Capítulo nueve
Tras una larga semana de trabajo, Kelsey se desplomó sobre la silla de su camerino y contempló su reflejo. Debería de haberse animado un poco allí, en su segundo hogar, pero era como si la tristeza se hubiera apoderado de ella. Se retocó el maquillaje mientras se preguntaba si Jordan aparecería aquella noche. Sólo de pensarlo le dio un vuelco el corazón, pero sabía que no sucedería. Jordan no había vuelto a poner un pie en The Pink Lady desde su polvo de despedida y Kelsey no esperaba lo contrario. Las dos sabían lo que había: la aventura se había terminado. No se iban a hacer amigas ni nada parecido. Jordan había sido un buen polvo y nada más.
Kelsey se levantó y empujó la silla, se alisó la minifalda, se puso la máscara y recorrió el pasillo. Mantuvo los ojos pegados al suelo cuando Max la llamó a voz en grito. No quería ver a las mujeres babosas que la esperaban. Cuando atravesó el telón y llegó al taburete del escenario, se puso encima, boca abajo, y abrió las piernas.
El aire se llenó de silbidos y la música atronadora retumbó en sus oídos. El muro de sonido la aisló de sus propios pensamientos y volvió a ser la de siempre bajo los estridentes altavoces. Sin dejarse llevar por las emociones. Calmada y controlada. Mientras los vítores se sucedían y el público daba patadas en el suelo, ella se contoneaba de un lado a otro del escenario y se dejaba tocar los brazos y las piernas. Algunas almas valientes llegaron a acariciarle mechones de su largo cabello suelto, pero Kelsey pasó de largo con desdén.
Cogió la mano de alguien que se agitaba en el aire y le chupó unos cuantos dedos. A pesar de la música y los gritos, no pudo evitar que le viniera a la cabeza la imagen de Jordan y, al recordar sus dedos en su interior, el calor prendió entre sus muslos. Se llevó la mano de la mujer a la entrepierna y se frotó las caderas en sus nudillos, pero aun así no pudo dejar de pensar en cómo la tocaba Jordan.
Se mojó enseguida y se frotó más fuerte, hasta que unos dedos rollizos se deslizaron bajo su tanga. Kelsey miró directamente a los ojos castaños de la mujer, que sonrió ampliamente e intentó meterle los dedos más adentro, pero Kelsey le apartó la mano y se alzó por encima de la multitud. Oh, sí. Aquél era su lugar. Allí sentía que el mundo exterior desaparecía y la vida real se volvía insignificante en comparación. Paseó por el escenario entre decenas de caras y decenas de sonrisas. Tenía un buen puñado de fans entregadas.
La música terminó demasiado pronto. No quería que cesara la música, porque el silencio la devolvería a la realidad. Abandonó el escenario y corrió a su camerino. Por el pasillo, se quitó la máscara y el top. No le importaba si la veía alguien. Los lanzó contra la pared en cuanto entró en el camerino. La minifalda se fue al suelo. Se quitó los tacones, cogió los vaqueros y se cubrió el torso con una camiseta sin mangas. Un ruido la alertó y se volvió hacia la puerta. Sharon estaba en el umbral.
—¿Estás bien? —le preguntó, manteniendo las distancias—. No eras tú misma ahí fuera.
Kelsey asintió.
—Todo bien, jefa.
—¿Quieres hablar de ello?
Kelsey no acababa de entender qué coño le pasaba. ¿Acaso su imagen de mujer fuerte y segura de sí misma se había ido al carajo?
—De verdad, Sharon, no me pasa nada. No te preocupes.
—Kelsey, no puedo ayudarte si no eres sincera conmigo. Creo que habría que llamar a Artie. —Sharon se le acercó y le tendió un sobre—. Te ha llegado otra carta.
Kelsey la cogió con precaución. Se le había hecho un nudo en el estómago. La abrió despacio, sacó la nota doblada y leyó la nueva amenaza. Estaba pulcramente mecanografiada, igual que la primera.
Ojo por ojo y diente por diente.
