daba crédito a sus oídos. Le importaba un carajo lo horrible que hubiera sido la vida de Kelsey, los fantasmas que la perseguían o las personas que había perdido, porque, aun así, seguía siendo quien les daba la patada a decenas de personas y se hacía rica a su costa.

—Eres mi madre —dijo—. Tenía que defenderte.

Aquello le llegó al corazón y, en lugar de responderle con alguna ironía, como siempre, su madre le dio un abrazo.

—Lo siento. Tendría que dar gracias por lo mucho que me cuida mi hija. Pero no te atrevas a echarme la culpa de todos tus problemas.

Aquellas palabras apagaron el enfado de Jordan como por ensalmo: era exactamente lo que había hecho el abuelo de Kelsey. Había culpado de su fracaso a todo el mundo, salvo a sí mismo, y Jordan se daba cuenta de que ella estaba actuando del mismo modo. Era más fácil culpar a Kelsey que admitir que no podía solucionar los problemas de su madre ella sola. ¡Qué estúpida había sido! Había estado a punto de perder a la única amante que le había importado realmente, porque era demasiado cabezota y no quería enfrentarse a la verdad.

Y la verdad era muy simple: no podía vivir un solo día más sin Kelsey.

—Creo que ya has oído lo suficiente sobre la clase de persona que es Kelsey —dijo Ellie—. Pero, por si necesitas más pruebas, lee esto.

Le dejó un recorte de periódico en el regazo.

«Kelsey Billings es la fundadora de Nueva Esperanza, una organización destinada a salvar negocios de la bancarrota. La señorita Billings es muy conocida por el apoyo filantrópico que ha prestado a las asociaciones benéficas de Los Angeles y ha donado recientemente un millón de dólares para ayudar a las mujeres y los niños que escapan de situaciones de violencia doméstica. Su iniciativa, el programa 'Un Nuevo Principio', proporciona alojamiento y asistencia educativa a las víctimas de maltrato. La construcción fue financiada por la Fundación John Billings Senior, que lleva el nombre del abuelo de la señorita Billings. Ésta ha fundado también Nuevas Generaciones, una organización que colabora en la localización de personas desaparecidas.»

Jordan pensó en la madre de Kelsey. Kelsey no se había quedado sentada ni había permitido que la tristeza se apoderara de su vida, sino que hacía cosas por el futuro, ya que no podía hacer nada para reparar el pasado. Aquella mujer no era sólo un ángel roto, sino que tenía el alma rota y trataba de repararla ella sola. Ya era hora de que Jordan fuera a buscarla y se ofreciera a echarle una mano en aquella tarea.

—Estoy enamorada de un ángel —susurró.

—Ah, casi me olvido. —Ellie le tendió un sobre amarillo—. Paula Riching dejó esto antes y me pidió que se lo diera a Kelsey. Te dejaré que hagas los honores. —Cogió un rollo de cinta adhesiva—. Susan, ¿te he contado lo de las reformas en mi casa? Las ha hecho Paula, tiene su propia empresa de construcción.

Jordan captó la insinuación. Era evidente que Ellie no sabía nada de la hostilidad de Paula hacia Kelsey y trataba de dejar entrever que, si Jordan no jugaba bien sus cartas, Kelsey tenía otras opciones.

Abrió el sobre y desdobló el papel que había dentro. Al principio no entendía qué era: había una esquela grapada a la hoja, con el nombre de George Paul Riching. Enseguida bajó los ojos a las palabras impresas debajo del recorte.

Tú mataste a mi padre, hija de puta.

Voy a por ti

El miedo la atenazó, intenso y asfixiante, y casi se le paró el corazón. Se levantó del sofá de un salto.

—Llamad a la policía. Que vayan a casa de Kelsey. ¡Deprisa!

El papel se cayó al suelo cuando echó a correr hacia la puerta.

 

CAPÍTULO DIECISÉIS

Kelsey se secó las lágrimas con un pañuelo de papel y pasó la página del álbum de fotos. Su madre miraba a su padre con arrobo y una enorme sonrisa en su hermoso rostro. Su padre, alto y orgulloso, le devolvía la mirada como si no hubiera ninguna otra mujer en el mundo. Sólo tenía ojos para ella.

