Capítulo ocho
Kelsey sabía que tenía que parar aquello y pronto. Ya hacía demasiado que duraba aquel juego y cuanto más tiempo pasaba con Jordan más se preguntaba si con ella sería diferente que con las demás. Jordan la hacía sentir tranquila, como si fuera capaz de comprenderla mejor que nadie. La manera en que la abrazaba y la escuchaba cuando hablaba le hacía pensar que podía abrirle su corazón y aquella idea la asustaba. Nunca le había hablado a ninguna de sus amantes de sus verdaderos sentimientos. Se había pasado la vida aprendiendo a ocultar sus emociones. Mostrarlas la hacía sentir vulnerable. Al día siguiente retomaría a su vida real: trabajar, bailar y regresar a casa sola. No podría volver a mirar una fresa sin pensar en Jordan y sabía que no volvería a encontrar a nadie que la hiciera sentir tan viva.
Jordan también volvería a su mundo y pronto estarían demasiado ocupadas para pensar la una en la otra. Kelsey nunca olvidaría el tiempo que habían compartido. Se engañaba si quería creer lo contrario. Deseaba que aquella última noche fuera inolvidable. Tenía que serlo. Necesitaba algo a lo que aferrarse.
Contempló el familiar skyline de Los Angeles mientras conducían de regreso a su casa. El sol se había puesto en el horizonte mientras hacían el amor por última vez encima de la manta. Las farolas y las luces de las tiendas brillaban en la oscuridad. Los compradores de última hora deambulaban de un lado para otro, cargados con bolsas.
Sintió un peso en el corazón cuando llegaron ante la verja. Jordan pulsó el código y aparcó en la entrada circular. Paró el motor enseguida, para dejar claras sus intenciones. Kelsey sonrió. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que Jordan la dejara en casa y se marchara. Iban a pasar la noche juntas y ambas lo sabían. Se dirigieron hacia la puerta en silencio.
—Te traeré té helado —le dijo Kelsey, como si aquella fuera una noche como cualquier otra. Como si tuvieran una rutina de pareja: volver a casa y ponerse cómodas para compartir la velada.
Después de beber algo, pusieron una película y se acurrucaron en el sofá.
—¿Sabes? Ni siquiera sé tu apellido —comentó Jordan y le besó la mejilla.
Kelsey se olvidó de todas sus preocupaciones. ¿Podía confiar en Jordan? La invadió una oleada de placer al pensar que podía abrirle su corazón a alguien. Se arrellanó en el sofá y le acarició los abdominales por encima de la camisa.
—Kelsey Billings —dijo en voz baja.
—Kelsey Billings. Humm, sexy. Y familiar.
Kelsey la abrazó más fuerte y abrió los labios para que Jordan deslizara la lengua dentro de su boca. El corazón se le disparó en el pecho y el fuego se desató entre sus piernas. Se puso encima de Jordan y se besaron, despacio y con ternura. Finalmente, juntaron sus frentes.
—Dime algo de ti —pidió Kelsey, a pesar de que su plan era evitar los detalles personales—. ¿Tienes familia?
Jordan miraba fijamente sus labios.
—No quieres que te hable de mi familia disfuncional.
Pero el caso es que sí quería. Quería saberlo todo de Jordan. Qué la hacía feliz, cuáles eran sus sueños y sus esperanzas. Qué diablos era lo que la hacía tan diferente.
—Cuéntame algo de todos modos —insistió.
Jordan le puso las manos en la cintura.
—Bueno, mi padre murió hace años y mi madre perdió su trabajo hace poco, después de treinta años. El propietario se fue a la bancarrota y una empresa ricachona compró el negocio y despidió a todos los empleados.
Kelsey notó que se le nublaba la vista y un escalofrío le recorrió la espalda. La voz de Jordan sonaba lejana. ¿Qué probabilidades había? Rezó porque hubiera sido otra compañía la responsable.
—Guau. —Jordan le sonrió, tranquilizadora—. No pongas esa cara tan triste.
Kelsey pestañeó y su sentido de la vista y el oído resucitaron de golpe.
—¿Qué?
—Menuda cara has puesto. —Jordan la besó en la mejilla—. No te preocupes. Mi madre no lo hace. Cree que el día menos pensado sonará el teléfono y alguien querrá contratar a una mujer de más de cincuenta años que ha trabajado toda la vida en un laboratorio farmacéutico.
Kelsey le sonrió débilmente mientras repasaba nombres mentalmente. Wilson, McGregor, Hominy... todas ellas eran empresas farmacéuticas que habían comprado en los últimos dos años.
«Por favor, Dios, que no sea una de ésas.»