Tu vida por otra
—No puedes ocuparte de esto tú sola —le dijo Sharon—. ¿Y si es más que una broma? ¿Y si Paula busca venganza? Kelsey negó con la cabeza. —No quiero sacar esto de madre —dijo.
Le temblaban las manos y las puso entre las rodillas.
—El otro día prácticamente sacaba espuma por la boca.
—Estaba borracha —puntualizó Kelsey—. Y no admitió que fuera ella la de las notas y las llamadas. Además, la adquisición de Riching fue de las más fáciles en las que ayudé a mi padre. Su padre ni siquiera estaba en contra de vender. Creo que se alegraba de que se acabara todo.
Sharon suspiró.
—Siento lo de la otra noche. Supongo que estaba un poco celosa.
Kelsey sonrió ante el súbito cambio de tema.
—No sufras.
Aunque Sharon sólo necesitaba desahogarse y seguían siendo amigas, Kelsey no quería contarle demasiado. No estaba dispuesta a hablarle de Jordan, porque, si se lo contaba, Sharon creería que había tenido algo que ver con la ruptura. Y que Dios las cogiera confesadas.
—¿Le has hablado de tu empresa? —la sondeó Sharon.
—¿A quién?
—No hagas como si no supieras de quién te hablo.
Kelsey se encogió de hombros.
—No tengo por qué contárselo. Ya me conoces. Cuando es sólo sexo, no hay nada de que hablar.
—¿Seguro? —dijo Sharon en un tono suspicaz, escrutando el rostro de Kelsey con atención.
—Joder, claro. Estoy segura —rió Kelsey—. No tengo tiempo para las cursiladas del amor. Además, tú eres la única persona a la que le da igual mi verdadero trabajo. Pero, claro, eres una zorra, así que no cuentas.
Sharon soltó una carcajada.
—Sí, lo soy, vale. —Se dirigió a la puerta—. Pero tarde o temprano tendrás que confiar en alguien.
—Confío en la gente que me quiere —dijo Kelsey.
Sharon la miró detenidamente.
—Por eso tienes que confiar en mí y llamar a Artie.
Kelsey asintió y metió la nota en el sobre otra vez. En aquel momento, Darren apareció en el camerino sin darle tiempo a escapar.
—¿Quieres ir a comer algo con Tony y conmigo después de que cerremos?
—Claro que sí.
Kelsey dejó la amenaza de muerte en el cajón superior de su tocador y Sharon la observó, interrogante.
—Podría llamar yo a Artie, si quieres.
—No. —Kelsey se puso en pie—. Es mi problema, no el tuyo.
Darren arqueó una ceja.
—¿Me estáis ocultando algo?
—¿Acaso Kelsey le haría eso a sus amigos? —replicó Sharon con sarcasmo.
Cuando se fue, Darren le puso la mano en la pierna.
—Kelsey, cielo, ¿se te ha ocurrido alguna vez que no tienes que defenderte de todo el mundo?
Kelsey no se movió, aunque las palabras de su amigo desataron algo en su interior. ¿Era eso lo que hacía? Contempló su reflejo en el espejo y retrocedió en el tiempo, hasta otro reflejo, en otro tiempo. Fue como ver a su madre devolviéndole la mirada, desde lo más profundo de su memoria. Era como ver una película antigua: Kelsey la vio llorar. Intentó consolarla rodeándole los hombros con el brazo.
Su madre suspiró hondo.
—Nada cambiará. Hasta cree que tiene que defenderse de mí.
La derrota que reflejaba su rostro hizo que Kelsey se sintiera totalmente impotente. Su madre había tirado la toalla. Había dejado de quererle. Kelsey siempre la había visto como la traidora que los abandonó y empezó una nueva vida. Sin embargo, ¿era la única que había traicionado a alguien? Por primera vez en la vida comprendió que su padre le había hecho daño a la mujer que le amaba y que aquello había tenido consecuencias. Había pagado aquel precio por levantar un muro entre él y la gente que lo quería de verdad.