Kelsey no olvidaría nunca el amor de su padre y en aquellos momentos daría cualquier cosa por oírle decir una vez más lo orgulloso que estaba de ella. Y Kevin, aun siendo un fracasado, obtenía la misma atención. No pasaba día sin que su padre les dijera a los dos lo mucho que los quería y los valoraba. Dejó escapar un sollozo. Dentro de dos semanas sería el aniversario de su muerte. Su madre y su hermano la habían dejado sola para afrontar todo aquello. ¿Cómo habían podido? Se estaba desmoronando. Llevar la compañía la había convertido en una mujer dura de pelar las veinticuatro horas del día. Al convertirse en bailarina, se había transformado en una diosa de la seducción. Y de repente, ya no era ninguna de las dos cosas. Era sólo Kelsey Billings, la propietaria de una empresa que por fin haría lo que tenía que haber hecho desde el principio.

Ensimismada en los recuerdos, pasó el dedo cariñosamente sobre una foto de su padre y le acarició la barbilla cuadrada.

—Va por ti, papá. De tal palo, tal astilla.

Sólo que Kelsey no había planeado perder al amor de su vida por no ser capaz de cambiar. Se hizo un ovillo en el sofá y se preguntó cuándo sabría algo de Jordan. Lo único que le hacía levantarse de la cama aquellos últimos dos días era pensar en que pronto volvería a abrazarla.

Un perro ladró a lo lejos y atrajo su atención hacia la ventana. Dejó el álbum a un lado y se levantó. Con la luz del atardecer, era difícil ver nada entre las sombras del jardín. No veía a nadie, pero sentía algo... o a alguien. Se dirigió a la puerta principal para comprobar que estaba cerrada. Fue entonces cuando lo oyó: pasos en el porche. Eran demasiados ligeros para ser de una persona, pero también le parecieron demasiado pesados para ser de un animal. El miedo la paralizó.

—¿Quién anda ahí? —gritó a través de la gruesa hoja de madera.

—Soy yo, Paula, tu nueva vecina.

Kelsey abrió la puerta, pero dejó la cadena puesta.

—Tendrías que haber llamado.

Paula agitó una botella de vino sobre su cabeza.

—Traigo unos regalos.

—¿Cómo has pasado la verja?

Kelsey se sentía ridícula por ser tan paranoica, pero, si Paula había podido entrar, cualquiera podría hacerlo. Ésta se encogió de hombros.

—Trabajo en la construcción. ¿Has oído hablar de las escaleras?

—¿Has saltado el muro?

Paula se encogió de hombros otra vez.

—Quería darte una sorpresa. Una agradable.

Miró la cadena y Kelsey se sintió avergonzada por mostrarse tan poco hospitalaria, así que se apresuró a dejarla entrar. Agradecía la compañía y quería dejar atrás el pasado. Era lo que parecía querer Paula el día que comieron juntas.

Paula entró con una ancha sonrisa en el rostro.

—¿Qué? ¿No traes cena? —bromeó Kelsey—. Creía que la obligación de los nuevos vecinos era traer pastel o algo.

—No se me da bien cocinar —contestó Paula. Le dio el vino y echó un vistazo a su alrededor mientras Kelsey cerraba la puerta—. Bonita casa.

—Pasa y siéntate.

Kelsey la condujo a la sala de estar y Paula tomó asiento en el sofá. Inmediatamente, se puso el álbum de fotos sobre el regazo y empezó a pasar páginas. Kelsey sacó copas y se sentó en el otro extremo del sofá.

—Ese era mi padre —señaló una foto—. Tú y yo tenemos muchas cosas en común: las dos teníamos padres fantásticos y los echamos terriblemente de menos.

Paula la observó inquisitivamente, como si buscara en su rostro algún significado oculto. Cerró el álbum y lo apartó.

—Siento curiosidad: ¿tu padre o tú derramasteis alguna lágrima cuando matasteis al mío?

Kelsey se quedó helada y el pánico le atenazó la boca del estómago. Negó con la cabeza y paseó la mirada a su alrededor, en busca de algo con lo que defenderse. Sin embargo, apartar los ojos de su oponente fue una estupidez y tendría que haberlo previsto. Paula se le echó encima en un abrir y cerrar de ojos, se sentó sobre su estómago y le rodeó el cuello con las manos para estrangularla.

