Capítulo siete
Se oía música rap procedente de los apartamentos abiertos que había junto al de su madre. Jordan llamó a la puerta. Mientras esperaba que su madre le abriera, se le fue la mente a Kelsey y recordó la manera en que se contoneaba al ritmo de la música. Su madre echó un vistazo por el visillo, frunció el entrecejo y procedió a descorrer los múltiples cerrojos y cadenas.
—¿Pasa algo? —le preguntó a Jordan, en cuanto esta entró en el diminuto recibidor.
—No. ¿Acaso una hija no puede ir a visitar a su madre?
—¿Te me estás volviendo sensiblera, jovencita? —preguntó. Condujo a Jordan a la cocina, donde tenía una olla al fuego—. ¿Te apetece un plato de estofado casero?
—No, gracias. Ya comeré cuando vuelva al trabajo.
Su estómago protestó sonoramente. Nada podía compararse con la cocina de su madre, pero, si no le dejaba comprar comida, lo último que iba a hacer era comer y dejar a su madre sin posibilidad de repetir.
—Estás como un palillo. Tienes que comer. —Susan Porter le dirigió una mirada crítica—. Estás... diferente. Las mismas mejillas sonrosadas y ese brillo en los ojos, pero hay algo... —Se llevó la mano a la boca—. ¿Mi niña se ha enamorado?
Jordan se encogió. Por lo que a ella respectaba, su madre tenía demasiada imaginación. Estaba impaciente por tener nietos y no dejaba de buscar indicios de que Jordan fuera a sentar la cabeza.
—Por Dios, mamá. No estoy enamorada. He venido a ver qué tal estabas.
—¿Cómo se llama? ¿Le gustan los niños?
A Jordan le entró una sensación de ahogo. Su madre era única para meterse en las vidas ajenas.
—No estoy con nadie.
—No me has contestado lo de los niños. Tienen que gustarle. Quiero que me hagas abuela. No lo olvides.
—Mamá, no me estás escuchando.
—Le gustan los niños. Perfecto.
Jordan se dejó caer en una silla.
—¿Por qué eres tan cabezota?
Su madre se acercó a la mesa y le sirvió un vaso de té.
—Porque Dios me ha hecho así. A ti también, por eso no me cuentas lo de esa chica. Pero no pasa nada. Si quieres mantenerla en secreto, lo entiendo.
Jordan puso los ojos en blanco. Cogió el vaso y bebió un largo trago, con la esperanza de que el líquido helado le refrescara la mente calenturienta. ¿Estaba enamorada? ¿Estaría su madre en lo cierto? No. Su libertad era demasiado preciosa y, además, solo hacía dos días que conocía a Kelsey.
—Dime dónde será tu último combate. ¿Puedo ir a verte? No tienes ni idea de lo emocionada que estoy de que no vayas a seguir haciéndote daño.
«Ya empezamos.»
Jordan no acababa de hacerse a la idea de que su último combate estuviera cada vez más cerca. ¿Cuándo había tomado la decisión de dejar de combatir? ¿Y por qué? Competir era lo único que la hacía verdaderamente feliz. ¿Era esa felicidad lo que había perdido? ¿O quizá la razón por la que competía?
Siempre había sido importante para ella demostrar a los demás lo fuerte que era. En aquel mundo, se discriminaba a las lesbianas y, aunque los tiempos estaban cambiando, salir del armario en el instituto la había enseñado a estar en guardia. Ahora bien, la necesidad de sentirse segura y de tener la sartén por el mango no eran las únicas razones que tenía para luchar. Ganar combates la emocionaba más de lo que podía expresar. El subidón no podía compararse con nada, salvo, quizás, con hacer el amor con Kelsey.
—Ya le has dado una paliza a todo el mundo, así que ¿para qué seguir arriesgándote? —continuaba su madre—. Ya has ganado un buen puñado de premios y de chismes de esos.
—¿Trofeos? —preguntó Jordan, con la ceja arqueada.
—No, cariño, no estoy senil. Los bonitos que me gustan.
—¿Medallas?
Su madre chasqueó los dedos y asintió vigorosamente.
