Capítulo diez

La verja de la casa de Kelsey estaba abierta de par en par. Habían tirado papel higiénico sobre los arbustos y los árboles como si fueran guirnaldas de Navidad. También habían lanzado pintura roja sobre la fachada, en un cruel intento de estropear su belleza.

—Dios santo...

Kelsey bajó a toda prisa del Viper en cuanto aparcaron. Jordan sacó el móvil y llamó a emergencias, mientras bajaba del coche y seguía a Kelsey por el patio delantero. La operadora respondió.

—¿Cuál es su emergencia?

—Alguien ha entrado en casa de mi amiga. Necesitamos una patrulla inmediatamente.

Jordan le dio la dirección.

—Señora, ¿hay alguien con usted?

—Mi amiga está aquí. Es la propietaria de la casa.

La operadora le dijo que permaneciera al teléfono hasta que llegara la policía y Jordan rodeó a Kelsey con el brazo.

—Están de camino.

—¿Qué clase de jodido chiflado haría algo así?

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras contemplaba el jardín. Su bello rostro estaba contraído por la pena.

«Seguramente el mismo jodido chiflado que envía amenazas de muerte al club.»

Jordan se guardó aquel pensamiento para sí. La mujer que Harold había reducido no había negado estar detrás de aquellas amenazas y todo el mundo parecía pensar que, efectivamente, podía haber sido ella. ¿Se habría metido en casa de Kelsey? Y si sabía dónde vivía, ¿qué más podía saber? ¿Qué relación tenía con Kelsey?

Jordan paseó con Kelsey por el jardín, para comprobar los destrozos. Había cristales rotos sobre las plantas tropicales, alrededor de la entrada. Al inspeccionar más a fondo, encontraron algunas ventanas rotas. Habían lanzado más papel higiénico desde dentro de la casa. Kelsey subió al porche de madera.

—No entres —la detuvo Jordan—. Espera a que llegue la policía.

Kelsey soltó un chillido agudo y se llevó las manos a la boca. Jordan siguió la dirección de su mirada de horror y un escalofrío le recorrió la espalda. En las tablas del patio habían escrito una nueva amenaza a punta de cuchillo.

Ha llegado tu hora, zorra

Los sollozos desconsolados de Kelsey le rompieron el corazón. La abrazó con fuerza hasta que apareció la policía, con las luces y las sirenas puestas, como si vinieran a arrestar a un terrorista. Su pronta llegada sorprendió a Jordan, aunque supuso que una de las ventajas de vivir en un barrio como aquél era que la policía acudía cuando la llamaban. Si hubiera llamado desde casa de su madre habría sido diferente; eso si se dignaban a aparecer. Apartó aquel amargo pensamiento de su mente y soltó a Kelsey. Las dos contemplaron las luces brillantes.

Después de confirmarle a la operadora que la policía había llegado, Jordan colgó y se llevó a Kelsey del porche. Si el acosador o acosadora había dejado algún rastro, no quería contaminar la escena antes de que la analizara la policía.

Un policía alto, vestido de paisano, se les acercó e iluminó la parte de atrás de la casa con una linterna.

—¿Habéis entrado?

—No —contestó Kelsey, enjugándose las lágrimas.

El inspector dio algunas órdenes, se sacó una llave del bolsillo y se la dio a un policía vestido de uniforme.

—Asegúrate de que no hay nadie en la casa. —Se volvió hacia ellas de nuevo—. ¿Tienes idea de quién puede haber hecho esto, Kelsey?

Kelsey respondió sin extrañarse de que el inspector la llamara por su nombre de pila.

—Supongo que podría hacerte una lista.

Para sorpresa de Jordan, el policía la rodeó con sus fuertes brazos.

—No pasa nada, nena. Ya sabes el viejo dicho: «Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca.» Tu padre siguió siempre esa regla.

—Ay, Artie —suspiró Kelsey—. Tendría que haberte llamado antes.

