Capítulo catorce
¿Qué posibilidades había de que la adquisición de Billings hubiera hecho feliz a alguien? La emocionó mucho saber que el padre de Paula se había sentido aliviado al dejar su empresa y retirarse con la cabeza alta. No era de extrañar que hubiera firmado los papeles tan deprisa: estaba listo para que llegara el final.
Kelsey pulsó el nuevo código para abrir la verja y metió el coche en los terrenos de su casa con una gran sonrisa. Paula le había dicho que se había alegrado mucho por su familia, porque su padre había estado al borde de sufrir una crisis de ansiedad. Gracias a la venta pudo retirarse y Paula tuvo el coraje y el dinero para comprar la subsidiaria de Riching Construction. Era muy triste que su padre no hubiera vivido lo suficiente para verla triunfar en el negocio y para disfrutar de una jubilación confortable y sin preocupaciones.
Paula le había explicado que, desde que su madre había muerto, tras una larga batalla contra el cáncer, su padre la echaba terriblemente de menos. Había aceptado su oferta de buen grado, deseoso de empezar de nuevo. En cuanto oyó aquella historia, Kelsey supo que había hecho lo correcto con Billings Industries. Si hubiera optado por la salida más fácil y la hubiera vendido, se habría arrepentido. En lugar de eso, ahora tenía el poder para cambiarle la vida a la gente.
Aparcó delante de la casa y echó un vistazo a su alrededor antes de salir del Explorer. Por seguridad, Artie quería que aparcara en el garaje y usara la puerta interior, pero se negaba a cambiar sus costumbres porque alguna idiota quisiera asustarla.
Entró y comprobó los mensajes que había en el contestador automático, aunque se desanimó cuando no encontró ninguno de la persona a la que quería oír. Se preguntaba qué estaría haciendo Jordan. ¿Pensaría en ella? ¿La odiaría tanto como creía Kelsey?
«Claro que te odia. Le destrozaste la vida a su madre. Deja de pensar en ella, imbécil.»
Jordan se había ido y, cuanto antes lo asumiera, mejor. No estaba tan segura como Ellie de que aquella relación tuviera arreglo: aunque Jordan estuviera dispuesta a hablar, Kelsey no estaba dispuesta a arrastrarse ante ella. Si no la aceptaba tal como era, no había nada que discutir.
Se dejó caer en el sofá y le devolvió la llamada a Darren, quien le había dejado un locuaz mensaje en el que le proponía una fiesta del pijama. Kelsey lo invitó a casa y, mientras esperaba a que llegara, preparó unos aperitivos. No estaba de humor para socializar, pero necesitaba distraerse. Dado que Paula Riching estaba descartada, su misteriosa acosadora seguía suelta. Sabía que Sharon nunca le haría daño: si había sido ella la autora de las amenazas, seguramente estaría intentando asustarla para que retomara su relación de manera estable. De todas maneras, hasta que Artie arrestara a alguien, ella estaría preocupada.
Sonó el timbre y Darren protestó por el intercomunicador:
—¿Por qué has cambiado el número? Me siento como un intruso.
—Hasta que Artie coja a esa chiflada, no voy a darle el nuevo código a nadie.
Kelsey lo dejó entrar y salió al porche para recibirlo. Darren llegó en su Suzuki Samurai, un pequeño jeep que le iba que ni pintado. Era interesante ver cómo los coches reflejaban la personalidad de sus conductores. Darren cogió su bolsa del asiento del acompañante y atravesó el patio de cemento.
—¿Me harás trenzas en el pelo?
—¿Trenzas?
—No me mires así.
Pasó por su lado y se metió en la casa.
—Pero tenemos que hacer planes.
—Lo primero es lo primero —le gritó Darren desde la sala de estar—. ¡Trenzas!
Al cabo de un rato, Kelsey le estaba trenzando el pelo. El resultado era un desastre mayúsculo.
—Es horroroso.
—Eso es porque te tiemblan las manos. ¿Qué mosca te ha picado? —Se volvió en la silla para mirarla a la cara—. ¿Es por esa mujer?
