Mi botella estará pronto vacía
Y yo mismo no tendré ni un penique.
Muchas, y muchas, y muchas veces.
Vero he llevado mi carga de aquí para allá
Mientras pescaba bajo su alacena cubierta de hojalata, cantaba casi como en un suspiro:
He cargado este fardo de aquí hasta Albanyyyyyy,
Desde allí hasta Úticayyyyy,
Desde allí hasta Schnectadyyyyyy.
Muchas, y muchas, y muchísimas veces.
Ohhh, sí.
Muchas, y muchas, y muchas veces.
La única cosa que interrumpió su cantar fue la cafetera vomitando por los lados y el fuego ladrándole al vapor. Entonces dijo:
—Nunca me han preguntado mi nombre. ¡Me cago en la estufa ésta, cono! ¡Evapora todo mi café! —Agarró unas cuantas tazas de unos clavos sobre la fregadera y llenó una mitad para cada uno de nosotros. Luego destapó una botella de aspecto sospechoso y acabó de llenar las tazas por completo—. Mc Elroy. ¡Ésa soy yo! Pero no me digan sus nombres —nos dijo a todos—, porque no puedo recordar nunca los nombres demasiado bien. Voy a llamarle a usted Señor Anchoshombros, y a usted, déjeme ver, le llamaré Pie de Anguila. Señor Pie de Anguila; y el siguiente, usted el de los actos musicales, le llamaré... veamos... Ricitos.
Plantó la cafetera al rojo vivo en la mesa bajo mi nariz, y la mitad de una taza se derramó como plomo fundido y salpicó la parte delantera de mis pantalones. Me incorporé de un salto y sacudí y abanique las partes donde el café me escaldaba, pero ella se reía tan fuerte como podía soportar la gabarra, y berreando, mientras tocaba su caliente bebida.
—¡Uauuuuh! ¡Hurra! ¡Un salmón dando coletazos! ¿Qué te pasa, Bragueta Caliente? ¿Te chamuscaste? —Se volvió de cara a la luz de la lámpara y fue la primera vez que pude verla bien. Azotada por el clima y llagada por el viento, empapada de sal y mordida por el hielo diez mil veces, al igual que la espuma que brilla en el oleaje y la marejada del litoral—. ¡Señor Bragueta Caliente! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —se reía mientras yo abanicaba mis piernas para enfriar las manchas ardientes.
Su marido en el negocio se levantó y anduvo a trompicones diez o quince pies a través de un pequeño tabique, resollando como un caballo enfermo, y le oí caerse sobre una especie de cama. La observé y ella mientras exprimía la última gota de su taza, y luego sacó la lengua y dirigió una mirada de bruja a través de la ventana a la luna que chapoteaba sobre las nubes. Will, Cari y yo brindamos con nuestras tazas, contuvimos el aliento, cerramos los ojos, y ahogamos nuestras bocas en la fogosa mezcla. Mientras ella esperaba vernos caer al suelo, prendimos algún cigarrillo, y le canté otro párrafo recién hecho:
He zarpado con la gabarra de Nueva York río hacia arriba,
He bebido mi fuerte licor en una taza ardiente.