Capítulo doce

Jordan se metió en la ducha para quitarse el sudor. Estaba agotada. Le dolían partes del cuerpo que no le habían dolido durante años. Se había retrasado en su entrenamiento y así pagaba las consecuencias. Bajo el chorro de agua caliente, trató de relajar los músculos doloridos. Mientras pensaba en el sudor, las agujetas y el entrenamiento, se dio cuenta de que casi había perdido la pasión por el deporte.

Aquella mañana se había levantado sin fuerzas. Trató de sacarse a Kelsey de la cabeza a fuerza de entrenar, porque las mañanas que pasaba a solas, en la escuela vacía, solían hacerla sentir viva y preparada para enfrentarse a cualquier oponente, pero no lo logró. Era como si ya no le importara nada. ¿Había llegado el momento de colgar el cinturón y retirarse? Necesitaba seriamente decidir qué debía hacer con el resto de su vida. Tenía dinero para vivir cómodamente durante un tiempo si no cerraba la escuela de kárate y las cosas seguían yéndole como hasta el momento.

Había conocido a un hombre que le había ofrecido convertir el negocio en una franquicia y asociarse con ella para crear una marca de ropa y equipamiento deportivo. Si aceptaba aquel trato, no tendría que volver a trabajar un solo día en el resto de su vida, pero tampoco quería pasarse el día sentada sin hacer nada.

Metió la cara bajo el fuerte chorro de la ducha. Tenía demasiadas cosas en las que pensar y necesitaba sacarse a Kelsey de la cabeza de una vez por todas. Sin embargo, las imágenes tridimensionales que tenía de ella en la memoria iban ganando el combate y no la dejaban concentrarse en las decisiones que tenía que tomar con respecto a su madre, el trabajo y todo lo demás.

Y pensar que había estado a punto de decirle a Kelsey que la quería.

¿Y si había sido demasiado cruel? Quizá debería haberse tomado las cosas de otra manera. No, no había sido demasiado cruel: Kelsey era un monstruo con un cuerpo maravilloso. No le debía ninguna disculpa. Había sido mejor enterarse mientras todavía podía alejarse de ella sin que le destrozara el corazón. Jordan daba gracias de que la relación no hubiera llegado más lejos.

Dejó que los pensamientos bulleran en su cerebro mientras cerraba la escuela de kárate. Le había dejado un mensaje al personal diciendo que se iba a coger unos días de vacaciones. No tenía la menor idea de lo que haría con aquel tiempo. Quizá fuera el momento de hacer un viajecito en coche o lo que fuera para dejar de pensar y que su alma cicatrizara las heridas. Se metió en el Viper y puso la radio para distraerse. Sonó una canción lenta y sensual, que le trajo una seductora imagen de Kelsey a la cabeza. Las calles estaban desiertas tan temprano, así que no tenía nada en lo que concentrarse para no pensar en aquel cuerpo asombroso y en aquellos preciosos ojos llenos de lágrimas cuando Jordan le gritaba.

Se recordó que era culpa de Kelsey que no pudiera dormir y que, probablemente, perdería el combate que se suponía que tenía que ser el colofón de su carrera antes de retirarse oficialmente. Era culpa suya que su madre estuviera en una situación desesperada. Hasta el fuego que le ardía entre las piernas era culpa de Kelsey.

Jordan deseó no haber puesto el pie en The Pink Lady aquella noche. También deseó haberle planteado antes todas aquellas preguntas tan obvias, pero quizá no había querido saber la verdad y había ignorado su inquietud y sus sospechas porque la deseaba demasiado. Jordan soltó una palabrota y se obligó a prestarle atención al tráfico. Si quería recuperar la paz mental, tenía que dejar de pensar en aquel demonio.

 

Kelsey observó el edificio blanco de ladrillos que le había robado la esposa a su padre y murmuró:

—Hoy te voy a dejar en manos de alguien que se ocupará bien de ti. Te lo prometo.

Mientras superaba el control de seguridad de la entrada y recorría el pasillo de mármol con sus estilizados zapatos de tacón, pensó en cómo sería abandonar unos sueños que ni siquiera habían sido los suyos. Hasta el aire a su alrededor parecía diferente y el olor del edificio no era tan intenso; tampoco el ruido de sus tacones transmitía maldad. Se sentía libre.