—Tu padre llevó al mío a la tumba. —Paula enseñó los dientes mientras la estrangulaba con más fuerza—. Se llamaba a sí mismo fracasado.

Kelsey arañó los dedos que la asfixiaban y pateó en el aire. Los pulmones le ardían, en busca de oxígeno. De repente Paula la soltó y se levantó de encima de ella con tanta calma como quien desmonta de un caballo. Kelsey se deslizó del sofá al suelo con un ataque de tos que casi la hizo vomitar. Se cogió el cuello y observó a Paula con detenimiento.

—¿De verdad creías que dejaría que te salieras con la tuya así como así, después de lo que tu padre y tú le hicisteis? —preguntó Paula. La saliva brillaba en sus labios.

—Pero dijiste que teníamos que mirar hacia delante.

Paula se agachó ante ella y la fulminó con mirada de maníaca.

—Miento bien, zorra estúpida.

Kelsey se puso rígida. No era capaz de apartar la mirada de la maldad que había en sus ojos. Retrocedió hasta quedar de espaldas contra la mesita del café y Paula se incorporó y se puso de pie ante ella.

—Pobrecita Kelsey. Oh, no... su papaíto se ha muerto. Vamos a sentir pena por ella. Oh, no... mamaíta se fue de casa. Vamos a sentir aún más pena por ella. ¡Pobre Kelsey! —se frotó los ojos, inyectados en sangre—. Dime, ¿alguien se compadeció alguna vez de mi padre? ¿Alguien se paró a preguntarse por qué se había rendido?

Kelsey notó cómo la ira reemplazaba al miedo. Cerró los puños y le sostuvo la mirada a Paula mientras se levantaba del suelo. No pensaba dejar que se burlara de ella.

—No sabes una mierda de mí, de mi familia ni de mi vida. No te atrevas a manchar el nombre de mi padre pronunciándolo con tu asquerosa lengua. Eres patética.

—Crees que has engañado a todo el mundo —escupió Paula—. Ellie y Artie están cegados y no ven ninguno de tus defectos. Debe de ser jodidamente maravilloso donar miles de dólares a la beneficencia como quien echa una moneda a una fuente. Mi padre tuvo que humillarse por cada centavo que ganó.

—¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez que fue tu padre el que llevó su negocio a la quiebra, no nosotros? —siseó Kelsey.

Pero Paula no había acabado de hablar.

—¿Cuándo coño dejarán todos de compadecerse por una stripper y el cabrón de su padre que llevaron a un buen hombre a la tumba?

Kelsey se sentía fuerte, ya que había hecho todo lo que estaba en sus manos para reparar el daño que había infligido a su familia y, por fin, estaba en paz.

—Quiero que te marches —dijo con serenidad.

Paula pestañeó varias veces y a continuación se lanzó sobre ella. Las dos cayeron y rodaron sobre la moqueta, forcejeando y tirándose del pelo. A Kelsey le resultó fácil entrar en la pelea, después de tantos años de entrenamiento. Como oponente, Paula era más corpulenta y más fuerte, pero estaba furiosa y era torpe. Kelsey apretó los dientes y le dio un codazo en la nariz. Cuando Paula se llevó las manos a la cara, la pegó una vez, y otra, y otra. Luego la agarró del pelo y le estampó la cara contra el suelo.

—Nosotros no matamos a tu padre. Él mismo se cavó su tumba y por esa razón mi... mi padre le compró el negocio. ¿Cómo te atreves a culparnos?

Kelsey quería decir más, gritarle que su padre también se había cavado su propia tumba, pero sabía que no serviría de nada. Paula necesitaba echarle la culpa a otra persona. Volvió a golpearle la cabeza contra el suelo antes de ir por el teléfono. En cuanto cogió el auricular, notó un dolor agudo y lacerante en la espalda, lanzó un grito y cayó de rodillas.

Paula saltó encima de ella y la inmovilizó boca abajo contra la moqueta. Le golpeó la cabeza contra el suelo mientras profería toda clase de insultos. Kelsey vio las estrellas tras los párpados cerrados, mientras la cabeza le estallaba de dolor.