«¿Artie?»

¿Kelsey conocía a un inspector por su nombre? ¿Quién coño era aquella mujer?

Artie le dio una palmada en la espalda y la soltó.

—Parece que tenemos que hablar de muchas cosas.

—Eso es decir poco. —Kelsey sonrió a Jordan con timidez—. Jordan, te presento a mi segundo padre, Artie Whitaker. El mejor amigo de mi padre.

Artie le tendió la ancha mano y Jordan se la estrechó. Había un millón de preguntas que quería hacerles a los dos, pero por el momento callar parecía la mejor opción.

—La casa está limpia, señor —gritó el agente desde el porche—. No hay nadie. Sólo un desorden de mil demonios.

Kelsey fue hacia allá y Jordan la siguió al punto. Artie Whitaker se quedó atrás, hablando por radio. Las habitaciones con ventanas rotas también estaban llenas de papel higiénico y manchadas con bombas de pintura. Las cortinas estaban desgarradas y se agitaban en las ventanas con el viento. Kelsey se cubrió la boca al llegar a la sala de estar. Las bolas de pintura habían roto una vitrina y había cristales en la moqueta.

—Era de mi madre...

Kelsey se echó a llorar de nuevo y las lágrimas hicieron que se le corriera el rímel; se arrodilló y se puso a recoger trozos de porcelana. Había una tiara con una piedra preciosa en el centro, torcida y rota junto a la vitrina. Kelsey la cogió, la abrazó contra su pecho y rompió en sollozos.

—Le encantaba. Más que ninguna otra cosa.

La voz de Artie desde la otra habitación atrajo la atención de Jordan y ésta despegó los ojos de aquella desoladora imagen.

—No hay señal de que hayan forzado la puerta, así que lo más seguro es que quien haya sido supiera el código.

Entró en la sala de estar y se detuvo al ver a Kelsey en el suelo.

—Quiero que atrapes a quien ha hecho esto —farfulló ella.

—Le cogeremos, pequeña.

Dio un rodeo para no pisar los cristales rotos y miró por la ventana hecha añicos.

—No puedes quedarte aquí. Será mejor que vengas conmigo y con Ellie. Se queja de que nunca vienes a vernos.

—No pasa nada, señor. Puede quedarse conmigo —intervino Jordan—. Tenemos que hablar.

Artie asintió.

—Bien. Coge lo que necesites, pero no intentes limpiar nada.

—Pero no puedo irme así, sin más —murmuró Kelsey, sin apartar los ojos de sus recuerdos.

Artie cruzó la habitación, le puso la mano en el hombro y le habló con dulzura.

—Tendremos que precintar toda la casa durante la investigación. No podrás volver hasta que la policía científica acabe de buscar huellas y recoger pruebas.

Jordan agarró a Kelsey de la mano.

—Venga. Vamos a coger algo de ropa.

 

Quien estuviera jugando con ella quería que viviera con miedo y lo estaba consiguiendo. Nunca había estado tan asustada. Había recibido muchas cartas incendiarias y llamadas cargadas de odio en Billings Industries. La gente le gritaba obscenidades y colgaba, como si eso les diera el control. Paula Riching había sido la primera persona en seguirla a The Pink Lady seguramente era quien había escrito las últimas notas y había hecho las llamadas que había interceptado Sharon. ¿Pero aquello? Kelsey nunca había sufrido un ataque tan lleno de rencor. Tan personal. Quienquiera que lo hubiera hecho quería dejarle bien claro algo, aunque no sabía el qué.

Se concentró en lo que tenía que meter en la bolsa para llevarse a casa de Jordan. Esta estaba sentada en la cama, a pocos metros, con los brazos cruzados. Su expresión era seria y Kelsey no se atrevía ni a mirarla. Aquella noche iba a tener que explicarle muchas cosas, pero no sabía si estaba preparada para hacerlo. Ya no estaba segura de poder compartir sus secretos más sucios con una mujer que había llegado a importarle y a la que admiraba. Lo único que quería era hacerse un ovillo en un sofá y quedarse dormida en sus brazos para olvidar sus problemas y el resto del mundo en general.