Aceleró el paso. Aquel día pondría el plan en marcha formalmente y en breve entregaría a la criatura de su padre y se marcharía. Una sonrisa afloró en sus labios al abrir las puertas de la sala de reuniones. Los hombres se volvieron hacia ella; uno de ellos echó un vistazo a su reloj de pulsera y arqueó una ceja en gesto de desaprobación. Kelsey había vuelto a llegar tarde.

Kelsey siempre se había sentido abrumada al entrar en aquella sala dispuesta a destrozar una compañía, una vida y un hogar más. Dirigió una mirada circular a la estancia y se preguntó qué pasaría cuando les presentara su propuesta. Seguramente algunos socios se negarían a tomar parte en aquellos cambios, pero tenía la esperanza de obtener el apoyo de la mayoría.

—Buenos días, caballeros.

Se quitó la chaqueta, sacó unos documentos del maletín y dijo:

—Os he convocado esta mañana para discutir el futuro de Billings Industries.

—¿Kelsey? —intervino Douglas.

Ella levantó una mano para tranquilizarlo.

—Sé lo que hago.

Se dirigió a los demás.

—Caballeros, antes de empezar quiero agradeceros a todos el tiempo que le habéis dedicado a esta compañía. A algunos de vosotros os conozco desde que era niña y siempre os he admirado porque mi padre confiaba en vosotros. Hoy he venido para pedir vuestro apoyo en una decisión muy dura. Hace unos días, decidí vender Billings Industries.

La sala se llenó de exclamaciones de sorpresa y todos observaron a Kelsey con frialdad. Ella aguardó unos segundos, para que sus palabras calaran, y luego prosiguió.

—Sin embargo, no quiero vender la empresa por la que mi padre se dejó la piel, porque seguramente acabaría en manos de alguien que todavía empeoraría más la situación.

Esperó a que los murmullos se acallaran y se dirigió a la ventana, desde donde se disfrutaba de una hermosa vista de la ciudad. Un sol radiante bañaba con su luz dorada los rascacielos.

—En lugar de eso, he decidido dejar la empresa en manos de alguien en quien pueda confiar. A partir del lunes, Douglas Whitaker tomará el control.

Douglas dio un respingo.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loca?

—No. Sabes perfectamente lo que quiero hacer. Conoces el proyecto hasta la última coma. Douglas, confío en ti y confío en estas personas. Si no aceptas, tendré que vender y juro que no dudaré en hacerlo.

Uno de los hombres carraspeó.

—Kelsey, te pido que lo reconsideres. Tu padre no quería que el negocio cambiara.

—No, es cierto. Mi padre se equivocó en muchas cosas durante años, más de lo que podrías llegar a entender. Yo voy a hacer los cambios que él no tuvo el valor de implementar.

El hombre se quedó con la boca abierta.

—No puedes hablar en serio. Tu padre era un coloso cuando ocupaba esa silla.

—Yo también —afirmó ella, con más confianza de la que creía poseer—. Mi padre cometió errores que yo no estoy dispuesta a repetir, así que vamos a movernos en una dirección diferente.

Douglas se levantó de la silla y la estrechó entre sus brazos. Ella notó el roce de su cabello oscuro contra la mejilla.

—Estoy orgulloso de ti.

Kelsey le sonrió.

—Sabía que lo estarías. Si alguien prefiere marcharse antes de ver cómo la empresa cambia de rumbo, sois libres de entregarme vuestra carta de dimisión al final del día.

Echó un vistazo a su alrededor, porque casi esperaba que los socios se levantaran de golpe y corrieran a la puerta. Sin embargo, uno de ellos preguntó:

—¿De qué tipo de cambios estaríamos hablando?

—No quiero que esta compañía vuelva a destrozarle la vida a nadie más. —Kelsey dio un puñetazo en la mesa—. Quiero que ayude a las empresas a recuperarse, que las levantemos de la mano si es preciso. Financiaremos nuevos proyectos e invertiremos en las buenas ideas.

—¿Quieres convertir a Billings en una empresa de capital de riesgo? —preguntó un anciano de aire digno. Parecía abatido.

—¿Por qué no? Algunos de los hombres más inteligentes del mundo están en esta sala. Podemos hacerlo.

Douglas se alisó la corbata.

—Creo que todos sabemos que hay muchas maneras de enfocar esta idea y no todas implican tirar el dinero con frikis informáticos que quieren probar sus cacharros en Internet.

Los presentes se rieron. Douglas sabía cómo conectar con sus colegas y Kelsey contaba con ello.

