Capítulo seis

Jordan abrazó a Kelsey, temblorosa entre sus brazos. No quería soltarla. El modo en que respondía su cuerpo era impresionante. Con el rostro sobre el pecho de Kelsey, aspiró su dulce aroma, con un toque floral, mezclado con la sensualidad de las feromonas. Le frotó el clítoris en círculos, cada vez más deprisa, al ritmo al que Kelsey sacudía las caderas. Ésta se puso rígida un segundo antes de emitir un sonido ronco y Jordan deslizó la mano hacia abajo y le metió los dedos.

Kelsey movía la cabeza de un lado a otro, frotándose el coño contra la mano de Jordan, mientras los gritos agudos se sucedían desde lo más hondo de su garganta. Era el sonido más hermoso que Jordan había oído nunca. Esperaba que Kelsey se retorciera, que le tirase del pelo. Sin embargo, en lugar de eso, Kelsey le rodeó el cuello con los brazos y se le abrazó como si fuera su salvavidas. Con las manos enredadas en el cabello de Jordan, se balanceó contra ella, para frotarse a un ritmo constante sobre los dedos que la penetraban. El aire se llenó de gemidos; Kelsey temblaba como una hoja en medio de una tormenta. Jordan la penetró con fuerza, hasta el fondo, y el cuerpo de Kelsey se tensó y se contrajo a su alrededor en oleadas férreas.

El clímax de su orgasmo se desvaneció demasiado pronto y quedó reducido a unas pulsaciones más suaves. Kelsey se derrumbó entre sus brazos y Jordan le sacó los dedos y la abrazó con ternura. Permanecieron así durante lo que pareció una eternidad, sin hablar y sin tratar de moverse. Finalmente, Kelsey rodó y se apartó de Jordan. Las dos se sentaron. Jordan acarició los rizos que se le habían soltado de la pinza que le sujetaba el pelo.

—¿Te apetece ir a cenar? ¿O al cine... o seguir follando?

Kelsey le sonrió con ternura.

—No me estarás pidiendo una cita, ¿verdad?

Jordan se encogió de hombros.

—En realidad, no. Pero me gusta el cine. Y cenar. Y follar.

—Menos mal. Por un momento he creído que ibas a ponerte en plan cursi.

Kelsey se apartó de ella y empezó a vestirse. Jordan reprimió el impulso de volver a inmovilizarla en el suelo y follársela hasta que suplicara clemencia. En lugar de eso, se levantó y se dirigió a la puerta. Kelsey la cogió del brazo y Jordan se volvió, aunque no quería seguir mirando aquellos ojos azules tan seductores.

—Jordan, a mí también me gusta el cine. Y cenar. Y follar.

 

La confusión se había apoderado de Kelsey como un torbellino. Su vida, su carrera, Jordan, la amante que se había tirado ya dos veces. Y Paula Riching y quienquiera que la quisiera muerta... Todo aquel estrés sumado hacía que deseara poder esconderse en alguna parte. El trabajo en Billings Industries le estaba chupando el alma, pero estar con Jordan hacía que dejara de pensar en todo. Hasta en la posibilidad de que el día siguiente pudiera ser el último: su última venta o su último baile.

Contempló embobada la espalda fuerte y la curva firme de las nalgas de Jordan al salir de la escuela de kárate. La vida de Jordan consistía en buscar siempre la victoria siguiente, al igual que Kelsey buscaba su siguiente carnicería empresarial. A lo mejor el destino las había unido. Kelsey inspiró y se fijó en las medallas de oro que colgaban de las paredes. Le vino a la cabeza su despacho, cuyas paredes estaban forradas con sus premios y sus logros enmarcados. ¿Tan diferentes eran Jordan y ella? Kelsey destrozaba las vidas de los demás, mientras que Jordan les abría la cabeza.

Jordan cerró la puerta principal con llave y se dirigieron al Viper.

—¿Adónde vamos, mi señora?

