Capítulo cinco

—He conseguido información sobre tu fan desesperada —anunció Harold al unirse al pequeño grupo congregado ante el camerino de Kelsey.

—¿Tienes su nombre completo? —preguntó Kelsey.

—Paula Riching.

A Kelsey se le hizo un nudo en el estómago. Le había venido un nombre a la cabeza: Riching Incorporated. ¿Cómo iba a olvidarse? Su padre había muerto dos semanas después de aquella absorción, de un ataque al corazón.

—Mierda —maldijo—. Odio todo lo que hago: mi trabajo, mi vida... todo.

Sharon apartó a Jordan y abrazó a Kelsey.

—No pasa nada, muñeca. Deja que te lleve a casa y te prepare un baño caliente. Tienes que descansar. —Aflojó su abrazo y miró a Kelsey a la cara—. No quiero que sigas bailando. No lo soporto.

Kelsey la miró, sorprendida, esperando que de un momento a otro se convirtiera en la niña del exorcista y hubiera que llamar a un cura. La dura mujer de negocios que conocía se había convertido, de repente, en una novia cursi que quería cuidar de ella.

—Nunca antes te había molestado.

—Tonterías. Sólo quería que fueras feliz. Pero hasta aquí hemos llegado. Si tengo que despedirte, lo haré.

—Lo que tú digas. —Kelsey se apartó de ella—. Creo que has pasado demasiado rato entre botellas.

Jordan posó sus ojos verdes en Kelsey. Su mirada transmitía preocupación.

—¿Hay algo que deba saber? ¿Quién coño era esa tía?

—¿Y qué más da? —murmuró Kelsey, mientras se ponía los vaqueros de un tirón—. Joder, ¿acaso una ya no tiene intimidad o qué?

Nadie hizo el menor ademán de marcharse.

Darren se sentó en el sofá al estilo indio.

—¿Crees que es la misma persona que te dejó la amenaza de muerte? Parecía muy cabreada contigo.

—¿Amenaza de muerte? —repitió Jordan, furibunda—. ¿Te han amenazado?

—Ya nos estamos ocupando de eso, ¿verdad, cielo? —intervino Sharon, dándole unas palmaditas a Kelsey y fulminando a Jordan con la mirada. Se le notaba el disgusto en la cara.

Kelsey se calzó unas zapatillas.

—Parecía más interesada en otras cosas, no precisamente en abrirme la garganta.

Echó un vistazo a su alrededor. Darren, que era incapaz de pelear, ni que le fuera la vida en ello, se miraba las uñas. Sharon fingía que eran la pareja perfecta y miraba a Jordan como si fuera a hacerla pedazos. Harold estaba listo para entrar en acción: sólo tenía que decir la palabra. Y Jordan se veía igual de peligrosa.

—Necesito pensar. —Kelsey se frotó las sienes.

—Voy a recoger mis cosas y nos vamos —se apresuró a decir Sharon.

Con las prisas por llegar a la puerta, prácticamente tropezó ella sola.

—Me voy a mi casa, Sharon.

Kelsey miró a Jordan a los ojos.

—¡No vas a irte a casa con ella! —exclamó Sharon con una mueca de desagrado—. Apenas la conoces. No es más que una desconocida a la que te has follado.

Kelsey se enfureció.

—¿Nos dejáis a solas un momento? —Miró a todos con frialdad—. Fuera. ¡Ya!

—Santa María Madre de Dios... —Darren se levantó volando del sofá y arrastró a Jordan con él—. ¡Corred si queréis vivir!

Harold encabezó la huida. Se movía bastante deprisa para el tamaño que tenía. Cuando salieron, cerraron la puerta.

—¿Pasa algo? —quiso saber Jordan, indecisa en el vestíbulo.

—Chist. Me encantan las peleas de gatas —dijo Darren, con la oreja pegada a la puerta.

—No pasa nada —la tranquilizó Harold—. Saben dónde está el límite.

—Esa mujer no te conviene. ¡Ni siquiera es tu tipo! —se oyó gritar a Sharon al otro lado de la puerta.

Jordan enarcó una ceja.

—¿Se ponen así muy a menudo?

—Pse —dijo Darren—. Pero es muy divertido verlas.

—¡Tú no tienes ni puta idea de cuál es mi tipo! —chilló Kelsey—. ¡Y no eres nadie para decirme a mí con quién puedo o no puedo acostarme!

—Aléjate de la puerta, loco —dijo Harold, tirando de Darren—. Se oye perfectamente desde aquí.

