Capítulo trece
Kelsey contempló la casa vacía desde el otro lado de la calle durante unos segundos, antes de atravesar la puerta principal.
¿A qué jugaba Paula? Después de que Artie desayunara lo que Ellie y ella habían preparado, les había contado las malas noticias: Paula no sólo era su vecina, sino que su empresa de construcción había trabajado en la casa de los Whitaker. Acababan de construir una espaciosa sala de estar para que Artie pudiera traer a sus amigos a jugar al billar. Paula había estado presente en las obras y, durante el tiempo que trabajó en la ampliación, había oído hablar de Kelsey a Ellie, mientras cenaban o se tomaban un café.
Artie no sólo estaba atónito, sino también asustado. Hasta se le había ido el brillo de la mirada, presa de la consternación, y Kelsey no estaba segura de a quién odiaba más por hacerlo sentir tan culpable: a Paula o a sí misma. Por mucho que quisiera estar muerta de miedo, por alguna razón no lo estaba. De alguna manera, tenía la extraña certeza de que Paula no estaba detrás de las amenazas de muerte, a pesar de su comportamiento en el club. Visualizó la sonrisa seductora de Paula, que no le había dejado dudas sobre lo que quería de ella. Si Jordan no hubiera estado allí, Kelsey podría haberse visto obligada a descargar parte de la tensión de Paula, saciando su propio apetito sexual. Por desgracia, no podía sacarse a Jordan de la cabeza. No eran los dedos de Paula los que quería que la acariciaran debajo del tanga hasta arrancarle gritos de placer.
Kelsey se echó hacia delante en el sofá y apartó aquellos pensamientos calenturientos de su mente, porque su relación había terminado. ¿Por qué demonios se empeñaba en hurgar en la llaga? Sacó el teléfono del soporte de la mesa del rincón y observó el número que Artie le había apuntado junto con sus nuevos códigos de seguridad. Configuró el teléfono para grabar la llamada, como le había dicho Artie, y marcó el número de Paula. De repente no estaba segura de que debía decir cuando Paula descolgara.
—¿Paula Riching?
—Sí. ¿En qué puedo ayudarla?
Artie quería que la hiciera confesar, si podía.
—Puedes empezar por decirme por qué has destrozado mi casa.
—¿Perdón? ¿Con quién hablo?
—Kelsey. Kelsey Billings.
Oyó una risita en el otro extremo de la línea.
—Vaya, vaya. ¿A qué debo el placer? He oído maravillas de la verdadera Kelsey. Dulce, con un corazón de oro... Ellie cree que caminas sobre las aguas.
—¿Fuiste tú la que me destrozó la casa, chiflada de mierda?
—Si digo que sí, ¿me dejarás ir a ayudarte a limpiarla? —Hablaba con voz calma, preñada de deseo—. Ya sé dónde vives.
Aquello confundió a Kelsey. Si Paula había provocado los destrozos y le había escrito el mensaje en el porche, querría decir que era la lunática que estaba detrás de las amenazas de muerte. Sin embargo, parecía cuerda y terriblemente cachonda, exactamente igual que en el bar.
—Que te jodan —le dijo Kelsey con frialdad.
—Es lo que intentaba, pero casi me rompiste los dedos.
—Sí, lo recuerdo.
Kelsey sonrió al recordar el dolor que había reemplazado la expresión de lujuria en los ojos de Paula, cuando le había doblado los dedos hacia atrás. Si las miradas matasen, habría caído fulminada allí mismo.
Aguantó el auricular del teléfono inalámbrico con el hombro y se dirigió a la ventana para contemplar la casa de enfrente, al otro lado de la calle. Era una casa grande, de tres pisos, que llevaba dos años vacía, aunque habían estado arreglando el patio en las últimas semanas. Al parecer, Paula se mudaría pronto.
—Invítame a tu casa —le dijo Paula.
—Sí, claro. ¿Te crees que soy idiota?
—Finge que lo eres e invítame.
—No lo creo.
—Tú te lo pierdes, caramelito. Te habría hecho pasar un buen rato.
A Kelsey no le cabía duda de que tenía razón, ya que había visto el deseo ardiente en las profundidades de sus ojos azules.
—Podemos quedar para tomar un café, en un lugar público, donde haya gente.
—Si eso va a hacer que te sientas mejor... —rió Paula.
Kelsey no creía que nada fuera a lograr que se sintiera segura, pero por alguna razón tenía que mirar a Paula a los ojos cuando negara lo de las notas y el vandalismo. La habían entrenado para mantener a sus enemigos cerca y para enfrentarse a las amenazas directamente. Estar cara a cara con una mujer que podía hacerle daño le daría una inyección de confianza y, si podía descartar a Paula como sospechosa, Artie y Ellie no se sentirían mal por haber tenido tratos con ella.
—Dentro de media hora en Los Santos —dijo Kelsey.
Artie la mataría si supiera lo que iba a hacer. Lo único que le había pedido era que hablara por teléfono con Paula para ver si podía hacerla confesar. No obstante, Kelsey no estaba convencida de que Paula le hubiera mandado las amenazas y solía confiar en su intuición.
Cogió las llaves del coche y salió de la casa. Después de su salida triunfal de Billings Industries, nada podía empañar su buen humor, ni siquiera aquella amenaza que había dejado una marca en el porche incluso después de que la hubieran lijado.