Todavía podía decidir irse con Artie. Allí estaría segura. Ellie y él lo sabían todo de su padre y ella, y no la juzgaban.

—¿Estás lista? —le preguntó Jordan.

Kelsey se dio cuenta de que se había quedado mirando al vacío. Se puso recta y decidió que había llegado la hora de coger el toro por los cuernos. Lo único que tenía que hacer era pasarle la pelota a Jordan y esperar a ver qué ocurría.

Artie las esperaba en el jardín delantero.

—Necesito el nombre y el número de teléfono de todas las personas que tienen el código.

Kelsey sintió como si le oprimieran el pecho. Artie estaría orgulloso de ella.

—Sólo se lo he dado a la gente en quien confío.

—Bien hecho. ¿Para qué se lo ibas a dar a nadie más? —Le sonrió ampliamente y sus ojos relucieron, divertidos.

El viento le agitó el pelo, plateado—. ¿Y en cuántas personas confías?

Kelsey le lanzó una mirada de exasperación y empezó a decir nombres.

—Darren y Sharon. Kevin. Tú. Jordan. Nadie más.

Artie parecía aliviado.

—¿Eso es todo?

La recorrió una oleada de culpabilidad. Tenía que contarle muchas más cosas.

—Me están acosando —soltó, antes de cambiar de opinión.

La simpatía de Artie se desvaneció y una mirada airada vino a reemplazarla.

—¿Qué quieres decir?

—Alguien ha estado dejándome amenazas de muerte en el club. Notas, llamadas de teléfono. Una mujer se presentó la otra noche, me llamó de todo y me amenazó antes de que Harold la echara. Tengo su nombre y su número de matrícula.

Artie pasó una hoja de su libreta.

—Por mucho que te guste hacerte la dura, hay cosas de las que no puedes ocuparte sola. ¿Cómo se llama?

—Paula Riching.

La dura mirada de Artie se tiñó de confusión. Temía decirle la segunda parte, pero inspiró hondo y prosiguió.

—Compramos la empresa de su padre.

Artie levantó la mirada al punto.

—¿Por qué no me lo habías dicho antes?

Ahí estaba: el instinto protector que la hacía sentir segura. Había ocupado el lugar de su padre sin titubeos, sin reservas. Lo adoraba por quererla tanto.

—No quería preocuparte. —Lo miró a los ojos—. Y creía que sólo estaba enfadada, pero que no pasaría de ahí.

Artie escribió algo en la libreta.

—Duerme un poco. Yo me encargaré de esto. Pero más vale que me llames a primera hora de la mañana. Tenemos que hablar de varias cosas.

Kelsey sabía que no diría nada más delante de Jordan y deseó abrazarlo por ser tan discreto. Miró a Jordan de reojo y su expresión le dejó claro que aquella noche tenía intención de llegar hasta el fondo de su misteriosa vida. No estaba segura de por qué era tan importante que Jordan lo supiera todo, pero deseaba contárselo. No quería que hubiera secretos entre ellas, así que, acabara como acabara la noche, se lo contaría todo y al menos se quedaría con la conciencia limpia.

 

Jordan condujo el Viper por la carretera que discurría entre jardines tropicales, con palmeras altas y bajas, cuyas hojas se balanceaban a merced del viento. Llegaron frente a una gran casa de estuco gris con una baranda alrededor. A diferencia de muchas casas de la costa de Los Angeles, tenía una chimenea alta.

Kelsey se sintió como en casa enseguida. Estaba impaciente por entrar y encender la chimenea. Jordan cogió su bolsa del asiento trasero y Kelsey la siguió al interior por un ancho pasillo, hasta llegar a una sala espaciosa con un mullido sofá en el centro. Había una butaca orejera a juego y un sillón reclinable a los lados, formando un cuadrado en el suelo, en cuyo centro había una mesita de café para completar el cuadro.