—Tienes las manos manchadas con su sangre y ya es hora de que pagues por tu crimen.

Paula volvió a clavarle algo en la espalda y Kelsey levantó la mirada hacia aquellos ojos feroces y malvados.

—Paula, para, por favor. Sé lo terrible que fue para ti perderle.

—Cabrona de mierda, no creas que puedes comprenderme. Tu padre y tú me arrebatasteis lo único que me importaba en la vida.

Kelsey dobló las piernas contra el pecho de Paula y la empujó. Paula salió volando y cayó de espaldas. Cuando Kelsey trató de levantarse, le flaquearon las piernas y, por un instante, se le nubló la vista. Sintió un hormigueo en los brazos y la cara le ardía. Poco a poco el corazón dejó de aporrearle el pecho. Paula la observó plácidamente durante todo el proceso, sin dar muestras de querer atacarla de nuevo.

—Tendrías que haber visto la cara de tu papaíto cuando me presenté en su oficina con una pistola y le dije que su pequeña putita moriría lenta y dolorosamente. Supongo que su viejo corazón no pudo soportarlo. —Se rió con maldad—. Fue una gozada ver cómo se agarraba el pecho y se arrastraba por el suelo, a gatas, para suplicarme que no te hiciera daño.

A Kelsey se le llenaron los ojos de lágrimas al imaginar a su padre suplicando por la vida de su hija en lugar de la suya propia. Le partía el corazón que hubiera muerto atemorizado y su enfado se convirtió en odio profundo. Se le volvió a nublar la vista y el cuerpo no le respondió, por mucho que intentara moverse. Intentó gatear hacia Paula, decidida a arrancarle hasta el último soplo de aire de los pulmones para vengar a su padre, pero los brazos no la sostuvieron y se desplomó sobre la moqueta, jadeando. Cuando se le aclaró la vista, vio que Paula sostenía una jeringuilla demasiado cerca de su cuerpo y el miedo se apoderó de ella. Sintió un cosquilleo en todas y cada una de sus terminaciones nerviosas.

—Ha llegado tu hora, Kelsey. Me ha parecido adecuado hacerlo coincidir con el aniversario de la muerte de mi padre. —Paula se limpió la sangre del labio y sonrió—. Cuando te encuentren, estarás drogada hasta las cejas, muerta sobre la tumba de tu padre. Habrás dejado una nota de suicidio muy dulce, explicando que ya no podías seguir viviendo después de lo que le habías hecho a mi padre. Dios sabe que seguiste adelante con tu vida como si ninguno de nosotros hubiera existido, guarra asquerosa.

Agarró a Kelsey del brazo y la arrastró por la moqueta. Kelsey intentó gritar, pero ya no tenía control alguno sobre su cuerpo. Trató de cogerle la pierna a Paula, pero tenía los brazos paralizados. La habitación daba vueltas a su alrededor y veía luces azules en las paredes.

Paula la soltó y se alejó de ella.

—Joder, Artie me va a obligar a hacer esto por las malas.

Kelsey cerró los ojos después de que la habitación girara por última vez.

«Lo siento mucho, papá.» Y se hundió en la oscuridad.

 

Jordan pisó el acelerador con fuerza, dominada por el amor, la adrenalina y el miedo más atroz que había sentido nunca. Tomaba las curvas a una velocidad de vértigo, mientras rezaba por no llegar demasiado tarde. Cuando aparcó en la calle de Kelsey, rogó a Dios que no le hubiera pasado nada.

Un chirrido de neumáticos la sacó de sus pensamientos. Varios coches de policía la adelantaron y se detuvieron junto a los que había ya aparcados frente a la puerta de Kelsey. La policía había abierto la verja. Jordan no quería atraer la atención hacia ella, por lo que cerró el Viper y corrió hacia la casa que había a dos números de la de Kelsey, cuyo patio delantero daba a la calle.