—No sé. ¿Qué tipo de comida te gusta?

Jordan arqueó las cejas y le miró la entrepierna. Kelsey hizo una mueca, juguetona.

—Hablo en serio.

—Y yo. Me gusta casi cualquier cosa, mientras no siga viva cuando llegue a mi plato.

Se adelantó a Kelsey para abrirle la puerta del asiento del acompañante. Kelsey le agradeció aquel caballeroso gesto con una sonrisa y se acomodó en el asiento de piel.

—A mí me encanta el bistec —afirmó, una vez que Jordan había tomado asiento y había arrancado el coche.

—Bistec entonces.

Salieron del aparcamiento y se incorporaron a la carretera. El aire frío de la noche entraba por las ventanillas abiertas y a Kelsey se le puso la carne de gallina. Las luces de los establecimientos discurrían con rapidez junto al coche y se reflejaban en los cristales al pasar por delante. Al poco, llegaron al restaurante elegido y encontraron mesa. La camarera se presentó y les tomó nota.

—¿Cuánto hace que tienes la escuela de kárate? —preguntó Kelsey, para oír algo que no fuera su propia respiración.

¿Les resultaba tan extraño conversar porque ambas sabían que su conexión era puramente sexual?

—Casi diez años —le sonrió Jordan.

—¿Y también entrenas?

—Todo lo que el cuerpo aguante. Tengo dos ayudantes, pero me paso el día allí.

La camarera volvió con sus bebidas y una bandeja de madera con pan de centeno. Kelsey se reclinó en el asiento y estudió a Jordan. Dios, se la veía tan relajada. A lo mejor era eso lo que la atraía de ella. En el caos en el que se había convertido su vida, Jordan era como el ojo del huracán: segura y tierna. Con ella, el torbellino de su existencia quedaba lejos.

Jordan apoyó las manos en el borde de la mesa. Jugueteó con los cubiertos enrollados en la servilleta, visiblemente nerviosa.

—Me pica la curiosidad. ¿Cómo aprendiste taekwondo?

Kelsey dejó escapar un suspiro al recordar su entrenamiento.

—Gracias a un padre sobreprotector, supongo.

—¿Te dedicas a algo más, aparte de a bailar en The Pink Lady?

Kelsey asintió.

—Llevo el negocio de mi padre.

A veces le gustaba pronunciar aquellas palabras. A algunas mujeres les parecía de lo más interesante que tuviera poder en un mundo de hombres. Al menos hasta que averiguaban en qué consistía ese mundo exactamente.

—Murió hace casi dos años.

—Lo siento.

La compasión se hizo evidente en la mirada de Jordan. Era obvio que quería preguntar más, pero percibía que era un tema escabroso. De repente, Kelsey sintió la necesidad de contárselo todo acerca de la disfuncional familia Billings. Cómo se comportaba el perdedor de su hermano y cómo su madre se había rendido en su matrimonio y había abandonado a sus hijos adolescentes sin que Kelsey hubiera entendido nunca el porqué. La echaba de menos, sobre todo en aquellos momentos en los que estaba en proceso de cambiar la empresa. Quizá su madre habría estado orgullosa de ella. Kelsey recordaba vagamente oír discutir a sus padres sobre la obsesión de John Billings por su negocio.

La camarera apareció con su cena y comieron en silencio. Jordan emanaba cierta aura de protección, de seguridad. Kelsey ansiaba sentir aquellos brazos fuertes a su alrededor una vez más. Tendría que poner punto y final a aquella aventura muy pronto. Su privacidad dependía de ello. No obstante, mientras tanto, tenía la firme intención de disfrutar de cada momento. No era habitual en ella desear a una mujer por algo más que por su cuerpo. A lo mejor se sentía especialmente vulnerable porque su vida estaba perdiendo el rumbo. Kelsey frunció el entrecejo: una sensación fría se le instaló en la boca del estómago y se quedó mirando su plato. Reconocía aquel dolor sordo, por mucho que se esforzara en negarlo. Era soledad.