Paula estaba apoyada contra una enorme Chevy Silverado, cuando Kelsey llegó al aparcamiento. Estaba todavía más sexy que en el bar, con su camiseta blanca y aquellos brazos bronceados que con tanta fuerza la habían agarrado aquella noche. En la parte de atrás de la camioneta llevaba mangueras, caballetes y otros materiales de construcción; en el lateral había un gran letrero con el logo de Riching Construction.
Kelsey echó un vistazo a las calles atestadas de gente, los coches alineados ante los semáforos en rojo y los peatones que esperaban para cruzar la calle. Se obligó a devolverle la sonrisa a Paula.
—Dame una buena razón por la que no debería denunciarte a la policía.
Paula dejó ver sus blancos dientes al sonreír.
—Porque tienes curiosidad. Si no, no estaríamos aquí.
Kelsey apoyó su peso en el otro pie y la fulminó con la mirada. Se sentía estúpida, como si su vida fuera un libro abierto y aquella mujer la hubiera estudiado minuciosamente. No podía saber lo que Ellie le había contado mientras compartían su famosa lasaña.
—¿Me estás acosando? —le preguntó.
—Si así fuera, ¿podrías culparme? Con ese cuerpo tan sexy que tienes, ¿quién podría resistirse? —respondió Paula, moviendo las cejas.
Kelsey se cruzó de brazos. Aunque no tenía miedo, todavía le quedaba cierta inquietud y se mostraba precavida y desconfiada. Paula era inescrutable.
—¿Y bien...? —preguntó con cautela—. ¿Querías charlar sobre algo o que nos pasáramos el día en el aparcamiento?
—Depende. —Paula la repasó de arriba abajo y Kelsey sintió un hormigueo por todo el cuerpo—. ¿Podré mirarte cuando la luz del sol te ilumine la cara?
Kelsey observó los vaqueros anchos y los restos de serrín en la camiseta de Paula. ¿Y si estaba equivocada y Paula era buena escondiendo sus verdaderas intenciones?
O al contrario. ¿Y si la noche que fue a The Pink Lady sencillamente había tenido un mal día y era totalmente inocente?
—Venga, cobardica, vamos a comer y a conocernos un poco mejor. Parece que tenemos mucho en común —le dijo Paula, indicando la entrada del restaurante.
Kelsey entró en el restaurante con ella, sin bajar la guardia. Encontraron una mesa libre y se sentaron la una enfrente de la otra. Después de que la camarera tomara nota de lo que querían beber, Paula preguntó:
—Así que crees que he destrozado tu casa —arqueó las cejas—. Tienes una casa muy bonita, por cierto.
Kelsey se puso tensa.
—Gracias. Por si lo has olvidado, me amenazaste.
Paula se inclinó hacia delante y le cogió la mano a Kelsey. Ésta se obligó a no retirarla y a sostenerle la mirada. Lo último que quería es que Paula se diera cuenta de que no estaba tan segura de sí misma como quería aparentar. De hecho, estaba cagada de miedo.
—Mi comportamiento no tiene excusa. —Paula se puso seria—. Cuando una mujer se siente avergonzada a veces pierde el control. Te pido disculpas por llamarte zorra.
Kelsey sacudió la cabeza.
—Soy una zorra. Eso no me molestó. —Esbozó una sonrisa sombría cuando Paula rió—. Tú amenaza, sí.
—Ah, ¿quieres decir lo de que recordarías mi cara? Supuse que si volvía y me portaba bien a lo mejor me hacías otro lapdance. Aunque no sé si mi corazón lo resistiría. —Le soltó la mano—. Siento haberte asustado y también no haber podido ahuyentar a tu admiradora pesada.
Kelsey la observó de hito en hito.
—¿De qué hablas? ¿Qué admiradora?
—Bueno, me pagaron para que la pusiera celosa.
—¿Perdona? ¿Alguien te pagó para ahuyentar a una clienta? —quiso aclarar. Se le había puesto la carne de gallina.
—La camarera dijo que intentabas librarte de aquella mujer alta, de pelo oscuro, que fue a sentarse contigo. Me pagó cien pavos para que me hicieras un lapdance, porque decía que, si jugaba bien mis cartas, a lo mejor conseguía una cita, además de ahuyentar a tu admiradora. Pero en lugar de eso se me fue la mano y me gané que me echarais del local.
Kelsey revivió aquella noche de inmediato. La camarera habitual, Phyllis, atendía la barra. Sharon también había salido a ayudarla. Notó que la ira le quemaba por dentro. ¡Menuda bruja! ¿Sharon era capaz de caer tan bajo para vengarse de ella? Kelsey recordó cómo había dado un puñetazo en la mesa —y le había dado un susto de muerte— para ordenarle que saliera a bailar.
—Oh, oh... Me da la impresión de que no lo sabías.
Kelsey negó con la cabeza. Le iba a cantar las cuarenta a Sharon en cuanto llegara a The Pink Lady. Y, si era capaz de llegar a aquellos extremos, ¿se habría rebajado aún más y lo de las llamadas y las amenazas sería cosa suya? En cuanto se hizo a la idea, dejó de tener miedo. Lo que la preocupaba era la incertidumbre, pero ahora que sabía la verdad podía enfrentarse a ella.
—Por cierto —murmuró Paula lentamente—. Quería darte las gracias por hundir el negocio de mi padre.
La sonrisa se le borró de la cara y Kelsey notó un nudo en la garganta.