—No, capullo. Ya no salgo con ella. —Kelsey se dejó caer en el sofá—. ¿Sabías que Sharon le pagó a la psicópata del bar para que le hiciera un lapdance aquella noche?
—Qué dices... ¿A la que tumbaste tras el telón? ¿Y eso te lo ha dicho Sharon?
—No tiene huevos. —Kelsey puso los ojos en blanco—. Me lo dijo Paula.
—¿Quién es Paula? —preguntó Darren, mientras abría el bote de esmalte de uñas y se ponía el pie de Kelsey sobre el regazo.
—La psicópata. Se llamaba así, ¿no te acuerdas? Paula Riching.
Darren levantó la mirada.
—¿La has visto?
—Resulta que Artie la conocía. Hoy he comido con ella. Y adivina qué: va a mudarse a la casa de enfrente.
Darren entornó los ojos.
—¿Ha comprado esa casa? —Miró a su alrededor, como si esperara que apareciera algún intruso en cualquier momento—. ¿Y por qué me has invitado, exactamente? ¿Para no morir sola?
Kelsey soltó una risita.
—Es muy maja. Hemos mantenido una conversación muy interesante —afirmó, mientras se colocaba algodones entre los dedos de los pies—. ¿Crees que las amenazas de muerte son cosa de Sharon?
No pareció que a Darren le extrañara aquella pregunta.
—No me sorprendería. Está obsesionada contigo —contestó. Mojó el pincelito del esmalte unas cuantas veces y empezó a pintarle las uñas de color cereza—. Yo nunca estoy cuando recibe las supuestas llamadas y nadie ha visto a ninguna persona entrar en el bar y dejar las notas. Además, ¿dónde estaba cuando te destrozaron la casa? Acuérdate de que no vino a cenar. Supuestamente, tenía otros planes.
Kelsey se concentró en los dedos de sus pies.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué se tomaría tantas molestias para asustarme?
—Para que vuelvas con ella.
—Nunca he estado con ella.
—Pero no porque ella no quisiera, cariño. —Darren le aplicó otra capa—. Tú no has visto cómo te mira cuando estás en el escenario. Está locamente enamorada de ti.
Kelsey observó la cabeza agachada de su amigo y reflexionó sobre sus palabras. A Sharon no le hacía la menor gracia que Jordan la rondara, pero ¿estaba tan desesperada como para montar algo así? No se la imaginaba rompiendo ventanas y tirando papel higiénico por el cristal. Sharon no era una persona violenta.
—No puede ser ella. No es posible.
Kelsey dejó caer la cabeza hacia atrás sobre el cojín y miró al techo fijamente. Tampoco podía descartar completamente aquella posibilidad.
—¿Cómo voy a demostrarlo?
Darren no levantó la vista de su creación.
—Las psicópatas siempre se delatan a sí mismas. Son demasiado estúpidas como para no hacerlo. Dale tiempo.
Al cabo de un buen rato, después de pintarse las uñas de las manos y de los pies, y tras ver varias películas, Kelsey estaba tumbada en la cama, pensando en lo que le había dicho Darren.
Sharon siempre decía que hacía el amor y no la guerra, y lo había demostrado con la habilidad de sus manos. El sexo con ella era apasionado, la hacía sudar y duraba hasta bien entrada la madrugada. Entonces, ¿por qué no la quería? La pregunta la atravesó como un rayo. Con Sharon le faltaba algo, igual que con las demás. Con ellas no le sudaban las manos, ni le daba un vuelco el corazón, y, por supuesto, cualquier pensamiento romántico estaba fuera de discusión.
Kelsey estaba enamorada, pero había dejado que el amor se le escapara. ¿Era culpa suya? ¿Importaba de quién fuera la culpa? Había seguido los pasos de su padre y lo había hecho la mar de bien, incluso en su vida personal.
Hundió el rostro en la almohada y trató de dejar de darle vueltas a todo aquello, porque era una tortura. Las imágenes empezaron a sucederse, de una en una, cada vez más deprisa, hasta convertirse en una película que transcurría tras sus párpados cerrados. Jordan se le acercó y la besó en los labios; una espiral de calor ascendió por sus piernas y el carrusel giró más deprisa, mientras la lengua de Jordan se fundía con la suya.