Kelsey se relajó un poco al ver el hogar de piedra de la chimenea. Había atizadores con agarradores de latón en el borde. Se moría de ganas de encender el fuego y acurrucarse junto a Jordan.

—Bienvenida a mi humilde morada.

Jordan dejó la bolsa de Kelsey en el suelo y encendió una lámpara en el rincón. Kelsey paseó por la estancia y contempló todos los chismes, trofeos, medallas y fotografías de caras sonrientes. Notó que se le encogía el corazón al pensar en su padre y hasta en su insensible hermano gorrón, pero sobre todo en su madre. En aquellos momentos la echaba muchísimo de menos. El hogar de los Billings solía mostrar las mismas caras sonrientes antes de que su madre se marchara y antes de que un ataque al corazón se llevara a su padre. Después de aquello todo había ido de mal en peor, hasta que conoció a Sharon.

Aunque nunca había estado enamorada de ella, tenían sueños parecidos. Sharon tenía el bar y necesitaba su ayuda para darle vida, así que Kelsey se había tirado a la piscina para explorar su deseo de bailar. Al principio había planeado hacer strip-tease solamente un par de noches por semana y como algo temporal. Sin embargo, con el baile desconectaba de la vida real y de aquel negocio que la hacía tan infeliz.

Los sueños de su padre la habían empujado hacia delante día a día, sin mirar atrás y sin prestarle atención a lo que de verdad importaba en la vida. Lo único que la motivaba era continuar con su legado. Si no hubiera sido por The Pink Lady sus excéntricos amigos, se habría vuelto loca mucho tiempo atrás. El club se había convertido en un lugar donde podía desahogarse y, cuando el local empezó a funcionar, Kelsey se sintió orgullosa de haber aportado su granito de arena.

Jordan pasó por su lado y la miró a los ojos.

—¿Quieres que encienda el fuego, ya que no dejas de mirar la chimenea?

Cuando Kelsey asintió, Jordan prendió unas ramitas y un poco de papel y se sentó sobre los talones para ver cómo se avivaba el fuego. Se le marcaban los músculos de los brazos cada vez que tiraba un tronco a las llamas, pero Kelsey dejó de fantasear cuando Jordan se limpió las manos y se dejó caer en el sofá.

«Allá vamos.»

—¿Lista para contarme qué demonios está pasando aquí?

—¿Qué quieres saber?

Kelsey era consciente de que con aquella pregunta no hacía más que ganar tiempo, pero no es que quisiera jugar con Jordan: sencillamente no sabía por dónde empezar. Jordan la miró con impaciencia.

—Esa es una pregunta estúpida. No he visto nunca que la policía llegara tan rápido a la escena de un crimen como lo han hecho hoy, evidentemente porque eres una especie de hijastra del inspector jefe. Te desnudas en un club, pero no necesitas el dinero. Vives en una mansión y parece que la policía sea tu equipo de guardaespaldas privados. —Dejó escapar una carcajada sarcástica—. Eso descarta que trafiques con drogas, pero sigo sin saber cómo te ganas la vida y el vandalismo y las amenazas me han dado que pensar. Así que, ¿qué tienes que contarme, Kelsey?

Kelsey respiró hondo, rodeó las piernas de Jordan y se sentó a su lado.

—Ya sabes que no me desnudo. No soy tan barata. Yo bailo.

Jordan rió.

—Vale, ésa te la concedo.

—Y ya te dije que llevo la empresa de mi padre. Murió hace casi dos años. Mi hermano es demasiado estúpido para llevar otra cosa que no sea su Hummer y la verdad es que ni de eso estoy segura —sonrió, pero, como Jordan no dio muestras de que el chiste le hiciera gracia, volvió a posar la mirada en el fuego—. En cualquier caso, heredé el negocio. Mi padre sabía que era la única que tenía lo que hay que tener para manejarlo, porque me había entrenado durante años.