¿Quería ella cometer el mismo error?
Jordan dejó el coche en el aparcamiento del restaurante de 24 horas y miró el reloj. Seguramente Connie tardaría diez minutos en llegar. Jordan había llegado pronto porque necesitaba desesperadamente ver a su vieja amiga y porque no quería aparcar en la calle, la misma en la que estaba The Pink Lady. En casa se estaba volviendo loca y tenía que hacer algo para sacarse todas aquellas imágenes de la cabeza. La televisión no ayudaba. Tampoco podía dormir. Y, sin descansar como es debido, no podía funcionar y mucho menos entrenar para el próximo combate. A aquel ritmo, algún oponente muy inferior a ella la humillaría públicamente.
¿Por qué no podía dejar de pensar en Kelsey?
Después estaba su madre, que se había mostrado tan tranquila durante su visita. Aquella mujer le provocaría una úlcera. Sus ahorros se agotaban a una velocidad de vértigo y Jordan no podía hacer nada para evitarlo. Apretó los dientes con irritación. Durante la semana anterior, había llamado a algunas empresas farmacéuticas de otros estados y también a varias farmacias, pero seguía sin encontrar nada.
Estaba asustada, desesperada. Se diría que su madre se negaba a darse cuenta de las pocas opciones que le quedaban y la muy obstinada insistía en que lo tenía todo bajo control y en que podía cuidarse sola. ¿Qué hacía falta para que asumiera la situación y le permitiera a Jordan hacer lo que cualquier hija querría hacer?
Cerró el Viper y entró en el restaurante. Suponía que tendría que esperar sola, pero oyó que alguien la llamaba y localizó a una pelirroja que le hacía señas desde una de las mesas que había junto a la ventana. Sólo con ver sonreír a Connie, Jordan se sintió mejor. Joder, necesitaba liberar un poco de tensión acumulada. Si alguien podía devolverla al buen camino era su ex compañera de cuarto en la universidad.
—¡Hacía meses que no me llamabas! —protestó Connie en cuanto Jordan tomó asiento a su lado.
—Lo siento. —Jordan agachó la cabeza con la esperanza de que Connie se apiadara de ella.
—Haces bien en sentirlo —le sonrió Connie—. ¿Tu madre ya ha encontrado trabajo?
Jordan negó con la cabeza.
—No. Sigue buscando y sigue sin dejar que la ayude.
—Eso es porque es una mujer con clase. No quiere aprovecharse de su hija.
Jordan se encogió de hombros y se apoyó en el respaldo de la silla.
—Supongo. Pero cuando se quede sin ahorros no tendrá más remedio.
—Entonces ya veréis lo que hacéis.
Pidieron unas cervezas y estudiaron la carta.
—La hamburguesa al roquefort está muy buena —apuntó Jordan. Solía pasar por aquel restaurante antes de ir a alguno de los clubs de más abajo.
—¿Quieres que compartamos algún entrante? —preguntó Connie—. Me muero de hambre.
Jordan no tenía apetito. Llevaba días viviendo a base de fruta y café, pero por hacer feliz a Connie dijo que sí.
—Claro, lo que quieras.
—Aros de cebolla. —Connie dejó la carta—. Y un batido. ¿Chocolate o vainilla?
A Jordan se le revolvió el estómago.
—Elige tú.
La camarera les llenó las jarras de cerveza y les tomó nota.
—Ahora, vamos a lo bueno —dijo Connie, en cuanto se alejó la camarera—. ¿Qué tal tu vida sexual?
Jordan sonrió. Nadie como Connie para ir al grano y saber que había alguna mujer en el asunto.
—Ya no vale la pena hablar de ella.
Connie la observó.
—¿Desde cuándo? ¿La zorra de Marsha no te fastidió la libido, verdad? Ya te dije que no la dejaras ir a vivir contigo.
Jordan se rió.
—No, es que... bueno... —Respiró hondo. Si no se lo podía contar a Connie, ¿a quién se lo iba a contar?—. Conocí a una persona. Una stripper.