—Pero los puñetazos no se oyen. Quiero saber cuándo ha llegado el momento de llamar a una ambulancia.

—A lo mejor debería irme... —farfulló Jordan.

¿Después de pelear también les daba por echar un polvo de reconciliación?

—¡Quiero que vuelvas conmigo! —continuó Sharon—. Y no sólo como un polvo ocasional. Quiero algo más.

—Ay, mierda. —Darren se tapó la boca, dramáticamente—. Llama a emergencias. La está tocando.

—¡Quítame las putas manos de encima! —La respuesta inmediata de Kelsey resonó—. No te quiero. No hagas esto más difícil.

Siguió un largo silencio. Darren pegó todavía más la oreja.

—Te lo voy a decir una última vez. Quítame las manos de encima.

Jordan contuvo la respiración. El tono de Kelsey era inflexible. No estaba de broma.

—Le va a perdonar la vida a la jefa. —Darren juntó las palmas de las manos y miró al cielo—. Gracias, Dios. Dioses de la moda, Virgen María y... joder, todos los de ahí arriba. Necesito cobrar esta noche.

—Muy bien, ve y arruina tu vida. Como si no estuviera ya lo bastante jodida. Y más ahora que tienes a tus enemigos pisándote los talones. Lárgate de aquí.

Darren retrocedió y se puso a silbar una burda imitación de la tonadilla de The Andy Griffith Show. La puerta se abrió.

Kelsey estaba fuera de sí. Miró a cada uno de sus amigos y finalmente posó los ojos en Jordan.

—¡Vámonos!

A Jordan nunca le había sentado bien que le dieran órdenes pero, aun así, siguió a Kelsey. La fresca brisa nocturna le acarició el pelo, pero no hizo nada por mitigar el calor que se acumulaba entre sus piernas. El espectáculo de la noche le había disparado el corazón y ver a Kelsey tomando el control había sido un plus.

—Me pone negra, joder.

Kelsey dio una patada en el suelo, esparciendo varios guijarros.

—Eso he oído. —Jordan se encogió de hombros cuando Kelsey levantó la mirada—. Las paredes son finas.

—Sí.

—Conozco un sitio perfecto donde podemos ir para que descargues adrenalina.

Kelsey sonrió ampliamente.

—¿Incluye una cama?

—No, pero hay colchones.

—Te sigo.

 

—«Escuela de Kárate Jordan» —Kelsey arqueó una ceja—. Estoy impresionada.

—Gracias.

Jordan se sentía muy orgullosa. Nunca había pensado que sería tan gratificante que otra persona apreciara lo que hacía para ganarse la vida, pero la cálida sensación que le acarició el estómago hizo que valiera la pena todo el nerviosismo de la noche. Guió a Kelsey hacia el interior y cerró la puerta tras ellas, antes de hacer un movimiento circular con la mano.

—Bienvenida a mi segundo hogar.

Kelsey observó las fotografías enmarcadas y leyó las placas de los trofeos.

—Vaya, has ganado muchos campeonatos.

Jordan hizo una reverencia.

—Debe de ser fantástico.

Kelsey se dirigió hacia una vitrina donde había varios cinturones de colores diferentes y luego paseó hasta otra estantería de trofeos y acarició una figurita. Jordan se imaginó sus dedos acariciándole la piel con la misma dulzura y la entrepierna le ardió.

—Bueno, decías algo de quemar adrenalina. —Kelsey la arrancó de su fantasía.

—Sí, ven conmigo.

Jordan la llevó a los vestuarios y le pasó unos pantalones de chándal.

—Toma, póntelos.

En lugar de entrar en uno de los vestidores, Kelsey le sonrió, seductora, y se desabrochó los pantalones. Se los bajó lentamente, contoneando las caderas. Jordan echó mano de toda su voluntad para reprimirse y no arrancarle el tanga blanco de encaje. Lo que no pudo fue apartar los ojos de sus tentadoras curvas mientras terminaba de cambiarse.

—¿Lista? —le preguntó Kelsey con una sonrisa traviesa.

Jordan casi había dejado de respirar. La piel le ardía.

—Primero, estiramientos —murmuró.

Fue lo mejor que se le ocurrió, cuando lo único en lo que era capaz de pensar, en realidad, era en meterle los dedos a Kelsey y hacerla chillar de placer.

—Sí, señora —respondió Kelsey, imitando un saludo militar.

Se tumbó en el suelo, juntó las piernas y las mantuvo levantadas. Poco a poco, se abrió de piernas y, de repente, dio un giro y quedó tendida sobre el suelo boca abajo, con la mejilla sobre la lona.