—Te debía de querer mucho, para dejártelo todo.

—No sé si voy a poder estar a la altura de sus expectativas.

—Estoy segura de que estás haciendo un buen trabajo —insistió Jordan con un tono de clara simpatía en la voz.

Las llamas se agitaron, bajo la atenta mirada de Kelsey.

—He hecho lo que se esperaba de mí. Es difícil de explicar... complicado.

—Kelsey, me estoy cansando de juegos. Ya sé que empezamos como un rollo sexual y Dios sabe que nunca esperé que...

Kelsey se volvió poco a poco, con el corazón golpeándole el pecho.

«¿Qué es lo que nunca esperaste?»

Pensó en la atracción irracional que sentía por Jordan y en las emociones que había tratado de ignorar desde que la conoció. Entre ellas había algo más que una conexión sexual, eso ya era innegable, pero lo que no sabía era lo que sentía Jordan.

—¿Qué es lo que no esperabas? —susurró, esperanzada.

Jordan gruñó.

—Nunca esperé que las cosas se complicaran tanto. Gente que irrumpe en tu casa, amenazas de muerte, la loca del club, la policía que corre a protegerte. Ve al grano, Kelsey. Se me está agotando la paciencia.

Kelsey dio un respingo y todas las palabras que anhelaba decir se le fueron de la cabeza. Quería averiguar si Jordan sentía algo por ella y también quería hablarle de los últimos dos años, para que supiera lo triste que estaba porque su padre había muerto solo en su despacho y no había podido decirle adiós. Lo perdida que estaba sin su madre. Lo sola que se había sentido ante la tumba de su padre y lo desgraciada que había sido su vida hasta que la había conocido.

Kelsey contuvo la respiración y reflexionó sobre aquel hecho tan increíble. De repente, todo le importaba mucho más; la idea de perder a Jordan le resultaba insoportable. Entrelazó los dedos con nerviosismo. ¿Cómo iba a explicarle la locura en la que estaba sumida su vida sin arriesgar lo que más le importaba? Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba que Jordan la entendiera y la aceptara.

Notó que se le encendían las mejillas y dejó escapar el aliento contenido de golpe, con un sonido parecido a un quejido. Se volvió enseguida para mirar a Jordan a los ojos. La verdad le temblaba en los labios: estaba enamorada.

—¡Que qué clase de negocio tienes, joder! —le gritó Jordan.

La aspereza de sus palabras fue como una bofetada de realidad. Conmocionada, le sostuvo a Jordan la mirada airada y reprimió el impulso de hacerse un ovillo en su regazo y llorar ante la injusticia que suponía estar a punto de perder algo que ni siquiera había sido consciente de querer.

—Es una corporación —tartamudeó, tratando de retrasar lo inevitable.

—Bueno, eso ayuda mucho.

El cinismo de Jordan la hirió de un modo que no esperaba. Con ella, Kelsey se sentía súbitamente vulnerable y se encogió sobre sí misma. Si hubiera puesto su plan en práctica antes, si hubiera sido lo bastante fuerte para plantar cara a los viejos ambiciosos que querían más y más dinero, por llenas que tuvieran ya las carteras... Jordan no la escucharía: no le daría la oportunidad de explicarle que, en realidad, era una persona decente y de buen corazón.

Con lo que iba a contarle, a Jordan se le revolvería el estómago y Kelsey no podría defenderse. ¿Cómo podía explicarle que había decidido seguir destrozando empresas y despidiendo a empleados? No podía esperar que Jordan la perdonara por no cambiar el rumbo de la empresa en cuanto su padre murió. Apenas podía perdonarse ella misma.