—Sí, eso. Me encantan. De todas maneras, como iba diciendo, creo que es bueno que por fin hayas puesto en orden tus prioridades.
Jordan no contestó. Se preguntaba si su madre había valorado alguna vez sus triunfos, el hecho de tener un negocio propio y de haber ganado todas las competiciones en las que había participado durante los últimos diez años. ¿Se avergonzaba de que su hija fuera lesbiana? ¿Se lamentaba por el hecho de que quizá nunca llegaría a tener nietos de su sangre? Le entristecía que lo único que su madre quisiera fuera ser abuela. Ningún otro de sus logros tenía importancia a sus ojos.
—A lo mejor tu amiga vendrá también al combate.
—Lo dudo —dijo Jordan.
—Entonces sí que hay alguien. ¡Lo sabía!
Jordan dejó el vaso en la mesa y se levantó.
—Me voy. ¿Necesitas algo?
—No, cielo. Y, por favor, deja de preocuparte tanto por mí. Tienes otras cosas por las que preocuparte. Mira —hizo un gesto circular con la mano para señalar la estancia escasamente decorada—. Estoy bien. Pago las facturas, tengo comida en la mesa, hablo por teléfono... Estoy de maravilla.
Jordan hizo una mueca. Menuda mentira. A su madre le encantaba su antigua casa, que había diseñado y decorado ella misma, antes de tener que venderla en un mercado inmobiliario hundido para poder pagar las facturas, cuando cerraron los laboratorios. O, más bien, cuando el nuevo propietario echó a los trabajadores para «reestructurar el negocio». Ni siquiera tenía asegurada la pensión. Los antiguos trabajadores seguían luchando en los tribunales para conservar sus derechos.
Jordan apretó los dientes. Daría cualquier cosa por echarles el guante a los peces gordos que habían comprado y vendido el negocio. La culpa era suya: eran la razón de que su madre viviera de la beneficencia y a duras penas le llegara el dinero para comer. Ojala se pudrieran en el infierno. ¿Cómo podía haber gente tan ambiciosa y cruel?
Le dio un beso a su madre en la mejilla.
—Si necesitas algo, llámame. Lo digo en serio. Lo que sea, a cualquier hora, en cualquier lugar. Eres mi madre y te quiero.
—Lo haré, mi niña. —Su dulce rostro se tiñó de tristeza—. Yo también te quiero.
Jordan sabía que no llamaría. Era demasiado orgullosa. Jordan conocía a alguien igual: ella misma.
Inquieta, subió al coche y volvió a la escuela de kárate para coger unos documentos. Era el día más tranquilo de la semana y quería aprovechar para ponerse al día con las cuentas y el papeleo. No creía que pudiera concentrarse. Desde que se había marchado de casa de Kelsey el día anterior, no podía pensar más que en sus suaves gemidos mientras sentía cómo temblaba y se corría.
Mientras esperaba en un semáforo, pensó en cancelar su cita de aquella noche. Seguir viéndose con Kelsey era un error. Jordan sabía en qué acabaría aquello. Ya la encontraba irresistible y no podía fingir que le iba a resultar fácil dejar de verla. ¿A cuánto poder tendría que renunciar? Kelsey era un espíritu libre. Si Jordan intentaba cambiarla, la descartaría igual que a Sharon.
Avanzó algunos metros cuando el semáforo se puso verde. Se fijó en una mujer vestida con traje de ejecutiva, sentada en un café que hacía esquina. Llevaba el pelo recogido en un moño desordenado y algunos mechones le enmarcaban el rostro. Vestía pantalones negros, una blusa blanca con tres botones desabrochados, que insinuaban un escote de escándalo. Sus piernas eran largas, esbeltas.
Enseguida pensó en Kelsey, pero sacudió la cabeza para enterrar el mundo de sus largos dedos al penetrarla. Si anulaba su cita, seguramente no volvería a ver a Kelsey ni tendría la oportunidad de follársela de nuevo.