—Tuvo que vender la casa —continuó Jordan—, pero no quiso venir a vivir conmigo. Se instaló en un apartamento de protección oficial. Es triste. Nuestros padres no deberían vivir en la pobreza, ¿sabes? Pero no acepta nada de mí, ni siquiera que le haga la compra. Me parte el corazón cada vez que voy a verla.
—¿Y no hay ninguna otra manera de ayudarla? A lo mejor buscándole un trabajo.
Jordan negó con la cabeza.
—Mi madre es muy independiente. Se moriría si supiera que he llamado a todas las farmacéuticas en un radio de ochenta kilómetros. Es por su edad. Nadie quiere contratar a alguien que está tan cerca de la jubilación.
—Lo siento —la abrazó Kelsey.
De repente se sentía como una niña mimada. Nunca había necesitado un salario para vivir, pero tampoco era la típica niña rica que miraba por encima del hombro a la gente menos afortunada. Más bien al contrario. Cuando se trataba de los desamparados, siempre era la primera en echar una mano. Aunque, claro, nadie sabría nunca lo mucho que había donado a la beneficencia ni cómo estaba tratando de construir un mundo mejor. Su trabajo consistía en destrozar negocios que luchaban por subsistir y había aceptado las racionalizaciones de su padre durante mucho tiempo.
Según John Billings, la gente que perdía su empleo encontraba nuevos trabajos. Se reciclaban y gozaban de nuevas oportunidades. Algunos siempre habían deseado montar sus propios negocios y, al dejar sus puestos, tenían al fin ocasión de abrirse camino por ellos mismos. Los que no... Bueno, al fin y al cabo la supervivencia del más fuerte era una ley natural para todas las especies.
—Seguro que pronto encontrará algo —le dijo Kelsey. Se alejó de su regazo y se sentó en el sofá. Envió una plegaria silenciosa antes de formular la siguiente pregunta—: ¿A qué se dedicaba tu madre en la farmacéutica?
La aterrorizaba oír la respuesta.
—Llevaba los libros de contabilidad para el dueño. Tenía unos cuantos años de experiencia en el sector químico, pero nada que luciera demasiado en un curriculum.
Kelsey tenía la pregunta en la punta de la lengua. Luchó contra ella, pero al final perdió la batalla.
—¿Cómo se llamaba la empresa?
—McGregor Pharmaceuticals.
A Kelsey le entraron náuseas. Nunca había creído que tendría ganas de huir de Jordan, pero en aquel momento habría preferido estar en cualquier otro lugar. Se quedó mirando la televisión con expresión impenetrable y el corazón en un puño. Jordan la atrajo hacia ella.
—Y ya no hay mucho más que contar. No tengo hermanos. Sólo somos mi madre y yo —añadió con amargura—. Ojala me dejara cuidar de ella.
El dolor que transmitía la voz de Jordan le llenó los ojos de lágrimas. ¿Cómo se sentiría si supiera la verdad? Kelsey no sabía qué decir ni qué hacer. Si hablaba, Jordan se marcharía. ¿De qué iba a servir? No podía cambiar lo que había ocurrido, así que ¿por qué iba a arruinar sus últimas horas juntas? Sin embargo, ahora que sabía lo de la madre de Jordan, no le parecía correcto callar, pero quería pasar una noche más con ella. ¿Acaso sólo pensaba en sus propias necesidades? Y, ay, Dios santo, cómo necesitaba sentir a Jordan entre sus muslos.
Al día siguiente todo habría terminado. Pero aquella noche Jordan era toda suya. No tenía la menor intención de desperdiciar un segundo más hablando de otras cosas.
Jordan debió de notar su cambio de humor.
—No quería disgustarte. Ya sé que tienes tus propios problemas. Aquella mujer del bar me dio un susto de muerte —sonrió contra la mejilla de Kelsey—. Y mira que no me asusto fácilmente.
Kelsey asintió débilmente, con aire culpable. Se levantó del sofá y le dio la mano a Jordan para ayudarla a levantarse. Sin decir nada, la llevó a su dormitorio. Quería sentir cómo se estremecía una vez más: quería oír sus gemidos de placer.
«Joder, sólo una vez más.»
La empujó sobre la cama y se desvistió con dedos temblorosos, mientras Jordan se quitaba la camisa y los vaqueros.
Cuando la última prenda acabó en el suelo, Kelsey se arrodilló junto a Jordan, sobre la cama. Esta se volvió hacia ella y le acarició y le masajeó las nalgas con ternura. Sus ojos color esmeralda eran cálidos y estaban encendidos de deseo, aunque también relucían con una emoción más honda. Kelsey quería hacer desaparecer aquella tristeza y le tomó el rostro entre las manos para besarla lenta y apasionadamente. Sus bocas se exploraron y devoraron. Sus suaves gemidos se mezclaban con suspiros húmedos cada vez que ponían entre ellas la distancia imprescindible para mirarse a los ojos.