—Todos habéis trabajado muy duro para convertir esta empresa en lo que es —les dijo—. Vuestras ideas serán imprescindibles para seguir avanzando. Kelsey y yo hemos estado trabajando en una propuesta. Creo que será un buen punto de partida para discutir esta mañana.

Le pasó un documento a una ayudante y le pidió que hiciera copias.

—Si no me necesitáis —le susurró Kelsey al oído—, tengo algo importante que hacer.

—¿Qué pasa con el papeleo legal?

—Ahora eres el jefe —bromeó ella—. Haz que lo redacten todo y yo firmaré.

—Me aseguraré de dejarte en buen lugar —le prometió Douglas.

—Eso sí que será una novedad. —Le dio un beso rápido en la mejilla y susurró—: Gracias. Sé que harás un buen trabajo.

Salió de la sala como una mujer nueva; se sentía como flotando en una nube. Billings Industries por fin iba en pos de nuevos objetivos. Ojala hubiera tomado aquella decisión mucho antes, en lugar de temer que los socios de su padre la despreciaran y abandonaran el barco. Sólo necesitaba hacer una cosa más antes de irse: buscó a Sarah, la jefa de recursos humanos, y le dio una hoja con instrucciones. Luego cerró la puerta de su despacho.

Se sonrió cuando salió del edificio y el sol de la tarde le acarició la piel.

«Creo que papá estaría orgulloso de mí. Estoy haciendo lo que él no pudo hacer.»

 

Jordan estaba metiendo una pila de camisetas en una bolsa de viaje cuando el móvil le vibró en el bolsillo del pantalón. En aquella ocasión comprobó quién llamaba y se resignó a tener otra conversación difícil.

—Mamá, tienes que dejar de llamarme cada cinco minutos. Tengo cosas que hacer.

Su madre gritó de manera ensordecedora y Jordan no le entendió ni una palabra. Le dio un vuelco el corazón y se maldijo por no haber mirado el contestador.

—Mamá, no te entiendo. Cálmate. ¿Qué pasa?

Los gritos pararon y se hizo el silencio. Jordan sintió pánico.

—Mamá, ¿estás bien? ¿Quieres que llame a una ambulancia?

—Sí, me va a dar un ataque. —Su madre enseguida estalló en carcajadas y añadió—: Es broma. ¡He encontrado trabajo, Dios mío, he encontrado trabajo! —gritó de felicidad.

—Mierda, mamá, me has dado un susto de muerte.

—Caca.

—¿Qué?

—No le digas «mierda» a tu madre, di «caca».

—Vale, mamá. Cuéntame lo del trabajo.

—Todavía no sé mucho. La señorita ha sido muy amable y me ha dicho que ha leído mi curriculum y, después de mi experiencia en McGregor, soy exactamente lo que andan buscando. Quería contratarme ya mismo. Tengo un buen presentimiento, cariño.

—¿Y no te quieren hacer una entrevista?

Jordan estaba encantada, pero también se mostraba algo escéptica.

—No. Y no te lo creerás cuando te diga lo que voy a cobrar. Pero no quiero ser gafe, así que ya te lo diré. Te doy una pista: puedo largarme de esta mierda de casa con mi primer sueldo —exclamó, emocionadísima.

—Caca —apuntó Jordan, incapaz de resistirse.

—¿Qué dices, cariño?

—No le digas «mierda» a tu hija. Di «caca».

Su madre soltó una carcajada.

—Te quiero, nena. Tengo que dejarte. Deséame suerte.

—Espera, mamá. ¿Cómo se llama la empresa?

Su madre ya había colgado. Jordan cerró el móvil y lo tiró encima de la cama, al lado de la bolsa. Con el entrecejo fruncido, dobló unos vaqueros. Había dejado el nombre de su madre en varias agencias de trabajo después de agotar las empresas, pero, sinceramente, no había sido demasiado optimista. Precisamente aquel día había decidido sacar a su madre de aquel vertedero, le gustara o no. Primero, se tomaría unos días de vacaciones y luego lo arreglaría todo para la mudanza.

Volvió a pensar en Kelsey. Si hubiera llevado las cosas de otra manera y hubiera dejado que se explicara, en lugar de descargar toda su ira sobre ella, ahora disfrutaría de su amor, en lugar de sentirse culpable y desgraciada.

Jordan dio un puñetazo en el borde de la cama.