Sin dudarlo un segundo, corrió a la parte trasera de la casa, de estilo Victoriano. Un perro se abalanzó contra la puerta del porche y las luces del sistema de seguridad iluminaron el patio. Jordan escaló el muro entre las casas, para pasar a la propiedad adyacente. Las ramas de los árboles colgaban sobre el jardín como un toldo verde y el musgo que las cubría confería un aspecto amenazador a la oscura noche. La casa se veía vacía, los propietarios debían de estar fuera.

Jordan contuvo la respiración. Oía a la policía en la calle; uno de los agentes le gritaba a Paula que saliera. Jordan notó movimiento y se escondió detrás de un árbol. El resplandor de la luna se colaba entre las ramas y delineaba una silueta: Paula estaba en el muro que dividía las dos viviendas y tenía a Kelsey echada a la espalda. No podía saltar con ella en brazos, así que la soltó primero y saltó después.

Jordan tenía que actuar de inmediato o Kelsey moriría, si es que no estaba muerta ya. Se agazapó detrás de un arbusto para intentar ver mejor a la hermosa mujer que yacía inerte en el suelo. No podía ver si respiraba y tampoco la vio hacer el menor movimiento. Nada.

«Señor, por favor, no dejes que acabe así. Que no haya llegado tarde.»

El miedo y el amor obran milagros. Jordan salió de detrás del arbusto y se incorporó, sacando pecho.

—¿Qué coño estás haciendo?

Paula se volvió al punto, con los ojos llenos de maldad.

—¡Atrás!

Kelsey seguía sin moverse y Jordan sintió náuseas. Necesitaba alguna señal de que seguía con vida. Tenía el pelo alborotado sobre la cara y los labios pálidos como la muerte.

—Se acabó, Paula. La policía te tiene rodeada.

¿Funcionaría si suplicaba? A lo mejor Paula se asustaba, si sabía que iban a arrestarla, y soltaba a Kelsey.

—Huye, aún estás a tiempo. No le hagas daño.

La respuesta de Paula fueron risotadas secas y exaltadas. Cayó de rodillas y acercó una jeringuilla al cuello de Kelsey. Jordan lanzó un grito, llena de odio. Quería echarse encima de la zorra que le había hecho daño a Kelsey y oírla suplicar clemencia. Apretó los dientes y cerró los puños para resistir la tentación de abalanzarse sobre ella, porque Paula no necesitaba más que una fracción de segundo para clavar la jeringuilla en el precioso cuello de Kelsey.

—Eres muy graciosa —le dijo Paula, frotándose el estómago como si le doliera de tanto reír—. Estaría dispuesta a ir a la cámara de gas por ver a esta zorra muerta.

Jordan se quedó paralizada: no sabía si atacarla o echar a correr como alma que lleva el diablo. El instinto, y no otra cosa, la impulsó a preguntar:

—¿Dónde estabas tú mientras el negocio de tu padre se hundía?

Paula se levantó de golpe, tal como Jordan había esperado que reaccionara. Tenía que redireccionar la ira de Paula. Oía voces, así que la policía debía de estar rodeando la casa de Kelsey Pronto se desplegarían por las casas del vecindario, así que lo único que tenía que hacer era ganar tiempo.

—¿Por qué no salvaste tú el negocio?

Paula le enseñó los dientes.

—No me dejó.

Jordan conocía bien a aquella clase de personas: las que culpaban a los demás de sus fallos y equivocaciones, igual que había hecho ella. Quería alejarla de Kelsey todo lo posible o, al menos, lo suficiente para atacar a Paula sin ponerla en peligro.

—¿Por qué? ¿Porque eres una mujer? Las mujeres no pueden trabajar en un mundo de hombres, ¿verdad? ¿Tu anticuado papaíto no dejaba que su preciosa niñita tomara el control? ¿Por esa razón estás celosa de Kelsey, porque su padre creía en ella?

—¡Que te jodan! —exclamó Paula, avanzando hacia Jordan amenazadoramente.

Puede que aquella fuera su única oportunidad. Se lanzó contra ella y Paula se echó a un lado. Jordan frenó, se dio la vuelta y le quitó la jeringuilla de la mano de una patada. Paula abrió desmesuradamente los ojos al localizar la aguja y corrió por ella. Jordan también vio el cilindro blanco y se lanzó a cogerlo, con Paula detrás, agarrándola de la camiseta.

