Capítulo once

Jordan se filtró en los pensamientos de Kelsey como chocolate fundido. Si renunciaba a ella, quizá nunca más encontraría a nadie a quien amar y que la amara durante el resto de su vida. Sollozó mientras las lágrimas le empapaban las mejillas. ¿Habría alguna posibilidad de que, cuando Jordan se tranquilizara, estuviera dispuesta a escuchar su versión de los hechos?

Contempló el borrón de luces que pasaba junto a la ventanilla del coche. ¿Realmente quería a alguien que siempre desaprobaría su vida, por mucho que cambiara? ¿Podía confiar en alguien que la consideraba un monstruo? No era culpa suya que las empresas no pudieran mantenerse a flote. Si la Billings no las compraba, lo haría algún otro gigante empresarial. La mayoría de los dueños de los negocios que compraban estaban agradecidos de no acabar en bancarrota.

Echó un vistazo a Artie, que iba al volante a su lado, y dejó que la visión de su poderoso perfil la confortara.

—Gracias por venir a recogerme.

Se secó la cara, pero era incapaz de contener las lágrimas.

—Cariño, te ha pasado lo mismo que a tu padre. Sabías que sería difícil dejar que la gente entrara en tu vida. Tu propia madre es la viva prueba de ello: creía que tu padre era un monstruo, pero estaba enamorada de él. Habría hecho cualquier cosa por estar a su lado.

—Al menos él tenía a alguien. Mientras siga en esta empresa nunca encontraré a nadie.

—Ay, pequeña, encontrarás el amor algún día. Solo tienes que elegir a alguien que pueda aceptar cómo te ganas la vida.

—No hará falta. Voy a vender Billings Industries.

Artie levantó el pie del acelerador.

—¿Que vas a hacer qué? ¿Cuándo lo has decidido?

—Llevo un tiempo pensándolo. Me iré y no miraré atrás. Tengo que hacerlo.

Artie guardó silencio durante unos segundos.

—Creo que es la mejor decisión que has tomado en la vida —dijo al fin.

—Mi padre se estará revolviendo en la tumba en este momento. No soporto pensar que le he decepcionado.

Artie dejó escapar una risita.

—Lo dudo. Estaría orgulloso de que persiguieras tus propios sueños en lugar de enterrarte en vida con los suyos.

Kelsey sacudió la cabeza con incertidumbre.

—Yo no estoy tan segura. Siempre quiso que yo llevara el negocio.

—Porque sabía que serías capaz. Quería que fueras fuerte e independiente. Pero no infeliz. John no hubiera deseado eso. Te quería.

—Lo sé —sonrió Kelsey con tristeza.

Artie le dio una palmadita en la mano.

—Una vez me dijo una cosa que creo que te interesará oír. Dijo que daría cada centavo que había ganado en la vida porque tu madre lo mirara como cuando acababan de casarse. Dijo que el brillo de sus ojos se había apagado, pero que la pasión que los unía la mantenía junto a él. Cuando se marchó, se quedó destrozado.

Kelsey miró fijamente a Artie. Aquellas palabras se le antojaban extrañas, porque su padre nunca hablaba con cariño de su madre, pero, aun así, sabía que se querían. Aunque, cuando era adolescente, sus padres ya no se besaran ni se abrazaran, el amor seguía flotando a su alrededor. Kelsey siempre lo había sentido cuando estaban el uno cerca del otro.

Oír de boca de Artie exactamente cuánto habían significado el uno para el otro la había dejado estupefacta. Nunca había imaginado que le arrebataría el aliento de aquella manera saber que su padre estaba dispuesto a tirarlo todo por la borda por amor.

—¿Por qué no dejó la empresa por ella? —Se le fue la lengua, sin poder contenerse—. Habría sido más feliz.

—Fue un imbécil, nunca dejé de recordárselo —respondió Artie en un tono inexpresivo—. Nunca estuvo seguro de que, si renunciaba al dinero y al poder, recuperaría el corazón de tu madre.

—Creía que tenía que cuidar de su familia —dijo Kelsey en su defensa.

—Pero en lugar de eso la destruyó. —Artie aminoró y cogió el carril para salir de la autopista—. Podría haber dejado la empresa y vivir de su cuenta corriente el resto de su vida. Podría haberle dado a tu madre lo que ella quería sin renunciar a lo que se había propuesto.

Kelsey suspiró. Había oído a sus padres discutir por aquel motivo. Ella le preguntaba cuántos millones le harían falta para enterrar el pasado. Su padre había crecido en la pobreza, con un padre brutal, y se había jurado que su familia nunca sufriría como él. Kelsey lo respetaba por aquel motivo y era consciente de haber heredado su arraigado sentido de la responsabilidad. Hiciera lo que hiciera Kevin, ella siempre estaba dispuesta a ayudarlo y, si encontrase a su madre, también la ayudaría a ella.

—Billings Industries se convirtió en su gran amor cuando se dio cuenta de que había perdido a tu madre —dijo Artie—. Creyó que era demasiado tarde para recuperarla.