Kelsey deslizó una mano hacia abajo y se rozó el clítoris con el dedo. Se frotó contra la palma de la mano, imaginando que Jordan le metía los dedos. Estaba empapada. Sus pezones rozaban las suaves sábanas que se adherían a su cuerpo. Se obligó a abrir los ojos y se sentó. Concentrada en la oscuridad del techo, trató de ser razonable.
—No dejes que te controle de esta manera. Domínate, Kelsey.
Sí, claro. Era así de fácil.
Lanzó la almohada a la otra punta de la habitación. Nadie había ejercido tanto control sobre ella en el pasado y, aunque le molestaba, también la asombraba sobremanera. Lo que tenía el amor era que no le permitía aislarse de sus sentimientos, distanciarse o dejar de sentir. ¿Cómo iba a ser capaz de funcionar?
A la mañana siguiente, Kelsey estaba lavándose los dientes enérgicamente cuando sonó el teléfono.
—Cógelo, por favor —le gritó a Darren, porque si era Artie no quería perder la llamada.
Cuando el teléfono siguió sonando, Kelsey escupió el dentífrico y corrió al dormitorio para coger el teléfono que había sobre la mesilla de noche. La sangre se le heló en las venas al oír la voz de Jordan.
—¿Podemos hablar?
Kelsey reprimió el impulso de colgarle el teléfono. El nudo que se le había hecho en la garganta no la dejaba hablar.
—¿Estás ahí? —preguntó Jordan.
—Ajá.
—Kelsey, me voy de la ciudad y quería decirte...
—¿Qué? —Kelsey no estaba de humor para que le echaran en cara los defectos de su carácter—. ¿Que soy una idiota por hacer lo que me han enseñado a hacer, por enriquecerme quitándole el trabajo a la gente? Ya lo he oído todo, Jordan, así que, por favor, trágate tus comentarios de mierda y no vuelvas a llamarme.
Colgó el teléfono con un golpe y lanzó el cepillo de dientes contra la pared.
—¡Zorra!
—Guau, supongo que eso va por alguien. —Darren saltó sobre la cama y la hizo botar encima del colchón—. ¿Era la mujer cañona?
—Sí. No. O sea, sí, era ella. Pero no está cañona. Es una zorra.
—Bueno, perdóname —fingió sentirse ofendido—. Estás loca por ella, chica, y ya puedes decir lo que quieras.
Kelsey se levantó de la cama.
—¡No es verdad!
—Vale —pasó los dedos seductoramente sobre el edredón de algodón—. Pero apuesto a que anoche pensaste en ella cuando estabas aquí sola en la cama, ¿verdad que sí?
Le puso morritos a la almohada e hizo una notable y sonora interpretación, como si estuviera enrollándose con ella. Kelsey puso los ojos en blanco y abrió el armario.
—¿Y qué te ha hecho, exactamente? Ya no me acuerdo.
—Me echó la culpa de la desgracia de su familia. —Kelsey se puso una blusa marrón sobre el pecho y se miró en el espejo que había en la puerta del armario.
—¿Y existe la posibilidad de que llamara para disculparse?
Kelsey asomó la cabeza y le lanzó una mirada incendiaria. Darren levantó las manos en ademán defensivo.
—Sólo digo que...
—Me importa una mierda por qué ha llamado —le cortó Kelsey, mientras se dirigía al tocador a paso furioso—. Y no quiero seguir hablando de ella. Tengo un negocio que atender y un futuro que perseguir.
Susan Porter era como una versión de Jordan pero más mayor. Sus preciosos ojos verdes estaban rodeados de arruguitas, tenía una sonrisa radiante y caminaba con confianza. El parecido era increíble.
Kelsey respiró hondo y trató de calmar el latido salvaje de su corazón. Se preguntaba si Jordan estaría furiosa o agradecida. Kelsey no podía compensar a todas y cada una de las personas a las que su compañía había despojado de todo, pero aquélla en concreto significaba mucho para ella. Aunque no tenía intención de volver a ver a Jordan, corregir el daño que le había hecho a la señora
Porter suponía dar un paso en la dirección correcta. Sonrió y fue hacia ella.