Kelsey levantó la barbilla. Su padre no la había defraudado nunca y ella no pensaba defraudarlo ahora por nada del mundo. No se disculparía por él. Había levantado un negocio próspero y había vivido el sueño americano. La gente como Jordan iba y venía, pero el recuerdo de su padre y la vida que habían compartido vivirían siempre con ella.

—Compro negocios que tienen problemas —dijo.

—¿Como el de aquella tal Riching?

—Sí. Compramos compañías débiles, las echamos abajo, despedimos a los trabajadores y vendemos los activos por más dinero del que podrías imaginar.

—Vaya, no suena nada bonito.

Kelsey esperó lo que sabía que estaba por venir. Jordan era como el resto del mundo, su expresión dura era buena prueba de ello. Fue testigo del momento en que Jordan ató cabos.

—Me estás tomando el pelo... —Se dio con la mano en la frente—. ¿Tú eres Billings Industries?

Se levantó, negando con la cabeza, y a Kelsey se le encogió el corazón. Miró a Jordan a los ojos fijamente. No se le ocurría nada que pudiera suavizar lo monstruosa que era. Su instinto de supervivencia se había vuelto loco: decirle que sí era una trampa, pero decirle que no significaría volver al pozo de mentiras del que quería salir. No tenía sentido negarlo por más tiempo. A Jordan le bastaría con buscar la empresa en Google y vería que Kelsey era la presidenta. Con todo lo que le había pasado a la señora Porter, lo que la sorprendía era que Jordan no la hubiera buscado y hubiera atado cabos antes.

Reunió toda la fuerza de voluntad que tenía y repuso:

—Sí. Mi padre creó Billings Industries y yo lo sucedí como presidenta.

—Ah, joder. —Jordan se echó las manos a la cabeza—. La dueña de la compañía que destrozó la vida de mi madre, la persona que la mandó a vivir a un vertedero plagado de drogas está sentada en mi puta casa.

Sus ojos reflejaban un odio profundo que Kelsey reconocía. Lo había visto en cientos de rostros cuando se dirigía a los grupos de trabajadores que iban a ser despedidos. Abrió la boca para defenderse, pero la cerró de golpe. Aún le quedaba algo de orgullo y no había absolutamente nada más que decir. Los ojos se le llenaron de lágrimas; ansiaba acercarse a Jordan, abrazarla y decirle lo mucho que lo sentía, pero se reprimió. Estaba acostumbrada al odio y a la condena de los demás. Cuando Jordan se quedara a gusto con ella, Kelsey se marcharía aún más insensibilizada que antes, así que se mantuvo firme.

—Todos los que despedimos son indemnizados justamente.

—¿Así es cómo lo llamas? —Jordan cruzó los brazos como si necesitara contenerse para no pegarle un puñetazo—. Me das ganas de vomitar.

Salió de la sala y sonó un portazo en algún punto de la casa. Kelsey no se movió. Estaba aterrorizada y confusa, y no sabía qué hacer, así que trató de normalizar su respiración y sopesar sus opciones. Podía seguir a Jordan y tratar de explicarle que las cosas en Billings estaban a punto de cambiar, ¿pero para qué? Jordan era igual que todos: la juzgaba antes de conocer todos los hechos. No podía esperar que confiara en ella lo suficiente para dejar a un lado su ira y escuchar sus proyectos.

Sacó el móvil y buscó el número de Artie, pero, antes de que llamara, la puerta se abrió de golpe y Jordan irrumpió de nuevo en la sala de estar, furiosa. La luchadora que había en Kelsey no le permitió echarse atrás, así que levantó la barbilla y le sostuvo la mirada a Jordan.

—Te quiero fuera de aquí a primera hora de la mañana. —Los labios de Jordan se torcieron en una mueca mientras escrutaba con enfado el rostro de Kelsey. Entonces le lanzó una manta y una almohada a los pies, se dio media vuelta y se fue.