Jordan se dio cuenta de que el semblante de Kelsey se ensombrecía y resistió el impulso de cogerle la mano. Si estuvieran solas, la desnudaría, se envolvería en una manta a su lado y dormirían juntas, piel contra piel. Había algo en Kelsey que la impelía a protegerla y a desvelar sus secretos. Sin embargo, no estaban solas. Estaban en público y alguien podía verlas e incluso meterse con ellas, como les pasaba a veces a las lesbianas que se mostraban afectuosas delante de los demás.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Jordan, escrutando su rostro.

—No, estoy bien. —Kelsey miró por encima del hombro de Jordan, con expresión inescrutable. Señaló a un bebé que se hallaba en brazos de su madre, dos mesas más allá—. Es tan bonita. Y qué pequeñita...

A Jordan le dio un vuelco el corazón. ¿Le gustarían los bebés a Kelsey? ¿O los niños? No sabía nada de aquella intrigante mujer, salvo que su vida parecía un culebrón. Cuando se dio cuenta de que en realidad le importaba, fue como recibir un puñetazo. ¿De dónde habían salido aquellos sentimientos? ¿Acaso no estaba decidida a defender su libertad contra viento y marea tras haberla recuperado por fin? Por alguna estúpida razón, tenía ganas de conocer los sueños, las esperanzas y los secretos de Kelsey, así como sus aspiraciones y sus deseos. Quería saberlo todo de ella y le daba igual lo terribles, pequeños o dramáticos que fueran aquellos secretos.

—Vámonos de aquí —le dijo.

—Creía que nunca me lo pedirías —respondió Kelsey al punto, antes de levantarse de la mesa.

Jordan dejó unos cuantos billetes sobre la mesa para la cuenta y la propina. Pasearon por la calle en silencio.

Cuando llegaron al coche, Jordan estaba inquieta. Algo había cambiado. Acababan de echar un polvo fantástico y sabía que iban a volver a casa de Kelsey y que pasarían la noche juntas. La observó por el rabillo del ojo y recordó su pelea con Sharon. Al parecer, Kelsey le tenía alergia a las mujeres que intentaban adueñarse de ella. Aquello era algo que tenían en común.

Jordan condujo de manera mecánica hasta la salida de la autopista que tenía que coger para llegar al barrio de Kelsey. Cuando llegaron a la verja, casi estaba decidida a buscar una excusa para volverse a su casa. Tecleó el código de seguridad que le dijo Kelsey y aparcó delante de la casa. En cuanto se apagó el motor, el fuego se apoderó de ella y ya no le quedó duda alguna respecto a lo que se dedicarían a hacer el resto de la noche. De hecho, quería reclinar el asiento y empezar a hacerle el amor allí mismo, en el coche, frente a la entrada.

Respiró hondo y siguió a Kelsey hacia el interior. Tras ella, recorrió el ancho pasillo hasta su dormitorio. La luz de la luna llena iluminaba débilmente la habitación. En cuanto se acercaron a la cama, empezaron a desabrocharse y a tirarse de la ropa con frenesí, hasta caer desnudas sobre la cama. Sus labios se hallaron y sus lenguas se entrelazaron. Se tocaron y exploraron con manos ardientes. Kelsey la puso de espaldas y montó sobre sus caderas. Abrió un cajón de la mesita de noche y sacó un vibrador de color fucsia. La luz de la luna hizo relucir el plástico brillante.

Jordan sintió entre las piernas un ardor apasionado que la consumía. Con una sonrisa traviesa, le quitó el juguete a Kelsey y dobló el extremo hasta que la vibración le hizo cosquillas en la mano.

—Asumo que quieres que use esto.

Le dio la vuelta para ponerse encima de ella y le abrió las piernas con la rodilla. Atrapada entre sus muslos, Kelsey le regaló una sonrisa impía.