La mujer del café se volvió hacia un hombre atractivo, alto y de cabello oscuro, que también llevaba traje. Este le sonrió y se acercó a ella. A Jordan se le encogió el estómago: la expresión de la mujer se había vuelto seria y a Jordan le recordó la mirada incendiaria con la que la había fulminado Kelsey en el cuarto interior del club.
El coche de detrás le dio al claxon y ella se sobresaltó y avanzó hasta tener una mejor visión de la mujer. Mierda. Jordan tuvo que frenar para no empotrarse contra el coche de delante. Aquella hermosa mujer era Kelsey. No era que Jordan nunca hubiera visto a una mujer que tan pronto llevaba vaqueros y camiseta como un traje de categoría, pero Kelsey era diferente. Parecía una profesional de tomo y lomo, como si llevara años haciéndolo. Como si aquella fuera ella de verdad y la stripper que conocía Jordan no fuera más que una fantasía.
Por fin entendía por qué Kelsey no «salía» con nadie. Llevaba una doble vida y las dos mitades no tenían nada que ver la una con la otra. Jordan pensó en las amenazas telefónicas. ¿Y si alguien de la vida real de Kelsey se había enterado de su otra vida en The Pink Lady? ¿Tendría alguna novia despechada en la vida real que se hubiera enterado de que se tiraba a desconocidas que encontraba en un bar?
A Jordan le temblaban las manos sobre el volante. No sabía por qué le afectaba tanto aquella idea. Kelsey tenía derecho a su intimidad y a sus fantasías. Jordan había participado de buen grado. Nadie había prometido nada.
Miró al frente. ¿Qué podía hacer?
Tras ponerse al día con los contratos y ultimar los detalles de su última adquisición, Kelsey se dio la vuelta en la silla y miró por la ventana. El cielo estaba salpicado de nubes blancas y algodonosas, y parecía que el tiempo no pasaba nunca. Todavía quedaban tres horas para ver a Jordan y se moría de ganas de que la tocara de nuevo. ¿Desde cuándo le daba por pensar en una mujer durante horas después de un polvo apasionado? No recordaba que le hubiera ocurrido nunca y no quería empezar con Jordan.
Suspiro y llamó a Douglas al busca. Había llegado el momento de poner en práctica su plan. Con suerte, aceptaría que hubiera cambiado de opinión. La decisión de vender le sorprendería, pero seguro que la ayudaba a encontrar a alguien capaz de tomar las riendas de la compañía. Cuando el hombre alto y delgado entró por la puerta, ella tragó saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta. Douglas llevaba desabrochado el cuello de la camisa, blanca y almidonada. Era indicativo de que algo le traía de cabeza. Le sonrió con cariño: se lo imaginaba abriéndose el cuello de la camisa y pasándose los dedos por el pelo mientras resoplaba a causa de algún frustrante contrato.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, mientras se sentaba en la mesa frente al escritorio.
Kelsey lo miró a los ojos, decidida. Confiaba en él; sabía que haría todo lo posible para asegurarse de que la compañía fuera a parar a buenas manos.
—He decidido vender.
Douglas pestañeó.
—No hablas en serio. Creía que el otro día sólo estabas enfadada.
Kelsey asintió.
—No he hablado más en serio en la vida.
A Douglas se le tensaron los músculos del cuello.
—¿Y qué pasa con los planes que habíamos hecho? ¿Vas a tirarlo todo por la borda?
—Aún quiero seguir con el plan. Sólo voy a dejar que sea otro quien lo implemente.
Douglas se inclinó hacia delante.
—Escúchame. No importa lo que tú quieras. Si de verdad crees que alguien va a comprar esta empresa y, a continuación, va a cambiar el negocio por completo, lo siento pero te equivocas. Billings ya se ha creado una reputación. Eso es lo que quiere todo el mundo y no el giro de ciento ochenta grados que tienes en mente.
Kelsey reflexionó sobre aquellas palabras. ¿Tendría razón Douglas? ¿Encontraría algún comprador que estuviera interesado en una empresa que ayudara a los negocios emergentes, en lugar de un tiburón empresarial, lo que Billings era en aquellos momentos?
Apoyó el codo en la mesa y la barbilla en el puño.