—¿Y tú qué crees?

Giraron hacia el barrio de los Whitaker, un mar de casitas familiares con pequeños jardines y piscinas en el patio de atrás.

—Creo que cometió el mayor error de su vida al no ir tras ella.

Kelsey lo miró fijamente, mientras le daba vueltas en la cabeza a los planes que tenía para la compañía. Estaba más decidida que nunca a llevar el proyecto hasta el final. Cambiaría el rumbo de Billings Industries. No volvería a hacerle daño a un solo ser humano para alimentar la ambición empresarial. Quizá cuando hubiera acabado, iría a buscar a Jordan y podrían volver a empezar. Le dedicó a Artie su mejor sonrisa.

—Gracias por compartir los temores de mi padre conmigo. No quiero pasarme la vida amando a un segundo amor. La empresa nunca fue mi sueño. Quiero buscar mi propia felicidad.

—Ésta es mi niña. Estoy orgulloso de ti.

Kelsey sacó un pañuelo de papel de la caja que había en el asiento y se secó las lágrimas.

—No estés tan orgulloso todavía. Va a ser una pesadilla asegurarse de que la compañía acabe en buenas manos.

De repente pensó en Douglas. Por supuesto. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Con todas las horas extenuantes que habían pasado juntos revisando las cifras, las noches que se habían pasado sin dormir pensando en cómo su empresa podía ayudar a los negocios que trataban de prosperar para que sus trabajadores no acabaran en el paro. Douglas sabía lo que Kelsey quería hacer, se conocía la compañía al dedillo. No había nadie mejor a quien confiarle el sueño de su padre.

—¡Douglas! —exclamó, emocionada—. ¡Douglas puede ocupar mi lugar!

—Ahora sí que has perdido la chaveta —dijo Artie—. Puede que mi hijo sea bueno en su trabajo, pero estar al frente de una compañía del tamaño de Billings Industries es otra historia.

—¿Te has vuelto loco? Él me ha ayudado a diseñar el proyecto que lo cambiará todo. Sé que sería capaz.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Kelsey se quedó inmóvil. Aquel tono paternal siempre la hacía poner firme.

—Claro.

—Si sabías que querías cambiar las cosas y te has pasado tanto tiempo buscando el modo, ¿por qué no lo has hecho tú misma?

Kelsey agachó la cabeza.

—Tenía miedo de joderlo todo y hundir la empresa. Si hubiera destrozado sus sueños, no lo habría podido soportar.

—¿Así que sois los dos igual de imbéciles?

Ella sonrió, algo insegura, y se encogió de hombros.

—Supongo que en cierta manera sí. Por suerte para mí, yo todavía soy joven y puedo reconstruir mi vida.

Se detuvieron en la entrada de la casa de los Whitaker. Aquél había sido su segundo hogar desde que se marchó su madre. Ellie, la perfecta esposa de Artie, la había ayudado a deshacerse de las cosas de su madre cuando quedó claro que no iba a volver. Hizo lo mismo por ella cuando murió su padre.

En cierto modo, Kelsey se sentía como si hubiera perdido tanto a su madre como a su padre: a uno lo había enterrado y no sabía nada de la otra. No estaba segura de qué era peor, porque al menos a su padre podía ir a visitarlo al cementerio de vez en cuando. Se había quedado con algunos recuerdos de su madre, pero los recuerdos no podían reemplazar a la original.

Ellie salió a recibirlos a la entrada. Artie la saludó y luego volvió a marcharse, porque todavía estaba de servicio. Ellie llevaba el delantal puesto incluso a aquellas horas. Se le marcaban algunas arruguitas alrededor de los chispeantes ojos azules al reír y llevaba el pelo plateado recogido en rulos. Su rostro regordete se iluminó con una sonrisa cuando Kelsey se acercó. Abrió los brazos para recibirla y Kelsey se fundió en ellos. De inmediato, el dolor y las tribulaciones se desvanecieron. Tuviera los problemas que tuviera, Ellie siempre la ayudaba a ver las cosas con perspectiva. La abrazaba y le traía leche con galletas, como si aquello fuera la cura de todos los males, reales o imaginarios, y normalmente funcionaba.

Estrechó las manos de Kelsey y le dijo:

—Tengo galletas.

—Justo lo que necesito, más kilos.

—Ay, niña, no fastidies. Lo que yo daría por tener tu tipo.

Ellie la metió en la cocina a empujones y se sentaron en las sillas almohadilladas que había alrededor de la mesa de cristal.

—¿Crees que a una vieja pelleja con piel de naranja como yo la dejarían salir a hacer bailes eróticos en ese club tuyo?

Kelsey se atragantó con la galleta.

—¿Qué? —Ellie se miró las anchas caderas—. ¿Te parece que soy demasiado espectacular para ellos?

—No creo que tuviéramos bastantes gorilas para quitarte al público de encima —respondió Kelsey con un guiño.