—Me alegro de que haya decidido aceptar nuestra oferta.
La señora Porter le estrechó la mano con firmeza y ella le devolvió el apretón.
—Por favor, siéntese, señora Porter.
—Llámeme Susan. —Tomó asiento en la silla que le indicó Kelsey—. Me ha sorprendido un poco, como comprenderá, dado que fue su compañía la que me dejó sin trabajo.
Kelsey se sentó también.
—Así es, señora, y no tengo palabras para describir cuánto lamento esa situación. Sin embargo, esta compañía nunca ha tenido como objetivo hacerle daño a nadie. Compramos empresas que están a punto de quebrar: habría perdido su empleo igualmente. Espero que lo comprenda.
Susan la observó con curiosidad.
—Lo comprendo. Por eso estoy aquí.
Kelsey se quitó un peso de encima.
—Me alegro de oír eso —le regaló una amplia sonrisa—. Tengo sus papeles preparados. Ya ha hablado con Sarah sobre su salario y su nuevo puesto, pero si tiene cualquier otra pregunta...
—Lo cierto es que sí. —Susan cogió la jarra de la mesita de café y se sirvió un vaso de agua—. ¿Le gustan los niños?
La pregunta descolocó a Kelsey por completo. ¿Qué tenía aquello que ver?
—Sí que me gustan.
—Fantástico. Quiero ser abuela algún día.
—Eso es maravilloso. Seguro que tendrá un montón de nietos.
Kelsey sintió el impulso repentino de despedir a aquella mujer antes de haberla contratado siquiera. Quizá Susan Porter estaba loca y tenía que dar gracias al cielo porque Jordan estuviera fuera de su vida, no fuera a ser que acabara como su madre.
—Eso espero.
Kelsey le pasó el contrato.
—Necesito que lo lea y lo firme al final de cada página. Si tiene alguna pregunta, no dude en hacérmela.
—A decir verdad sí que tengo más preguntas.
Kelsey se encogió un poco. A saber qué iba a preguntarle aquella mujer ahora.
—¿Por qué yo? Con todas las mentes jóvenes y brillantes que hay en la ciudad, ¿por qué me escogió a mí? —Levantó la mano—. No importa, no responda. Me da la impresión de que no me diría la verdad.
Aquella mujer no estaba loca. Kelsey se puso en guardia de inmediato: Susan era más lista de lo que aparentaba. Sin duda, era una mujer inteligente.
—Hay cosas en la vida que no tienen respuesta, Susan, no importa cuánto nos esforcemos en entenderlas.
Al parecer, la madre de Jordan tuvo suficiente con aquella respuesta y esbozó de nuevo su radiante sonrisa. Firmó el contrato y se lo devolvió a Kelsey.
—Puede empezar el lunes que viene —le dijo Kelsey. Esperaba no estar cometiendo un error—. Sarah será su supervisora. La está esperando para enseñarle el edificio. Ella le mostrará su puesto. Por encima de Sarah sólo está Douglas Whitaker.
Los ojos verdes de Susan relampaguearon con curiosidad.
—Creía que la compañía era suya.
—He decidido dejar mi cargo. Douglas ocupará mi lugar.
—¿Demasiado duro?
A Kelsey la sorprendió una pregunta tan directa; tenía la escalofriante sensación de que Susan sabía más sobre su persona de lo que dejaba entrever.
—No, señora. No tiene nada que ver con eso. Sencillamente mi trabajo aquí ha terminado.
Susan sonrió y se puso en pie.
—Tiene toda la razón. Estoy impaciente por empezar a trabajar para su compañía. Me da la impresión de que tiene planes maravillosos para ella.
Se detuvo de camino a la puerta y miró a Kelsey una última vez.
—Ahora entiendo por qué Ellie Whitaker te quiere tanto.
Sorprendida, Kelsey trató de encontrar una respuesta. ¿De qué se conocían Ellie y la madre de Jordan?
—Susan, espere... —empezó.