«Dios, dame fuerzas.»

—Arriba —le ordenó Jordan, antes de perder el control. Se puso protecciones en las manos y añadió—: Pega, con fuerza. Hasta que te sientas mejor.

—Estás bromeando, ¿no?

—¿Por qué iba a hacerlo? Te hará sentir mejor. Puedes descargar tu ira conmigo.

Kelsey agachó la cabeza y la sacudió para soltarse el pelo.

—¿Qué? —preguntó Jordan, confundida.

—No eres demasiado perspicaz, ¿eh?

Jordan le ofreció una de las manos enguantadas con la protección.

—Cuidado con lo que dices, mujer.

Kelsey sonrió, paciente, y apuntó:

—¿No has visto lo que le ha pasado a la zumbada del club?

—¿Crees que me puedes tumbar con un puñetazo de casualidad? —rió Jordan.

—Muy bien, levántalas.

Kelsey levantó los puños y se puso en posición defensiva. Jordan obedeció. Quería ayudarla a aliviar su enfado y después hacerle el amor en el suelo allí mismo. Quería reseguir cada curva de su cuerpo y oírla gemir de placer.

—Bien —le dijo, cuando Kelsey le dio un puñetazo flojo—. Ahora más fuerte, hasta que notes que se te pasa el enfado. No te reprimas.

—Ni se me pasaría por la cabeza.

Kelsey le dio más fuerte, un puñetazo detrás de otro. Sus delicadas manos impactaban con energía contra las protecciones.

—Vaya, parece que has nacido para esto. ¿Te encuentras mejor?

—No mucho, pero es divertido. ¿Cuándo nos ponemos en serio?

—¿En serio?

Kelsey dio un puñetazo tan fuerte que habría hecho caer de rodillas a cualquier oponente y, a continuación, se agachó y barrió los pies de Jordan con una pierna. Ésta cayó de lado y lanzó un gruñido, rectificando la caída instintivamente. Kelsey la empujó, la puso de espaldas, montó sobre ella a horcajadas y le inmovilizó los brazos por encima de la cabeza. Le quitó las protecciones de las manos y las tiró a un lado.

—Taekwondo —musitó Kelsey. Jordan sintió su aliento de canela en la cara. Con una dulce sonrisa, Kelsey añadió—: Nunca subestimes a tu oponente.

Jordan se la quedó mirando con incredulidad. El deseo recorría sus venas como un torrente. Se le agitó la respiración y se le puso la carne de gallina.

«Me la voy a follar hasta dejarla sin sentido.»

 

Kelsey se sumergió en los ojos más hermosos que había visto en la vida. La mirada de sorpresa total en el rostro de Jordan la había puesto tan caliente que quería arrancarse la piel. Era una pena que Jordan no fuera más que un polvo. Se imaginaba sentando la cabeza con alguien como ella, una persona amable y considerada, pero al mismo tiempo fuerte como una roca e increíble entre las sábanas.

—Ven aquí —le susurró Jordan, con aquellos labios tan sensuales.

Kelsey se inclinó sobre ella hasta cubrir su boca con sus labios y Jordan le metió la lengua, suave y húmeda, hasta el fondo. Gimió al enredar su lengua con la de Jordan y le acarició el pelo con los dedos. Jordan le dio la vuelta hasta colocarse encima y le abrió las piernas con las rodillas. Enseguida le frotó la entrepierna con los dedos, dejando un reguero de fuego a su paso. Entonces le besó el cuello y le trazó un sendero húmedo sobre la piel con la lengua.

—Llevo todo el día pensando en follarte —susurró.

La mirada de Jordan hacía que Kelsey se sintiera como una obra de arte en un museo.

—No hables. —Le puso un dedo sobre los labios—. Sólo hazlo.

Cerró los ojos cuando Jordan le pasó la mano por el trasero y le quitó los pantalones y el tanga. El top fue el siguiente en desaparecer. Kelsey le rodeó el cuello con los brazos y frotó las caderas contra el firme estómago de Jordan. Deseaba un orgasmo, lo necesitaba. Contuvo el aliento cuando Jordan deslizó los dedos entre sus piernas. Un ansia insaciable se apoderó de ella y tomó aire cuando Jordan le rozó el clítoris. Los suaves movimientos circulares no le bastaban y la embistió con fuerza, dejando caer la cabeza hacia atrás.

En aquella ocasión Jordan no jugó con ella. Al parecer, sabía perfectamente lo que Kelsey necesitaba y también cómo dárselo.