Tener a alguien a su lado que la quisiera incondicionalmente era el mejor sentimiento del mundo. Se acordaba del día en que le confesó a Ellie que era lesbiana. Ésta se había limitado a arquear las cejas.

—Lo dices como si fuera una enfermedad o algo. No lo digas como si te avergonzases. Si crees que una palabrilla como «lesbiana» hará que te quiera menos, estás muy equivocada, jovencita.

Kelsey sintió una punzada en el corazón al recordarlo. No creía poder querer a nadie más de lo que quería a Ellie, después de todo lo que la había apoyado siempre que le iba con cualquier problema.

—Me alegro de estar aquí —suspiró—. Ha sido un mes horrible, créeme.

—Lo siento mucho, cielo. ¿Qué ha sucedido?

—Ah, lo de siempre. Trabajo y más trabajo.

Kelsey se imaginaba que Artie no le había contado el acto de vandalismo que había tenido lugar en su casa, porque no le gustaba preocupar a su esposa. No obstante, Ellie la observó con detenimiento.

—Mientes muy bien.

Kelsey la miró con el entrecejo fruncido.

—Detesto que me leas la mente.

—Ya lo sé —afirmó Ellie con satisfacción—. Cuéntame qué nuevo amor tienes.

Kelsey se quedó de piedra. ¿Acaso lo llevaba escrito en la cara o algo así? Ella acababa de darse cuenta de los sentimientos que le atenazaban la boca del estómago y todavía existía la posibilidad de que estuviera equivocada. Estaba programada para no sentir amor, no necesitarlo y no quererlo. Joder. ¿Era el amor la razón por la que no podía sacarse a Jordan de la cabeza, como si fuera un juego de realidad virtual?

—No hay mucho que contar —dijo débilmente.

—Oh, tonterías. Artie me ha dicho que saltaban chispas entre vosotras dos.

Anda, pues sí que le había contado a Ellie algunos detalles. A Kelsey no le apetecía admitir que seguramente había estropeado la posibilidad de tener una verdadera relación, así que se encogió de hombros.

—Hace poco que nos conocemos. No es para tanto.

—Nena, ¿con quién te crees que estás hablando? No has salido con nadie desde que murió tu padre. Si te estás viendo con esa mujer, es que te has enamorado hasta las trancas.

—No es eso. No íbamos... en serio.

—Ajá. Entonces, ¿cuándo te diste cuenta de que la amabas, exactamente?

Volvió a ver a Jordan en su cabeza y cerró la mano en torno a la galleta con tanta fuerza que la deshizo.

—No sé lo que siento —admitió—. Pero ya no importa, porque la he jodido.

—Entonces más te vale arreglarlo.

Ellie miró el reloj de pared: siempre cocinaba algo cuando Artie trabajaba de noche, para que encontrara comida caliente cuando llegara a casa. Automáticamente, Kelsey fue a la nevera y sacó beicon y huevos. Se pusieron a hacer la comida como si no hubiera nada raro en preparar el desayuno en mitad de la noche.

—Creo que no tiene arreglo —dijo Kelsey, mientras cortaba el pan a rebanadas para hacer tostadas—. Resulta que su madre fue víctima de uno de los cierres de mi empresa.

Ellie negó con la cabeza.

—Da igual. Arréglalo.

—¿Por qué iba a querer a una mujer que me odia?

—Porque cuando lo arregles ya no te odiará —contestó Ellie, mientras cascaba los huevos en un bol.

—¿Y cómo puedo arreglarlo?

Ellie encontró el batidor.

—Eres una de las personas más inteligentes que conozco. Llevas una compañía enorme tú sola. Ya se te ocurrirá algo.

Ni hablar. No necesitaba amor y el dolor que le encogía las entrañas no era indicativo de que lo hubiera encontrado de verdad. Tampoco tenía nada que ver con que fuera a dejar que se le escapara de las manos. En absoluto.

—Ellie, me odia y no la culpo. Además, como ya te he dicho, no estoy enamorada de ella.

—No me hagas soltar palabrotas tan temprano —le dijo Ellie, batiendo los huevos con energía—. Si no encuentras la manera de solucionar esto, tendré que dejarte sin leche con galletas.

Kelsey no respondió. Ellie no la conocía tan bien como creía.

«Yo no ruego y mucho menos suplico como una pobre imbécil.»

Calentó la tostadora y colocó un par de rebanadas de pan.

—Quiero conocerla —añadió Ellie.

—No creo que sea posible.

Tendría que haber sabido que no le serviría de nada discutir. Ellie se limitó a poner el beicon en la plancha y preguntó:

—¿Cómo se llama?

—Jordan Porter —contestó Kelsey. Y añadió, cortante—: Sale en la guía. Llámala a ver qué piensa de mí. Entonces entenderás por qué no tiene arreglo.

—Eso ya lo veremos —insistió Ellie.

—Lo que tú digas.

Kelsey le dio la vuelta a la tostada. Le gustaba tener la última palabra con Ellie, porque era algo que no sucedía a menudo.