Sin embargo, su nueva empleada ya había salido. La oyó hablando con Sarah, pero no las interrumpió. Cuando las dos pasaron delante de su despacho, Susan le dedicó una gran sonrisa y Kelsey supo que su elección había sido acertada. Jordan tenía suerte de tener a una madre en su vida, sobre todo a una con tantas agallas. No pudo evitar pensar en su propia madre y en lo que podrían compartir, sobre todo en aquellos momentos. Ahora que su papel en la empresa iba a cambiar, tendría tiempo para los pequeños placeres de la vida. Ojala pudiera sentarse a hablar con su madre: la echaba muchísimo de menos.
Kelsey trabajó unas pocas horas más. Douglas lo tenía todo bajo control y le había ordenado que se marchara del edificio de una vez, porque ella no dejaba de interrumpirlo. Con una sonrisa en los labios sólo de pensar en su nueva libertad, tomó la curva hacia su casa y dio un respingo al ver el coche de Jordan. Casi cedió al impulso de pisar el acelerador y pasar de largo, pero tarde o temprano tendría que enfrentarse a ella. Se detuvo en la entrada y pulsó el nuevo código. Una figura apareció en la parte de atrás de su coche cuando se abrió la puerta.
«Saca las garras, nena. Aquí viene el siguiente asalto.»
Jordan se acercó a su ventanilla.
—¿Quién demonios te crees que eres?
Kelsey miró al frente para evitar el efecto hipnótico de su mirada.
—Me gustaría pensar que soy Sharon Stone, pero en realidad soy Kelsey Billings.
—No vayas de lista conmigo.
Kelsey apretó los dientes con tanta fuerza que temió que se le desencajara la mandíbula.
—No voy de nada contigo.
Pisó el acelerador y giró para aparcar en el patio. La verja se cerró, pero Jordan la había seguido hasta el interior.
—Sabes que esto es propiedad privada, ¿verdad? —le dijo Kelsey al salir del coche—. Ya sabes lo poco que tarda la policía en llegar a mi casa.
—Eres una zorra sin corazón. —Jordan subió los escalones del porche de un salto, tras los pasos de Kelsey—. ¿Y ahora intentas comprar a mi madre? ¿Es que no te detienes ante nada?
—¿Por qué contratar a tu madre es no tener corazón? La he salvado de trabajar en una hamburguesería cutre, ¿no? —soltó Kelsey. Ella misma notó el desprecio en su voz y deseó haberse mordido la lengua.
—¡Bruja! —La ira deformó el rostro de Jordan—. ¿De verdad creíste que contratándola solucionarías esto? ¿Creíste que te perdonaría así como así?
Kelsey la miró con perplejidad. Y pensar que se había tomado la molestia de contratar a Susan Porter para ayudarla a salir del agujero en el que vivía y Jordan aún tenía la cara de quejarse.
—¿Crees que la he contratado por ti? ¿Tengo pinta de que me importe una mierda lo que pienses? No te lo creas tanto: esto no tiene nada que ver contigo. —Kelsey metió la llave en la cerradura y abrió la puerta de una patada—. Es hora de que te marches, Jordan.
Jordan miró hacia la puerta y luego volvió a posar los ojos en Kelsey muy lentamente.
—Me parece que no.
Jordan quería estrangularla y ver cómo aquellos labios risueños le suplicaban clemencia. Aquellos labios... Dios, cómo le gustaría besarlos. Siguió a Kelsey hasta la sala de estar, ignorando sus miradas incendiarias y los insultos que le lanzaba.
Kelsey dejó la maleta en el suelo, al lado del sofá.
—Adelante. Di lo que hayas venido a decir y lárgate de aquí. Espera. —Se acomodó en el sofá. El sarcasmo era evidente en sus palabras—. Ya estoy lista. Me gusta estar sentada cuando la gente se me tira a la yugular. La sala es toda tuya.
Jordan no estaba segura de si quería matarla o follársela hasta dejarla inconsciente. El escote de Kelsey se insinuaba entre los pliegues de su blusa de seda, tentándola a probarlo. Sus esbeltas piernas se veían muy atractivas con aquellos pantalones ajustados, que le marcaban la curva de su fabuloso trasero. A Jordan le costaba trabajo concentrarse en lo que quería decir.