—Oh, cuenta, cuenta —Connie se puso cómoda.
—No es nada. Sólo...
—¿Te la tiraste? Cuéntame esa parte.
Jordan sonrió y bebió un sorbo de cerveza mientras reflexionaba.
—No lo sé. Fue diferente.
Connie ladeó la cabeza.
—¿Diferente? Será mejor que te expliques, porque me ha parecido ver a Cupido disparando flechas con corazoncitos alrededor de tu cabeza.
Jordan echó un vistazo a su espalda cuando un ruidoso grupo entró en el restaurante. Carcajadas femeninas y risitas masculinas flotaron en el ambiente. Jordan se quedó sin respiración al reconocer a Kelsey con Darren y otro hombre. Su cabello largo y ondulado caía como una cascada de rizos dorados sobre sus hombros. Los fluorescentes del local le robaron parte de color a sus mejillas y, como resultado, sus rasgos parecían más duros. Vio a Jordan y a Connie, pero apartó la mirada enseguida. Su expresión, indudablemente teñida de celos, así como los vaqueros que le ajustaban peligrosamente los muslos provocaron un escalofrío ardiente entre las piernas de Jordan.
A Darren se le borró la sonrisa de la cara cuando vio a Connie. Lanzó a Jordan una mirada incendiaria para dejarle bien claro que, antes que ser testigo de cómo cenaba con otra mujer, la abofetearía. Era evidente que Kelsey no le había dicho que su lío ya era historia.
Connie cambió de posición a su lado.
—¿Qué sucede?
Jordan despegó los ojos del fuego que ardía en la mirada de Kelsey
—Es ella.
Connie se volvió en el asiento.
—Oh, là, là... Parece cabreada.
Cabreada y celosa. Jordan sonrió: le gustaba despertar aquellas emociones en Kelsey. Sonrió aún más cuando el trío se les acercó.
—Hola. ¿Ahora acabáis?
Perdió la batalla interna que estaba librando para no mirar a Kelsey. Darren soltó una risita.
—Ni siquiera hemos empezado. —Le sopló un beso al hombre que tenía a su lado—. Este macizorro es Tony.
Jordan sonrió ante las muestras de afecto. Ojala pudiera tener una relación tan fácil y cómoda con Kelsey.
—Encantada, Tony. ¿Queréis sentaros con nosotras?
Los ojos azules de Kelsey echaron chispas.
—No, gracias. No querría interrumpir vuestra cita.
—Pero yo sí. Siéntate —intervino Darren, que hizo pasar a Tony delante para que se sentara a la mesa.
Jordan reprimió una carcajada: Kelsey se moría de celos.
—No nos importa. —Le dio un codazo a Connie—. ¿Verdad?
Connie le siguió el juego.
—En absoluto.
Kelsey se sentó al final de la mesa, fijó la mirada en la ventana y mantuvo la distancia entre Jordan y ella.
—Ya hemos pedido, pero llamaré a la camarera —se ofreció Jordan, complaciente.
—Ah, no te preocupes —dijo Darren—. Venimos siempre, así que ya saben lo que queremos.
Le dio otro repaso a Connie y se quitó una pelusilla imaginaria del hombro. Kelsey tamborileó con las uñas sobre la mesa, sin mirar a Jordan para nada. El enfado era evidente en cada fibra de su ser.
Jordan dijo lo primero que se le ocurrió.
—Parece que mañana va a hacer buen día, ¿verdad?
Aquello no podía haber sucedido: no acababa de decir semejante estupidez.
«Dios, tierra trágame.»
¿No se suponía que tenía que poner celosa a Kelsey?
Connie soltó una risita.
—Mi pequeña meteoróloga.
Le dio una palmada en la pierna a Jordan y Kelsey la fulminó con la mirada. Darren tosió y se dirigió a Connie.
—Kelsey es cinturón negro.
Connie sonrió.
—Yo también. Jordan me entrenó. Clases particulares, por supuesto.