Kelsey tumbó a Jordan de espaldas. Deseaba tocarla, saborearla y chuparla por todas partes. Descendió, deslizándose sobre su cuerpo, le lamió la pierna y le dio un mordisquito encima de la rodilla. Jordan soltó una carcajada y abrió las piernas. Kelsey continuó su camino húmedo hacia la entrepierna de Jordan y, en cuanto la alcanzó, le succionó el clítoris, hambrienta, y le metió los dedos.
Jordan se arqueó y dejó escapar un profundo gemido. Frotó las caderas contra Kelsey. Estaba tan hermosa, libre y excitada, que a Kelsey se le hizo un nudo en la garganta. Cerró los ojos para bloquear la imagen. Si pudiera deshacerse del peso que sentía sobre los hombros... sería maravilloso abrir su corazón a alguien, para variar, en lugar de verse obligada a ocultar sus sucios secretos. A veces era como si estuviera condenada a cargar con el peso insoportable del pasado de su padre, además del suyo. Estaba cansada y lo único que quería era que todo acabara.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó Jordan.
Kelsey se dio cuenta de que se había quedado quieta, con la cabeza apoyada en el vientre de Jordan y los dedos dentro. Levantó la mirada y forzó una sonrisa sensual.
—Sólo te hago esperar un poco.
«Deja de pensar.»
No podía hacer nada. Aquél era su destino y aquella noche era la última vez que estarían juntas.
Jordan le devolvió la sonrisa.
—Pues dime lo que he hecho para volver a hacerlo.
Kelsey la penetró más deprisa hasta que Jordan chilló y se retorció. Cuando dejó de temblar, Kelsey dejó su posición entre las piernas de Jordan y ascendió sobre su cuerpo, estudiándola para memorizar cada una de sus curvas. Finalmente montó a horcajadas sobre la cara de Jordan. Ésta le acarició el clítoris con la lengua y le agarró las nalgas para que no se moviera. Le lamió el coño y luego le succionó el clítoris a conciencia. Kelsey sacudió la cabeza de un lado a otro al ritmo en que se lo chupaba.
Jordan le deslizó los dedos entre las piernas y la penetró con energía. Kelsey gritó.
—Más fuerte.
Sus entrañas se tensaron como un muelle. A una velocidad que necesariamente tenía que haberle dado sus años de kárate, Jordan la cogió de la cintura y la tumbó de espaldas. Kelsey rebotó en el colchón al tiempo que Jordan se le ponía encima.
—¿Dónde tienes los juguetes?
Jordan le abrió las piernas y volvió a meterle los dedos. Kelsey sacudió las caderas y se aferró a la colcha.
—No necesito juguetes. Sólo... a ti.
El rostro de Jordan reflejó una cierta confusión. Algo había ido mal: Kelsey lo percibió en el fondo de su corazón. Su última noche no sería más que un polvo de despedida. En lugar de hacer el amor, mantendrían una distancia de seguridad y utilizarían la intensidad de su conexión física como vía de escape, como siempre habían hecho. Tendría que querer sexo duro, ¿no? Como si eso la fuera a hacer sentir mejor acerca de lo que le ocultaba a Jordan. Su mente se había convertido en un torbellino de pensamientos caóticos.
Jordan frunció el entrecejo.
—¿Qué sucede?
Kelsey inspiró hondo. Los ojos se le habían llenado de lágrimas y apenas podía contenerlas.
—Nada. Quiero que acabes lo que has empezado —sonrió débilmente y levantó las caderas.
Jordan se retiró y abrió el cajón de la mesita de noche. Kelsey vio el arnés de reojo y se puso tensa. No quería que en la última noche que iban a pasar juntas hubiera ninguna falsedad, pero puso cara de deseo por Jordan. Si era lo que ella deseaba, dejaría que se lo metiera, joder si lo haría. Quería que Jordan recordara aquella noche durante el resto de su vida.
Jordan escrutó el rostro de Kelsey con atención y dudó, con el arnés en la mano. Notaba que algo iba mal; lo veía en el comportamiento de Kelsey. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero no iba a jugar a aquel juego con ella. No quería empezar a hacerle preguntas y convertir su última noche juntas en una sesión de terapia. Había ido allí para echarle el mejor polvo de su vida. Después se acurrucaría a su lado y la abrazaría hasta que se quedase dormida. Sin psicoanálisis. Sin excusas. Sin conversaciones incómodas, mientras intentaban decirse adiós. Cuando Kelsey se despertara por la mañana, Jordan ya se habría ido.