—¿Cómo puedes estar ahí sentada con tanta arrogancia mientras tu empresa le destroza la vida a la gente?
Kelsey se limitó a mirarla de hito en hito. Se encogió ligeramente de hombros y Jordan dio un paso hacia ella. Ya sólo las separaban algunos centímetros.
—Voy a decirte una cosa —musitó Kelsey con una mirada defensiva—. No tienes ni idea de lo que estás hablando. Crees que está bien invadir mi espacio y comportarte como si yo fuera el enemigo. ¿Por qué? Porque he tenido éxito donde tú has fracasado: he conseguido que tu madre se sintiera segura y feliz. ¿Por qué tú no has sido capaz?
Furiosa, Jordan gritó:
—¡No me dejaba!
—Eso es patético y lo sabes. Si fuera mi madre, la habría sacado de ese barrio antes de que tuviera tiempo de deshacer el equipaje.
—Qué fácil es hablar. Como tú no tienes madre...
—¡Zorra!
Kelsey se levantó de un salto y alzó la mano para abofetearla, pero Jordan le sujetó la muñeca antes de que le alcanzara la mejilla. Kelsey le tiró del pelo como una gata salvaje. A Jordan, el dolor en el cuero cabelludo le arrancó un cosquilleo en la entrepierna y, mientras le clavaba las uñas a Kelsey, la besó en la boca. Esta dejó escapar un gritito desde el fondo de la garganta y aflojó la mano que tenía aferrada al cabello de Jordan. A los pocos segundos, dejaba caer los brazos y le sacaba a Jordan la camiseta del pantalón.
—Sabes que eres una zorra, ¿verdad?
Jordan le echó la cabeza hacia atrás para llegarle mejor al cuello, le mordisqueó su delicada piel y saboreó su aroma almizclado.
—Y me siento orgullosa de serlo —repuso Kelsey, metiéndole la mano bajo la camiseta y arañándole la columna.
Cuando Jordan echó la cabeza hacia atrás, llevada por aquel dolor tan dulce, Kelsey aprovechó para torturarle el cuello con besos y mordiscos.
—¿No te parece que ya es hora de que dejes de culpar a los demás de tus problemas? —murmuró, mientras descendía hacia sus pechos.
Jordan emitió un gruñido ronco, agarró la blusa de Kelsey y se la abrió de un tirón. Los botones de perlitas repiquetearon sobre la mesita de café al caer. Kelsey jadeaba y con cada respiración se le hinchaban los pechos bajo el sujetador de encaje. Jordan le acarició la delicada tela antes de apartarlo y saborearle el pezón, mientras le acariciaba la piel bronceada del pecho. La acusación de Kelsey aún resonaba en su cabeza y lo cierto es que ella había llegado a la misma conclusión, aunque no quería admitirlo en voz alta.
—¿A qué coño has venido? —susurró Kelsey.
Jordan sabía la respuesta. Había venido a hacerle daño, a verla aullar de dolor, igual que había llorado su madre el día en que la despidieron. Pero también quería verla retorcerse de deseo. Jordan no estaba segura del papel que estaba desempeñando ni del porqué. ¿Estaba defendiendo el honor de su madre o sólo la había usado de excusa para ir a ver a Kelsey? Se sentía culpable por querer meterle los dedos hasta el fondo. ¿Intentaba castigarla porque ella no tenía fuerza de voluntad?
Deslizó los dedos sobre el botón del pantalón de Kelsey y se lo desabrochó. Lo siguiente fue la ruidosa cremallera.
—He venido a decirte cuánto te desprecio.
Le metió la mano hasta el sexo húmedo y le introdujo los dedos hasta el fondo. Kelsey gimió y a Jordan le flaquearon las rodillas: Kelsey la volvía loca.
—Yo también te odio. —Kelsey le agarró la camiseta con los dientes y se apartó unos centímetros—. Quítate esta mierda.