Jordan tomó un trago de cerveza para que no le entrara la risa. La mezcla de fuego y hielo en los ojos de Kelsey era demasiado buena para ser verdad.
—Bueno, alguien está acosando a Kelsey.
Darren sonaba como un niño de párvulos, emperrado en superar a Connie. Ésta se acercó un poco a Jordan y dijo, con voz seductora:
—Jordan nunca dejaría que nadie me acosara. ¿Verdad, nena?
Jordan reprimió una carcajada y negó con la cabeza, despacio.
—Nunca.
Llegó la comida. Tony comía como si deseara hacerse invisible. Darren tiró Ketchup en el plato de Connie «sin querer». Jordan mordisqueaba sus delicias de pollo sin quitarle el ojo de encima a Kelsey. Buscaba desesperadamente algo que decir.
«Estás tan buena que en lo único que pienso es en hacer que te corras. ¿Sabes qué? Te echo de menos.»
Se metió una patata frita en la boca para reprimir un gemido.
—¿Cuánto hace que os conocéis? —preguntó Kelsey, en un tono tirante.
Antes de que Jordan tuviera tiempo de atarle la lengua a Connie y dar por terminada la deliciosa provocación, ésta rió, se volvió hacia su amiga y repuso:
—Uf, hará... ¿veinte años?
A Kelsey se le pusieron los ojos como platos.
—¿Veinte años?
Darren resopló. Se levantó de la mesa y arrastró a Tony con él.
—Vamos, Kelsey, cielo. Necesitas despiojarte. Seguro que esta perra te ha pegado algo.
Siguió insultándola por encima del hombro de camino a la caja. Kelsey dio unos pasos hacia la puerta, pero antes de llegar se dio la vuelta, con el rostro congestionado por la ira, y volvió a la mesa a grandes zancadas.
—Eres una puta mentirosa. ¿Cómo te atreves?
—Joder... —Connie silbó por lo bajo cuando el trío salió por la puerta—. Menuda bomba de relojería tienes entre manos.
Jordan vio por la ventana cómo se alejaba Kelsey, seguida de Darren y de su cita.
—¿Qué haces aquí sentada todavía, tonta? —la impelió Connie—. Detenla.
—¿Para qué coño la voy a detener? Acaba de dejarme.
Connie la empujó hasta hacerla levantar.
—Mueve el culo y sal ahí fuera antes de que se vaya. Creo que Cupido ha dado en el blanco.
Kelsey se detuvo junto al coche de Darren y esperó a los tortolitos. La furia se había apoderado de ella y su paciencia pendía de un hilo. Dios, no había estado tan celosa en la vida. ¿Y por qué? ¿Porque una tía con la que se había enrollado dos noches había engañado a su novia? Por amor del cielo, se sentía sucia y humillada.
Darren y Tony se acercaron a ella, entre risitas.
—¿Vais a dejar de meteros mano el tiempo suficiente para llevarme al club? Sabía que tendría que haber traído mi coche.
—No os preocupéis, chicos. Yo la llevo. Me pilla de camino —intervino Jordan, que había aparecido en la acera.
Kelsey le lanzó una mirada furibunda.
—Ni hablar. No vas a volver a ponerle los cuernos a tu novia conmigo —fulminó a Darren con la mirada para que se diera prisa—. ¡Entra en el puto coche!
Darren miró a Jordan de arriba abajo.
—A lo mejor deberías ir con ella, cielo —le dijo a Kelsey. Entonces le dirigió una sonrisa a su cita y añadió—: Mi pastelito se siente un poco abandonado. ¿Verdad, pastelito?
Hecha una furia, Kelsey apretó los dientes y a punto estuvo de gruñirle a Jordan.
—Iré a pie.
Jordan se pasó los dedos por el pelo, en un gesto de frustración.
—Maldita sea, te están acosando. No vas a ir a pie a ninguna parte.
Kelsey se dio media vuelta y echó a andar, pero Jordan la agarró del brazo y la detuvo.
—Sube al puto coche o te meteré a la fuerza.