—¿Quién ha dicho que lo quería para mí?

Jordan le cubrió el pecho de besos húmedos, sin llegar a tocar el pezón endurecido.

—Soy mejor dando que recibiendo.

Kelsey se retorció.

—Entonces dámelo —jadeó, frotando su sexo contra la pelvis de Jordan.

Jordan sonrió y siguió besándole el pecho, hasta hallar sus deliciosos pezones. Sin pensárselo dos veces, le mordisqueó uno y después el otro antes de hundirle la lengua en el ombligo. Por fin descendió un poco más y se detuvo frente al resbaladizo orificio de su nueva amante.

Kelsey ya respiraba de manera entrecortada de pura expectación. Cuando Jordan colocó el vibrador ronroneante debajo de ella, ésta jadeó y dejó escapar un gruñido sordo. Poco a poco, Jordan le metió el juguete. Kelsey se arqueó y sacudió las caderas, al ritmo de las embestidas, largas y fluidas, mientras Jordan le acariciaba el clítoris con toda la intención del mundo.

Cuando sus jadeos se hicieron más pesados, Jordan ya no pudo resistirlo más. Deseaba abrazar aquel cuerpo tembloroso mientras se corría. Le soltó el clítoris y se le puso encima. Kelsey resopló.

—No pares.

Jordan le inmovilizó los brazos por encima de la cabeza y, con el vibrador entre los muslos, continuó embistiendo a Kelsey con destreza. Kelsey la rodeó con las piernas y le cruzó los tobillos detrás de la espalda. Jordan la besó profundamente y le succionó la punta de la lengua. Con cada embestida, el vibrador se frotaba contra el clítoris de Kelsey, hasta hacerla enloquecer.

Kelsey no perdió el ritmo y acarició a Jordan al mismo tiempo que su amante la acariciaba a ella, de manera que Jordan llegó pronto al borde del orgasmo. La noche se llenó de sus gemidos. Kelsey se frotaba cada vez más fuerte y cada vez más deprisa contra el vibrador.

—Oh, Dios mío. ¡Ah! —gritó, moviendo las caderas como una loca debajo de Jordan.

Jordan le soltó las muñecas y Kelsey le echó los brazos al cuello antes de quedarse rígida. Sus eróticos lloriqueos de placer fueron demasiado para Jordan, que se corrió explosivamente mientras Kelsey se estremecía y gemía apasionadamente. Temblando, Jordan se derrumbó encima de ella y hundió el rostro en su cuello para aspirar su aroma mezclado con sudor, hasta recuperar el control sobre su respiración. Kelsey le acarició la espalda y la columna.

Permanecieron enredadas en un abrazo sudoroso hasta que sus respiraciones se normalizaron. Entonces Jordan tiró el vibrador al suelo y se tumbó de espaldas al lado de Kelsey. El corazón le latía de manera irregular y oleadas de confusión recorrían sus venas. Los sentimientos y las emociones se agolpaban en su interior y deseaba expresarlos más que nada en el mundo. Esperó a que Kelsey le diera alguna señal de que estaba tan abrumada como ella. Pero ésta no alargó la mano para cogérsela. Tampoco la besó. Por desgracia, tendría que ocultarle sus sentimientos a Kelsey para siempre.

No hacía falta que Kelsey le dijera que, para ella, Jordan no era más que un polvo. El mensaje le había llegado, alto y claro.

 

Poco después, Kelsey le acarició el corto cabello a Jordan y aspiró su dulce aroma. Pronto, las dos retomarían sus vidas. Jordan con su kárate y ella con su compañía. Era más que probable que no volvieran a verse. Tenía intención de disfrutar de aquella noche tanto tiempo como pudiera. Al fin y al cabo, se merecía algo de tranquilidad, aunque solo fuera un rato.

Jordan cambió de posición y le hundió el rostro aún más en el cuello.

—Ha sido genial.