Jordan pisó la jeringuilla y la hizo añicos. Paula le soltó la camiseta y echó a correr en dirección contraria.

—¡Están aquí! —gritó un agente desde la parte superior del muro.

Jordan corrió hacia Kelsey y se arrodilló a su lado para buscarle el pulso.

—¡Está viva! —le gritó al agente—. ¡Dense prisa!

La ira y la adrenalina le dieron alas. Corrió por el jardín abierto y saltó la valla de la casa siguiente. Fue esquivando los árboles y, poco a poco, recortó distancias con la rubia, que le llevaba cada vez menos ventaja. Los músculos de brazos y piernas protestaron por el esfuerzo, se contrajeron y tensaron a medida que los forzaba más y más para ir más deprisa. Su respiración se había tornado jadeante por la carrera. Se preparó para saltar el muro siguiente, pero Paula se detuvo en seco y se volvió hacia ella, con las rodillas flexionadas, los brazos extendidos y los puños cerrados, en postura defensiva.

Jordan fue consciente de que aquél sería su último combate y de que disfrutaría de lo lindo dándole una paliza a Paula. Sonrió y miró a aquella zorra a los ojos.

—Te lo advierto, sé pelear —le dijo Paula, con un gesto de cabeza desafiante, como si Jordan tuviera que echarse a temblar.

—Bien, será un placer darte una paliza.

Jordan se colocó en posición y empezaron a andar en círculos, sin perderse de vista. Paula lanzó un puñetazo no muy fuerte, a modo de prueba, y Jordan echó la cabeza hacia atrás para esquivarlo, sin despegar los brazos del cuerpo. Paula le propinó otro puñetazo, en esta ocasión con intención de hacer daño, y Jordan saltó a un lado y a continuación le hundió el puño en las costillas. Paula dejó escapar el aire contenido en los pulmones con un respingo.

—Esa hija de puta no se merece que pelees por ella —graznó, preparada para atacar de nuevo.

Jordan sonrió con malicia.

—Vale la pena la paliza que te vas a llevar.

Paula lanzó un nuevo puñetazo, Jordan lo esquivó y le descerrajó un gancho en el estómago. Paula cayó al suelo, rodó sobre sí misma e inmediatamente se puso en pie.

—Es una puta —la provocó.

—No es culpa suya que tu padre muriera. —Jordan dio un paso atrás para tentarla a que se acercara, atenta a todos sus movimientos—. En lugar de comportarte como una cobarde, deberías haberlo ayudado.

Paula abrió la boca, indignada, y Jordan le lanzó un directo a la nariz. Con la fuerza, a Paula se le fue la cabeza hacia atrás, pero se agachó y le barrió los pies a Jordan como si no le hubiera hecho ningún daño. Jordan no se esperaba aquel movimiento, ya que significaba que Paula sabía algo de artes marciales. De todos modos, era la típica matona y no tenía paciencia ni autocontrol a la hora de luchar, de manera que Jordan sabía que podía con ella. Lo único que esperaba era que la policía no las encontrara demasiado pronto, porque quería tener tiempo de darle una lección antes de que se la llevaran al manicomio.

—Cuando acabe contigo, esa puta será mía —Paula cometió la estupidez de anunciar.

El instinto de protección y de posesión dominó a Jordan al pensar en Kelsey Aquella mujer no conocía bien a su ángel y Jordan se había cansado de juegos. Había llegado la hora de acabar con aquella zorra y volver con el amor de su vida. Tenía cosas que arreglar.

Se echó a un lado y le dio una patada circular que alcanzó a Paula en la mandíbula. Ésta gruñó y se llevó la mano a los labios ensangrentados.

—¡Alto! —gritó un policía.

Jordan creyó reconocer a Artie. Su voz estaba cargada de adrenalina y exasperación. No se atrevió a mirar por encima del hombro, para no apartar los ojos de su oponente. Oyó un grito: era Kelsey y aquel sonido fue como música para sus oídos. Durante una fracción de segundo, Paula dejó de existir y el mundo giró únicamente alrededor de la belleza que la aguardaba.

—¿Por qué peleas por esa puta? —Paula escupió sangre y Jordan vio la locura reflejada en su rostro. Aquella mujer estaba a punto de ganarse un billete al manicomio, sólo de ida.