Se abrochó las correas y se colocó el strap-on. Cuando miró a Kelsey, la pasión que reflejaba su rostro hizo que se le encogiera el estómago. Su mirada decía: «méteme esa cosa ya». Jordan agarró el extremo del strap-on y se lo colocó entre las piernas.
—Deja de perder el tiempo y hazlo —gruñó Kelsey.
Había algo raro en el tono de su voz. Puede que su cara dijera «fóllame», pero su voz decía algo diferente.
Jordan quiso arrancarse el puto juguete y tirarlo. Empezó a apartarse, pero Kelsey le rodeó las caderas con las piernas y la inmovilizó donde estaba.
—Fóllame, Jordan.
Jordan le introdujo el strap-on poco a poco. Se deslizaba con facilidad en el interior de su coño mojado. Kelsey gritó, se arqueó y le hundió las uñas en la espalda.
—¡Oh, sí, más fuerte! —Se agitó contra el strap-on sin parar—. Más deprisa, Jordan.
Jordan se sentó sobre los talones y Kelsey liberó su espalda. Jordan encontró su ritmo y la penetró una y otra vez, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar, en círculos. Kelsey la embistió y se arqueó para que la frotara más fuerte. Cuanto más cerca estaba del clímax, más desesperados se volvían sus gritos.
—¿No sabes hacerlo mejor?
Jordan la penetró con más fuerza.
—Me has dicho que te follara, no que te rompiera.
Kelsey echó la cabeza hacia atrás.
—Oh, Dios, eso ya es otra cosa. No pares.
Jordan le hizo doblar una pierna contra el pecho y Kelsey se la aguantó para que el strap-on le entrara más hondo. Jordan la embistió enérgicamente. Los cuerpos sudados de las dos mujeres botaban con las sacudidas. Le metió el juguete hasta el fondo, sin dejar de trabajarle el clítoris con una cadencia perfecta.
Kelsey jadeó en busca de aire y soltó un grito agudo y desgarrador. Su cuerpo se agitaba, fuera de control; Jordan le soltó las piernas y cayó sobre ella para frotarse contra sus caderas. Cuando buscó los labios de Kelsey, ésta giró la cabeza y le hundió los dedos en el pelo. Enloquecida, tiró de él sin dejar de sacudirse contra su cuerpo, hasta que su orgasmo se expandió por completo.
—Ha sido fantástico —jadeó, cuando Jordan le besó el cuello.
Jordan sonrió, pero no fue capaz de responder. No estaba segura de a qué se refería exactamente: al orgasmo o al polvo de despedida. Estaba convencida de que aquélla era la manera que tenía Kelsey de decir adiós. Había llegado el momento de volver al mundo real.
Le sacó el strap-on, se lo quitó y lo tiró al suelo. Cuando se dio la vuelta, Kelsey estaba de lado. Jordan se tumbó junta a ella, las tapó a ambas con la sábana y abrazó el cuerpo sudado de Kelsey por la espalda. Esperó. Aquél era el momento en que una de las dos tenía que decir algo sobre el futuro, pero Jordan no quería estar en desventaja, y menos cuando Kelsey ya le había enseñado la puerta. No parecía abierta a ningún tipo de discusión y, aunque hubiera llegado a considerar la posibilidad, seguro que se había decidido del todo cuando Jordan le había hablado de su madre. ¿Quién iba a querer liarse con una mujer que pronto tendría que hacerse cargo de su madre?
Jordan frunció el entrecejo. Aquél no era el motivo. Había visto compasión en los ojos de Kelsey. Su mirada apesadumbrada mientras se lo contaba no había sido fingida. La había entristecido de verdad oír la desgracia de Susan. Quizá sólo se compadecía de Jordan, pero era como si se sintiera responsable. Era extraño y, al mismo tiempo, adorablemente dulce.
Mierda. Tenía que dejar de pensar en ella. Se había acabado. Pero, joder... tenía a Kelsey grabada a fuego en la mente. Sería difícil olvidarla. Notó que los hombros de Kelsey se relajaban y observó que su pecho se movía a un ritmo constante, con la respiración profunda propia del sueño. Jordan le besó la mejilla, dejó escapar un suspiro resignado y se levantó de la cama.
Después de vestirse, se quedó de pie contemplando el bello rostro y el cuerpo de Kelsey. Había muchas cosas que quería decirle, pero su tiempo con ella había finalizado.
Era hora de marcharse.