Kelsey se mostró de acuerdo. Lo cierto era que la palabra «genial» se quedaba corta para describir lo poderoso que había sido.

—Eres una amante maravillosa.

Deseó retirar el comentario en cuanto se le escapó. Decirle a alguien que era una gran amante era como otorgarle poder y no quería que Jordan tuviera todavía más control sobre ella.

Jordan se apoyó sobre el codo y le paseó los dedos sobre los pechos, antes de dejarlos descansar sobre su vientre.

—Viniendo de ti, me lo tomo como un cumplido.

Kelsey no iba a admitir que, hasta el momento, ninguna de sus amantes la había hecho sentir como en una nube, incluso horas después de hacer el amor.

—Venga, vamos a ver una película.

Kelsey le dio un beso rápido en la mejilla y se levantó de la cama. Recogió el vibrador, lo lavó en el lavabo y lo volvió a meter en el cajón. Con suerte, volverían a utilizarlo antes de que se hiciera de día. Se le fueron los ojos hacia Jordan, que estaba de pie, desnuda junto a la cama. Su hermoso cuerpo exigía que le prestara atención: su estómago firme y sus piernas musculadas eran una combinación espectacular. Dios, Kelsey se moría de ganas de lamer cada centímetro de aquella mujer.

Jordan le agarró el brazo, la atrajo hacia sí y la besó en los labios. El calor se expandió entre las piernas de Kelsey a la velocidad del rayo. ¿Cómo era posible, después del terremoto de hacía pocos minutos? Le flaquearon las rodillas y empujó a Jordan antes de que su determinación siguiera el mismo camino. No iba a dejar que ella dictara cuándo volverían a hacer el amor.

—Si no paras, nunca saldremos del dormitorio.

—Lo dices como si fuera un problema.

Kelsey no respondió. Sólo se convertiría en un problema si dejaba que la aventura fuera más allá y aquello no pasaría. Sacó ropa para las dos y, una vez vestidas, salieron a la sala de estar y se arrellanaron en el sofá para ver una película, acurrucadas entre mantas.

Kelsey nunca había estado tan relajada. No recordaba la última vez que se había acurrucado con alguien frente al televisor, si es que lo había hecho alguna vez. No era su estilo, pero se sentía increíblemente satisfecha.

Cuando terminó la película, volvieron a la cama. En esta ocasión, se quitaron la ropa lenta y calmosamente. Tenían toda la noche por delante y Kelsey quería que le quedara grabada en la memoria para siempre.

 

Kelsey abrió los ojos y se desperezó. El cuerpo cálido que había dormido a su lado había desaparecido y solo quedaba el hueco que había ocupado. Hasta en su mundo de soledad, no recordaba haberse sentido tan vacía en la vida. Había querido despedirse de Jordan antes de que se marchara, pero en cierta manera se alegraba de que no hubiera sido así. De lo contrario, no estaba segura de haber sido capaz de fingir que le resbalaba, como siempre, y si Jordan leía sus verdaderos sentimientos en sus ojos, las cosas podrían complicarse.

Se arrastró hasta el baño y se lavó los dientes. Al volver a la cama, un delicioso aroma despertó sus sentidos. ¿Café? Seguía tratando de procesar aquella desconcertante idea, cuando Jordan apareció en la puerta con una taza en la mano.

—No sé cómo lo tomas, así que lo he cargado de azúcar y leche.

Kelsey se sentó contra el respaldo de la cama y aceptó el café. Observó a Jordan con cautela, dio un sorbo y gimió de placer en cuanto aquel sabor delicioso deleitó sus papilas gustativas.

—Es maravilloso. Gracias.

—De nada. El desayuno estará listo en diez minutos.

Jordan salió de la habitación y Kelsey se quedó mirando la puerta. ¿Alguna de sus amantes le había preparado el desayuno antes? Demonios, ni siquiera había permitido que ninguna, salvo Sharon, se quedara a pasar la noche después de follar. Las otras mujeres que se había llevado a casa hacían demasiadas preguntas y no le quedaba más remedio que ponerlas de patitas en la calle.