—Conseguiré que funcione. De alguna manera, como sea. Me aseguraré de que esta empresa acaba en buenas manos.
Douglas se puso en pie bruscamente.
—No voy a hablar de eso ahora. No sé qué mosca te ha picado, pero no estás siendo racional. —Se fue hacia la puerta y allí se detuvo. Miró atrás con una mezcla de desconcierto y pesar—. Hemos dedicado mucho tiempo a esto. Si lo jodes, te arrepentirás.
—No voy a joderlo —replicó Kelsey—. Olvidas que llevo en esto casi toda la vida. Sé cómo cerrar un trato.
—Creo que eres tú la que olvidas el pasado —repuso Douglas—. Tu padre renunció a muchas cosas para convertir esta empresa en lo que es. Te conozco y nunca te perdonarías destruir todo lo que le importaba. Llámame cuando recuperes la razón.
Salió del despacho sin darle tiempo a responder. Kelsey se quedó mirando la puerta cerrada y se preguntó si estaría en lo cierto. No estaba segura de querer correr aquel riesgo, ahora que Douglas le había pasado la patata caliente. Puede que ser la propietaria de la compañía y dejar que le chupara la vida no fuera lo que quería, pero tampoco podría soportar ver cómo se desintegraba el negocio.
Se frotó las sienes con los dedos.
—Si pudiera dejar de pensar en su culo, a lo mejor podría pensar con la cabeza.
Aquello era ridículo. Nunca había imaginado que acabaría convertida en una tonta, débil, patética y lujuriosa, pero aquello precisamente era lo que había sucedido. Miró el reloj: casi era la hora de irse. Se preguntaba lo que estaría haciendo Jordan. ¿Estaría preparándose para su cita o aún no habría acabado de entrenar? Kelsey se la imaginó con el rostro, el cuello y el canalillo sudorosos. ¿Habría estado pensando en ella también? Se forjó una imagen mental de la delicada arruga entre sus cejas y de la mirada soñolienta que suavizaba el color de sus ojos y los volvía de un misterioso tono jade.
—Mierda —exclamó.
Se levantó de golpe de la silla. Ojala no hubiera propuesto verse otra vez. Tenía que hacer algo para dejar de pensar en Jordan y recuperar el sentido común. Normalmente bailar la despejaba y le ayudaba a descargar adrenalina, pero aquello no era una opción. Aquella noche les pertenecía a ellas dos y sería la última que compartirían. Kelsey se prometió que haría de la velada una noche inolvidable, para que pudieran recordarla cuando se separaran sus caminos.
—Joder, estás para comerte. Literalmente.
Jordan se la comió con los ojos enterita y Kelsey se sintió como Cenicienta al llegar al baile. Aunque sus vaqueros de talle bajo de color azul, y la camisa de seda borgoña no eran muy de princesa, precisamente. Las sandalias y el anillo en el dedo gordo tampoco parecían zapatitos de cristal. Sin embargo, la intensa mirada de Jordan la hacía sentir preciosa. Kelsey sonrió.
—No me dijiste adónde iríamos, así que no sabía qué ponerme.
—A mí me gustas desnuda —bromeó Jordan—. Pero preferiría que no nos arrestaran.
Subió al porche y a Kelsey se le paró el corazón. Llevaba unos vaqueros oscuros ajustados a los muslos y la camisa color vainilla por dentro, como si quisiera provocar a Kelsey para descubrir lo que había debajo. Se imaginó de rodillas entre sus piernas, chupándola hasta que sus gritos reverberaran en su interior.
Jordan bajó los ojos hasta sus labios y se le acercó para besarla con delicadeza. Kelsey sintió un ardor en sus entrañas, que se instaló entre sus piernas. Jordan se apartó con un gruñido reticente.
—Vuestra carroza espera, mi adorable princesa —dijo, señalando el coche.