Kelsey enderezó los hombros, levantó la barbilla y se dirigió al Viper como una princesa orgullosa. Se quedó allí de pie hasta que Jordan le abrió la puerta y, sin pronunciar palabra, subió al coche y se abrochó el cinturón.
El trayecto de dos manzanas fue más incómodo que una cumbre palestino—israelí. Ninguna de las dos quería romper el hielo. Incapaz de reprimir su enfado, Kelsey se encaró con Jordan en cuanto llegaron a The Pink Lady.
—¡Qué cara tienes! ¿Follabas conmigo mientras tu novia te esperaba preocupada en casa?
Jordan sonrió. Aquella furiosa acusación la extasiaba.
—No, te follaba mientras ella estaba en el trabajo.
Kelsey dio un respingo. Cerró los puños y a duras penas reprimió el impulso de pegarla.
—Estás enferma.
—No parecía que te importara cuando gritabas mi nombre.
Kelsey sintió un cosquilleo en la entrepierna. ¿Cómo lograba Jordan que, a pesar de todo, tuviera ganas de arrancarle la ropa?
«Santo cielo. He sido "la otra".»
Y había disfrutado cada segundo. Le aterrorizaba que Jordan viera el deseo en sus ojos, así que miró por la ventana. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no se permitió derramarlas. No pensaba consentir que aquella zorra la hiciera llorar, por mucho daño que le hubiera hecho.
—Mírame, Kelsey.
La súplica de Jordan despertó el fuego en su interior. El ansia y el deseo la asaetearon como cristales afilados, directos a su sexo.
—Vete a la mierda.
Jordan le cogió la barbilla y le hizo girar la cabeza.
—Connie es mi mejor amiga. Éramos compañeras de cuarto en la universidad.
Kelsey tragó saliva. Los ojos de Jordan, cargados de ternura, diversión y honestidad, hicieron que le entraran ganas de subirse a su cara a horcajadas.
«Veinte años.»
El comentario por fin cobraba sentido. Había asumido que eran novias desde el instituto, cosa que hacía que Jordan pareciera mucho más insensible. Por favor, se había comportado como una idiota enamorada en público. Habían jugado con ella.
Jordan le sonrió con delicadeza y compuso una expresión divertida, pero aquello no aplacó a Kelsey. De repente se sentía como una amante despechada. La vergüenza no hizo más que avivar su enfado. Giró la cara, temerosa de la mirada de Jordan y de las emociones que se arremolinaban en su interior como un tsunami. Apoyó la mejilla en el fresco cristal y dijo:
—Muy graciosa.
—No soy yo la que lleva una doble vida —le dijo Jordan en tono serio—. Ni siquiera sé quién eres en realidad, Kelsey
—¿Qué quieres decir?
—He estado en tu casa. Y te vi con traje un día por la calle. Es evidente que no haces strip-tease para ganarte el pan.
Kelsey se encaró con ella de nuevo. Le temblaban los labios. Quería contárselo todo pero no sabía por dónde empezar.
—Me conoces mejor de lo que crees.
—¿De verdad? ¿Porque hemos follado unas cuantas veces?
—No. —Kelsey luchó por hallar las palabras adecuadas. Al final sus esfuerzos por contener las lágrimas se fueron al traste—. El picnic. Fue uno de los días más felices de mi vida.
¿Qué trataba de decir? ¿Que era el único día de su memoria reciente en que se había sentido real? ¿Que cuando Jordan y ella habían hecho el amor sobre aquella manta se había sentido querida?
Jordan la miró durante un buen rato.
—Voy a llevarte a casa. Y luego vamos a hablar.
A Kelsey se le aceleró el pulso. ¿Sería un error? Apartó las dudas de su mente y accedió.
—De acuerdo.
Kelsey se apoyó en el reposacabezas de piel, sorprendida del riesgo que estaba dispuesta a correr. Jordan quería saber la verdad y ella se la contaría, hasta el detalle más sórdido. Sería un gran alivio soltarlo todo, pasara lo que pasara.