Jordan la penetró con más fuerza, deseosa de oírla gritar de dolor, además de placer. Kelsey gritó y echó la cabeza hacia atrás. Jadeando, le agarró la muñeca a Jordan y le clavó el dedo para frenar sus embestidas.
—Quítate la ropa de una maldita vez, joder. ¡Ya!
Jordan la tiró de espaldas sobre el sofá y se puso encima de ella, con la mano metida aún entre sus piernas.
—Las órdenes no las das tú, Kelsey, las doy yo.
La penetró más hondo con cada embestida y, cuando Kelsey se derritió en sus manos, Jordan se retiró y le bajó los seductores pantalones. Kelsey pateó, se dio la vuelta y se arrastró boca abajo por el sofá.
—¿Dónde diablos te crees que vas?
Jordan la agarró del pie y se tiró encima de ella para inmovilizarla en el sofá. La respuesta de Kelsey se perdió entre los cojines, mientras Jordan le quitaba los pantalones y dejaba al descubierto su precioso trasero. Luego le quitó la camisa y el sujetador sin encontrar resistencia por parte de Kelsey. Al pasarle los dedos por la suave curva de la espalda, se emocionó. Le separó las piernas a Kelsey y la penetró con los dedos. El gemido de Kelsey la deshizo por completo.
—Fóllame, Jordan. Por favor.
El juego de hacerse daño había acabado. En el momento en que Kelsey le suplicó que la hiciera suya, el intenso erotismo devolvió a Jordan al presente de inmediato y ya no fue capaz de seguir alimentando su ira. Le sacó los dedos y le dio la vuelta. Su pecho se movía rápidamente al respirar y los pezones endurecidos le subían y bajaban sin parar. Jordan los tomó entre los labios, uno después del otro, y los chupó lentamente. Al tiempo que pasaba la lengua por la punta de los pezones, le acarició el ombligo y luego le metió la mano entre las piernas. Kelsey estaba abierta y mojada, y sacudía las caderas ligeramente, como muestra de su ansia.
Kelsey se arqueó cuando Jordan la penetró y gimió con cada embestida. Agarró los pantalones de Jordan y se los bajó con urgencia. En esta ocasión, Jordan no se lo impidió, sino que la ayudó a quitarle la ropa con la mano libre y dio un respingo cuando Kelsey le acarició el clítoris.
—No. Aún no.
Quería centrar toda la atención en Kelsey. Le puso el pulgar sobre el clítoris y se lo frotó en círculos hasta que sus jadeos urgentes se transformaron en gritos desesperados. Sentía que el orgasmo de Kelsey estaba cerca y la penetró más deprisa y con más fuerza. Lo único que veía era a Kelsey: no existía nada más, salvo ellas dos. Kelsey se abrió de piernas por completo, sin ningún tipo de pudor, y Jordan le metió los dedos al ritmo en que sacudía las caderas, mientras le frotaba el clítoris sin pausa. Las paredes internas de su sexo se contrajeron, resbaladizas, en torno a sus dedos a medida que se incrementaba la presión. Kelsey se sacudió contra ella con embestidas salvajes y frenéticas.
Jordan usó todo su cuerpo para imprimir energía a la mano que penetraba a Kelsey una y otra vez, dentro y fuera, hasta que Kelsey se puso rígida debajo de ella y se le aferró con fuerza a la nuca. Se retorció y estremeció, gritó y se balanceó bajo el peso de Jordan, hasta que las sacudidas remitieron y las contracciones se convirtieron en pulsaciones en torno a los dedos de Jordan. Cuando se calmó su respiración, miró a Jordan a los ojos y deslizó una mano entre ellas, le acarició el vientre y halló su coño mojado.
Pocos segundos después de que le frotara el clítoris con uno de sus finos dedos, Jordan gritó y se corrió explosivamente. Se frotó contra la mano de Kelsey hasta que le fallaron las rodillas y se derrumbó sobre ésta. Hundió la nariz en el cuello de Kelsey, aspiró sus fragancias mezcladas y se quedó quieta, escuchando el sonido de su corazón.
«¿Se reiría si le dijera que estoy enamorada de ella?»