 

Jordan bajó las manos a los costados.

Paula la miró fijamente, confusa, y sonrió malévolamente. Lanzó un puñetazo y Jordan, a la velocidad del rayo, se agachó, rodó sobre sí misma y se incorporó detrás de Paula. Le dio un fuerte empujón y saltó sobre ella antes incluso de que tocara el suelo.

Paula se zafó de Jordan y rodó por el suelo, pero Jordan se sentó a horcajadas encima de ella y la inmovilizó. Empezó a propinarle un puñetazo tras otro, con todas sus fuerzas. Quería ver sangrar a la mujer que había convertido la vida de su amor en un infierno durante meses y que había intentado asesinarla aquella noche. Cegada por la ira, deseaba matar a Paula, asistir a su último suspiro, pero unas manos la agarraron bruscamente por los lados y la alejaron a rastras.

Un agente se agachó junto a Paula y la esposó.

—¿Kelsey? —preguntó Jordan, mirando a Artie.

—Está bien, gracias a ti.

Señaló la calle y Jordan echó a correr con todas las fuerzas que le quedaban. Kelsey estaba apoyada en el Cruiser de Artie y parecía que apenas se sostenía en pie. Por primera vez, se dio cuenta del número de coches de policía que había a su alrededor con las luces encendidas. Le dio la impresión de que tardaba una eternidad en llegar junto a Kelsey: fueron los metros más largos de su vida. Cuando estuvo cerca del coche, Kelsey prácticamente se echó en sus brazos.

La sensación que le produjo estrechar aquel cuerpo esbelto, el aroma a jazmín de su pelo y el sonido de sus sollozos le rompieron el corazón. La aterrorizaba pensar que la mujer de la que estaba locamente enamorada podría haber muerto en manos de aquella lunática. Le acarició el rostro con los labios y le apartó el pelo de la frente para ver aquellos asombrosos ojos azules.

—Tenía mucho miedo —murmuró Kelsey, abrazando a Jordan con brazos temblorosos—. Me drogó.

—Ya estás a salvo.

Jordan la abrazó más fuerte para aguantar el peso de Kelsey, que se veía poco estable, pues le temblaban las piernas. Quería cogerla en brazos y llevarla a casa. Kelsey la miró, con las mejillas enrojecidas y húmedas por el llanto.

—Tenía miedo por ti —le dijo. Le dio un puñetazo suave en el brazo, con valor, pese a que la droga entorpecía aún sus movimientos y le hacía arrastrar las palabras—. Mató a mi padre.

—Está loca, nena.

El sonido de pasos atrajo su atención. Paula las fulminaba con la mirada mientras se la llevaban dos agentes. Sus ojos enajenados encontraron los de Kelsey y su rostro manchado de sangre se contrajo en una mueca feroz y malvada.

—Volveré a por ti, Kelsey. —Frunció los labios ensangrentados y le lanzó un beso.

—¡Mataste a mi padre! —exclamó Kelsey.

Se lanzó sobre ella, tambaleante, pero Jordan la retuvo. Paula sonrió.

—Ojala. Siento decir que sólo ayudé en el proceso. —Le lanzó una mirada incendiaria a Jordan—. Volveré a por ti también, zorra.

Jordan deseó partirle el cuello para que Kelsey no volviera a tener miedo nunca más, pero se limitó a devolverle la desagradable sonrisa.

—Será un placer acabar lo que he empezado.

La sonrisa de Paula se desvaneció. Miró a Kelsey por última vez antes de que la policía la hiciera avanzar de un empujón.

Artie las acompañó de vuelta a casa de Kelsey, mientras ésta permanecía en silencio en brazos de Jordan. Los efectos de la droga que la había paralizado iban desapareciendo, pero todavía no podía andar. Jordan quería preguntarle si estaba bien, pero percibía que necesitaba guardar silencio, al igual que ella, por lo que le dio un poco de espacio y se concentró en lo que sí quería decirle. Empezó con un susurro sobre su suave cabello rubio.

—Te quiero.

Kelsey inclinó la cabeza hacia atrás y sonrió.