Kelsey rió y se dirigió al Viper. Jordan la siguió y agarró la manilla antes de que ella abriera la puerta. Kelsey quiso señalar que el rollo caballeroso no le iba, pero la mirada de satisfacción de Jordan le hizo guardar silencio. Le sostuvo la mirada y memorizó cada una de las arruguitas que se le marcaban al sonreír. El pulso se le aceleró. Jordan también olía muy bien, con un toque de cítrico mezclado con almizcle. Kelsey se metió en el coche rápidamente, antes de que cambiara de idea y arrastrara a Jordan hasta su casa. Tenía la sensación, a juzgar por la mirada de deseo de Jordan, de que ésta no se lo pondría muy difícil.
Jordan inspiró hondo, arrancó el coche y salieron de la propiedad. ¿Y si Kelsey se reía de sus planes románticos? Estaba a punto de averiguarlo. No estaba segura de que la impulsó, pero el caso es que alargó la mano y se la cogió a Kelsey. El roce le pareció lo más natural del mundo. Quería más y estuvo a punto de acariciarle la mejilla con ternura. Si no frenaba aquellos gestos de afecto, acabaría con el corazón hecho pedazos.
—¿Qué tal el día? —le preguntó.
Kelsey se puso tensa.
—No hablemos de trabajo —dijo con voz gélida—. El trabajo es aburrido.
Jordan podría habérselo discutido, pero no quería desperdiciar aquel tiempo tan precioso. Sabía que Kelsey no era feliz en su trabajo de día y sabía leer entre líneas. El traje con el que la había visto parecía caro y conservador: el tipo de vestimenta que llevan las mujeres que quieren que sus homólogos masculinos las respeten. Le había contado que llevaba el negocio de su padre y Jordan se había imaginado algún tipo de empresa familiar, modesta y que no diera muchos beneficios. ¿Si no, por qué tendría un segundo trabajo como stripper? Sin embargo, al parecer tenía algo que ver con el mundo de las grandes compañías. Seguramente ocuparía algún puesto importante en una empresa en la que mandaban hombres menos capacitados. Era normal que se mostrara ambivalente.
—¿Y de qué quieres que hablemos? —le preguntó Jordan.
Kelsey retiró la mano de debajo de la de Jordan.
—No tenemos que hablar de nada.
Cierto, muy cierto. Saber más la una de la otra solo llevaría a recordar demasiadas cosas una vez terminara su aventura. Si es que podía llamarse así, porque Jordan no estaba segura de cómo calificar lo que había entre ellas. Se había jurado que después de aquella noche no volvería a ver a Kelsey pero, cuanto más tiempo pasaba con ella, más quería volver a verla. Aquella noche tenía que ser la última. Por la mañana, tenía la firme intención de marcharse con la cabeza bien alta.
Condujo hasta la entrada de un parque y detuvo el coche.
—Ya hemos llegado.
Kelsey bajó y observó el sendero que se internaba entre los pinos.
—¿Vamos de picnic? —Sus ojos relucieron, vivaces—. La última vez que fui de picnic tenía...
Jordan esperó a que terminara la frase, deseosa de saber algo de su vida. Cuando su mirada expectante fue ignorada, abrió el maletero, se echó una manta al hombro y cogió la cesta de picnic.
—De hecho, sí. Es lo que vamos a hacer.
Quería coger a Kelsey de la mano, pero sabía que sería pasarse de la raya. En lugar de eso, la guió por el sendero. Los pájaros graznaron, alarmados por su presencia, y salieron disparados de sus nidos aleteando frenéticamente. Siguieron caminando hasta llegar a un claro con césped. Las copas de los árboles estaban podadas y formaban un círculo perfecto sobre sus cabezas, de manera que no tapaban la luz a la hierba.
Jordan extendió la manta y se quitó los zapatos. Kelsey la imitó. Se puso de rodillas y se dejó caer de espaldas para mirar el cielo que se veía entre los árboles.
—Guau, mira cuántas nubes.
Jordan se tumbó a su lado.
—Me encanta este sitio.
—¿Sueles traer aquí a muchas mujeres?
Jordan esbozó una gran sonrisa.
—Vengo aquí a estar sola y a pensar.
—¿Sobre qué?
—Cualquier cosa... todo... nada en particular.
Kelsey echó un vistazo a su alrededor.
