Bueno, está lloviendo en el Skid Row
Hay tormenta en Birmin'ham
Lloviendo en el Skid Row
Hay tormenta en Birmin'ham
Pero no ha nacido la tormenta
Que pueda parar a los chicos del Tío Sam.
¡Díselo cuando vuelvas, tío! ¡Déjala dar vueltas! ¡Déjala vacilar! ¡Hey! ¡Hey!
Señor, hay tormenta en este océano Viento sobre el mar profundo Chicos, hay tormenta en el océano Viento sobre el mar azul Voy a cocinar un pollo para esos nazis ¡Relleno de TNT!
—¡Hey, tío!, no tengo más dinero, que éste poco para tomarme una hamburguesa y una cerveza. Te daría diez centavos si los tuviera. Pero tú sigue cantando esta canción, ¿eh? —Un marinero macizo inclinaba su cabeza sobre mi guitarra, mientras hablaba.
—Está componiendo esta canción sobre la marcha, ¿no es verdad, amigo?
Me desperté esta mañana
Vi lo que decían los periódicos
Sí, chicos, me desperté esta mañana,
Vi lo que decían los periódicos
Esos japoneses han bombardeado Pearl Harbour
Y la guerra ha sido declarada
No me preparé café
Tampoco preparé té
No me preparé café
Tampoco preparé té
Corrí a la oficina de reclutamiento
¡Tío Sam, hazme un lugar!
Terminamos la canción y todos los marinos rodeaban la plataforma. Todos se apoyaban en la tarima y escuchaban.
—Vosotros tendríais que cantar esos dos versos siempre en primer lugar —nos dijo un marino.
—¿Alguien sabe las últimas noticias de Pearl Harbour? —les pregunté.
Hablaron todos a la vez:
—Es peor de lo que pensábamos.
—Los nipones han hecho mucho daño.
—Primero decían que fueron mil doscientos.
—Sí, pero ahora dicen que son cerca de mil quinientos.
—¡Yo sólo pido una cosa, chicos, y esto es una dichosa oportunidad de joder a esos nipones bastardos!
—¡Al infierno con esos malditos pájaros furtivos, de cualquier modo, le pido a Dios que el Tío Sam me mande donde pueda hacerles más daño a esos japoneses!
Un soldado solitario entró por la puerta y gritó:
—Bueno, marineros, voy a estar en un barco de tropas a primera hora de la mañana! ¡Y vosotros vais a estar allí, haciéndome compañía! ¡Vamos! ¡La cerveza corre de mi cuenta!
—¡Hola, soldado! ¡Ven acá al fondo! Charlie nos va a mandar la cerveza. ¡Cinco de nosotros! ¡Perdón siete! ¡Dos de los mejores cantantes que hayas escuchado jamás! ¿Vas camino del campamento?
—Tengo que estar allí dentro de una hora —dijo el soldado—. ¡Márcate una canción! ¡Éste es mi último billete verde! ¡Siete cervezas, aquí, Charlie! —Ondeó el billete de a dólar.
Cinco o seis parejas entraron y tomaron asiento en unos apartados.
Una señora sacó un pañuelo desde el compartimento y dijo:
—¡Eh, chicos! ¡Canten algo más!
—Haga sonar un níquel sobre la plataforma, señora —le dijo Cisco—, ¡va a tintinear como en mi tierra!
Un níquel alcanzó la plataforma. Uno o dos marineros se rieron y dijeron:
—Canta una sobre la guerra. ¿Tienes alguna?
Me rasqué la cabeza y dije:
—Bueno, no es por hacerme el pavero. Pero hemos garabateado una o dos.
—Vamos a oírlas.
—Aún no me las he aprendido muy bien. —Saqué un pedazo de papel de mi bolsillo y se lo pasé a uno de los hombres—. Vas a ser mi atril. Sostén esto a la altura de la luz, donde pueda verlo bien. No sé si podré entender mi propia letra.
Nuestros aviones van a derribar a esos pájaros
Antes de que termine la guerra,
Porque ellos han disparado primero, amigos,