 

Aunque le temblaba todo el cuerpo, Kelsey notaba que iba recuperando las fuerzas.

—Tenemos que ocuparnos de unos cuantos detalles más antes de irnos —dijo el médico de la ambulancia—. La droga se elimina del organismo en doce horas, pero todavía podría haber algún efecto secundario.

—Tendríamos que ir al hospital —le dijo Jordan.

Kelsey negó con la cabeza.

—Quiero estar en casa.

Ya la habían examinado y manoseado bastante y, además, poco a poco se sentía más dueña de sí misma. Junto con las fuerzas, la ira había vuelto y también su recién encontrado amor.

El miedo iba y venía en oleadas. ¿Qué habría pasado si Jordan no hubiera llegado? ¿Y si Paula hubiera ido armada con algo más que una jeringuilla con un sedante? Si hubiera llevado una pistola, podría haber matado a Jordan fácilmente. Estaba loca y, en cuanto hizo aquel comentario sobre su padre, Kelsey tuvo la certeza de que no saldría de allí con vida. Se odiaba por haber confiado en ella. ¿Qué había sido de sus instintos? Se suponía que tenía buen ojo con las personas. ¿Por qué no había sido capaz de ver las verdaderas intenciones de Paula?

¿Por amor? ¿Habría interferido el amor?

Artie le estrechó la mano al médico y Kelsey los siguió al porche. Le echó los brazos al cuello.

—Gracias por estar siempre a mi lado.

—No se me ocurre ningún otro lugar donde preferiría estar —repuso él, con los ojos llenos de lágrimas—. Ahora descansa un poco. Nos has dado un susto de muerte y Ellie esperará que vengas a visitarnos mañana. Estaba hecha un manojo de nervios. —Bajó los escalones del porche y entonces se dio la vuelta—. Ah, sí. Y llama a Sharon y al memo ese de tu mejor amigo. Me han tenido al teléfono cada cinco minutos.

«Sharon.» Los remordimientos le revolvieron el estómago. Básicamente la había acusado de acosarla. ¿Querría seguir siendo su amiga? ¿Sería eso posible si no había amor de por medio?

Y así, sin más, Kelsey supo que su vida estaba a punto de empezar de nuevo, con el primer rayo de sol de la mañana. Ya no lloraría a los que la habían abandonado. Los sueños de su padre eran sólo un recuerdo: el legado de su abuelo, una fundación con la que ayudaría a los demás a cumplir sus sueños. La invadió una dulce sensación de libertad y se sintió como una mujer nueva, sonrió y liberó el dolor de su corazón.

Cuando se volvió, Jordan estaba de pie, justo detrás de ella.

Kelsey la miró a los ojos, llenos de necesidad, y el amor, intenso y poderoso, le aguijoneó el corazón. El amor de su vida, su heroína y defensora, estaba ante ella y su amor la envolvía por completo. Ya no había nada en qué pensar o de lo que preocuparse. Jordan la estrechó entre sus brazos, con cariño y ternura, y la condujo dentro. Kelsey cerró la puerta y pulsó el botón para cerrar la verja.

—No más interrupciones por esta noche.

Kelsey cogió a Jordan de la mano y caminó sobre la moqueta con ella. Lo único que deseaba era estar desnuda entre sus firmes brazos, pero Jordan se echó hacia atrás y la detuvo.

—Tenemos que hablar.

A Kelsey se le subió el corazón a la garganta: Jordan quería saberlo todo de su vida y Kelsey quería contárselo, pero lo más importante era que Jordan la amaba, dijera lo que dijera, y que ya había tomado la decisión de aceptarla tal como era.

—¿Estás segura? —le preguntó Kelsey.

Jordan sonrió.

—Claro que lo estoy. Te quiero.

La alegría más pura se apoderó de Kelsey y borró cualquier otra emoción de su mente.

—Yo también te quiero.

—Quiero saberlo todo de ti, sea lo que sea —le dijo Jordan.

Kelsey se acurrucó entre sus brazos y le pasó un dedo por la curva de los labios.

—¿Sea lo que sea?

—Sea lo que sea.

—Trato hecho. Pero antes... —Kelsey le susurró a Jordan al oído—: ¿A que no te atreves a hacerme el amor...?