—Necesito un lugar como éste. Es tan tranquilo y aislado.
Jordan se volvió para mirarla.
—Sí, muy aislado —apuntó, haciéndole un gesto significativo con las cejas.
El rostro de Kelsey reflejó su intenso deseo. Abrió la cesta e inspeccionó su contenido.
—¡Ohhh! Fresas. Ñam, ñam.
—Y nata —añadió Jordan.
Kelsey se inclinó hacia ella y la besó apasionadamente. Esta gimió cuando le metió la lengua entre los labios y el fuego entre las piernas de Jordan se avivó. Kelsey apartó la cesta y tiró de Jordan hasta acomodarla en su regazo. Se besaron profundamente, hasta que Jordan le dio la vuelta y empezó a desabrocharle la fina blusa. Cuando le desabrochó el último botón, apartó la tela y le bajó el sujetador. Kelsey le desabrochó el botón de los vaqueros y le sacó la camisa. Las dos se quitaron la ropa, la una a la otra, con excitación.
Jordan notó mariposas en el estómago al contemplar el delicioso cuerpo de Kelsey, abierto para ella, esperándola. En aquellos momentos habría deseado ser una artista para poder capturar la belleza radiante y los apasionados ojos color zafiro de su musa. Retomó el control de sí misma y sacó las fresas y el bote de nata montada.
—¿Dónde quieres que te ponga las fresas con nata, preciosa?
Kelsey sonrió.
—En las partes más delicadas.
Jordan no se hizo de rogar. Montó sobre los muslos de Kelsey a horcajadas, se puso un poco de nata en el dedo y se lo paso por el pezón. Cuando Kelsey dio un respingo, Jordan le puso una fresa en la boca.
—Chúpala mientras yo te chupo en otro sitio.
Repitió el proceso con el otro pezón y a continuación bajó un poco y le extendió la nata sobre el clítoris y su orificio, que ya rezumaba humedad. Kelsey se arqueó. Jordan la oía chupar y lamer la fresa. Los ruidos eran de lo más erótico. Cuando Jordan se apartó, Kelsey le cogió la mano y empezó a lamerle los dedos seductoramente.
El fuego se apoderó de Jordan, su sexo se contrajo. Le chupó la nata de los pezones, despacio, a conciencia. Se los metió en la boca hasta el fondo, uno después del otro, y le acarició con la lengua la superficie endurecida. Kelsey le clavó los dientes en un dedo y dejó escapar un gruñido ronco, que le hizo vibrar el pecho. Jordan le siguió chupando los pezones con afán.
Kelsey dio un respingo y se retorció. Le soltó la mano a Jordan y le hundió los dedos en el pelo para atraer su cabeza contra su pecho y obligarla a castigarle el pezón con más ansia.
—Fóllame, Jordan.
La súplica entrecortada fue más de lo que Jordan pudo soportar. Descendió por el cuerpo de Kelsey, le metió los dedos con fuerza y la llenó por completo. Se vio recompensada con un grito de pasión y Kelsey la embistió con las caderas. Necesitaba más. Jordan la penetró con más fuerza y más deprisa, una y otra vez, mientras le chupaba la nata del clítoris al mismo tiempo. Kelsey le enredó los dedos en el pelo y la sostuvo mientras se sacudía contra su cara.
Cuando su orgasmo dio paso a unas pulsaciones más suaves, Kelsey se derrumbó en el suelo y dejó caer los brazos, inertes, sobre la manta. Suspiró hondo cuando Jordan sacó los dedos de su cálido refugio mojado y trazó un reguero de besos húmedos hasta su boca. Kelsey abrió los ojos para mirarla y Jordan sintió que se le encogía el estómago, como si se hubiera subido a una montaña rusa. Le lamió los labios hasta que Kelsey los abrió y la invitó a entrar.
Mientras se besaban, Kelsey la puso de espaldas y le pasó los dedos por la barbilla y la mejilla. Finalmente se los enredó en el pelo y se apartó de Jordan para dedicarle una sonrisa radiante.
—¿Y a ti dónde te gusta la fruta?