La había sorprendido que Jordan siguiera allí. Tenía la impresión de que la libertad también significaba mucho para ella. Era una mujer fuerte. No necesitaba pegarse a alguien de quien poder depender o con quien comprometerse porque no se sintiera completa sin tener novia. Era la clase de persona capaz de comprender por qué Kelsey se aferraba a la empresa de su padre con tanto fervor.

Apartó aquel pensamiento tan poco realista de su mente. La gente sólo la veía como un tiburón empresarial, no como una persona sensible. Nadie sabía aún que intentaba encontrar la manera de cambiar la compañía, sin dejar de obtener beneficios. Nadie entendería realmente que el amor por su padre la había obligado a aguantar para preservar su legado. Él amaba aquella empresa más que a nada. Incluso cuando su madre le suplicó y lo amenazó con marcharse, su padre rehusó soltar las riendas de su monstruo.

Ahora aquel imperio pertenecía a Kelsey y ella no podía pensar mal de él por haberlo creado. Si tenía que pasarse el resto de su vida sola, que así fuera. Su padre le había enseñado todo lo que sabía, a ser fuerte e independiente y a defender lo que creía. No podía defraudarlo ahora, abandonando el imperio por el que había sacrificado tanto.

Se levantó de la cama, se puso unos bóxers y una camiseta, y fue a la cocina.

—Huele bien —comentó.

Se fijó en los sándwiches de beicon, huevo, lechuga y rodajas de tomate que Jordan había dispuesto en bandejas. Se le hizo la boca agua. Jordan le pasó uno y se sentó en el otro taburete.

—Me he imaginado que después de esta noche nos entraría hambre.

Sólo de pensar en todo lo que habían hecho durante la noche, Kelsey se estremeció. Jordan la había hecho correrse varias veces, hasta dejarla sin aliento y más saciada que nunca. Después se habían quedado dormidas. Se concentró en el sándwich y le hincó el diente con fruición.

—¿Tienes planes hoy? —le preguntó Jordan.

Kelsey echó un vistazo al reloj que había sobre el fregadero.

—Tengo que ir a trabajar.

—¿Y esta noche?

Si prolongaban aquella relación, al final Kelsey tendría que revelarle cosas que no quería. La única forma de terminar con aquel dilema era que acabaran antes de llegar a más.

—Lo siento, tengo planes —mintió.

Jordan asintió y le dio un mordisco a su sándwich. La decepción se le notaba en la cara. A Kelsey se le encogió el corazón. ¿Qué mal habría en una noche más? No tenía que contárselo todo a Jordan. Comió un poco más mientras se decidía. ¿Cuántos encuentros hacían falta para que un rollo se convirtiera en una relación? Nunca había dejado que nadie formara parte de su vida el tiempo suficiente para averiguarlo.

Jordan no tiraba la toalla. Sus ojos refulgieron, como si retara a Kelsey a decir que sí.

—¿Mañana?

Kelsey titubeó, con el corazón partido entre la lógica y la lujuria.

—Estoy libre a partir de las tres, después de la reunión que tengo a la hora de comer.

Jordan sonrió.

—Pasaré a buscarte a las tres y media.

Kelsey arqueó una ceja.

—¿Quién te ha dado permiso?

—No lo necesito —repuso con una sonrisa aún más radiante.

Jordan se levantó, llevó los platos vacíos al fregadero y empezó a fregarlos. Kelsey se reprendió mentalmente: se estaba metiendo en un lío. Lo mejor sería llamar a Jordan al día siguiente para anular la cita. Podía despedirse de ella por teléfono.

Fue incapaz de controlar el latido de su corazón cuando Jordan atravesó la cocina y se le puso entre las piernas.

—¿Te apetece una ducha? —le propuso en tono juguetón—. Tengo varias partes que frotar.