Kelsey dio un salto cuando Jordan salió de la sala de estar y dio un portazo. Sólo tenía que seguirla y explicarle que proyectaba cambiar la empresa para arreglar aquel desastre. ¿Sería así de simple? Dio un paso titubeante y se detuvo.

Jordan estaba fuera de sí y su ira era comprensible. No era el mejor momento para intentar razonar con ella y Kelsey tampoco se sentía con fuerzas para oírle decir que John Billings era un hombre cruel y sin corazón. Además, si le hablaba de sus motivos para cambiar los objetivos de la empresa, sería como admitir que ella también despreciaba lo que había hecho y nadie, absolutamente nadie, iba a obligarla a decir algo así. Su padre se había dejado la piel para hacer realidad sus sueños, tras haberse criado con un padre que le pegaba a diario. No podía deshonrarlo ahora, de ninguna manera.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas.

Jordan nunca sabría la verdad.

 

Jordan paseó de un lado a otro del dormitorio, con los puños cerrados. Nunca había tenido tantas ganas de pegarle a alguien. Santo cielo, ¿cómo no lo había visto antes? Kelsey Billings, la dueña de Billings Industries, estaba en su casa. Por amor de Dios, ¡se había acostado con ella!

Se dejó caer en el borde de la cama y apoyó el rostro entre las manos. La imagen de Kelsey desnuda entre sus brazos se coló en su cabeza. Jordan aún podía sentir cómo temblaba su hermoso cuerpo mientras le metía los dedos bien adentro. Todavía notaba sus brazos rodeándole delicadamente los hombros y el cuello, abrazándola como si se avecinara el fin del mundo.

Se levantó de la cama, se metió en el baño y contempló su reflejo.

—¿Pero cómo diablos se puede tener tan mala suerte?

Se alejó del espejo, apagó la luz y volvió al dormitorio. Malhumorada, se sacó la camiseta por la cabeza, se quitó los vaqueros, se puso unos bóxers y se metió en la cama. Notó un nudo en el estómago cuando oyó el sonido amortiguado del llanto de Kelsey. ¿Se habría pasado con ella?

«En absoluto.»

Aquella mujer le había destrozado la vida a su madre y por culpa suya ahora estaba hundida en una depresión. No tenía que disculparse con Kelsey. Aun gracias que no le pegaba una paliza sobre el tatami.

—Llora toda la noche si quieres. Me importa una mierda —murmuró Jordan.

Apagó la lámpara de la mesilla y la habitación se sumió en la oscuridad. Vividas imágenes se sucedieron en su mente y empezó a dar vueltas en la cama en un intento de escapar a los recuerdos más explícitos y a su tortura. Saber que Kelsey estaba al fondo del pasillo, seguramente desnuda bajo la manta, era un castigo todavía peor.

Quizás había sido demasiado dura. Era evidente que Kelsey había estado muy unida a su padre y Jordan admiraba su inquebrantable lealtad, pero aquello no era excusa. Podría haber vendido la empresa si no compartía sus objetivos, si no hubiera tenido el corazón de piedra y hubiera considerado que la gente no merece que la traten como basura.

Jordan intentó ponerse en el lugar de Kelsey e imaginó que heredaba un monstruo de un padre al que amaba. Quizás ella tampoco habría sido capaz de deshacerse de él. ¿Tenía derecho a juzgarla sin haberse visto nunca obligada a tomar una decisión parecida? Jordan puso los ojos en blanco: allí estaba ella, tratando de buscar excusas para justificar a una mujer que había destrozado las vidas de otros a propósito.

Kelsey era una bruja. Una bruja con el cuerpo más maravilloso que había visto jamás. Jordan refunfuñó y se sentó en la cama al darse cuenta de la horrible realidad.

—Oh, mierda. Estoy enamorada de una bruja.

Antes de cambiar de opinión, se levantó de la cama y recorrió el pasillo hacia la sala principal. Esperaba encontrarse a Kelsey temblando y sollozando.

Sin embargo, el sofá estaba vacío. Kelsey se había ido.