El ave negra y la higuera maldita
Bajo un bosquecillo de la Palestina[G125] , cerca del Jordán, y en los bíblicos tiempos de Jesús de Nazareth, hablaban tres hombres acaloradamente, mientras a lo lejos, iluminados por el sol, se veían los muros de Jerusalén. Eran Judas y varios soldados de Pilatos[G126] , quienes arreglaban las últimas condiciones de la venta del Rabino.
—Han de ser cincuenta dineros —decía Judas.
—Serán treinta —respondíanle los soldados.
—¡Dadme cuarentaicinco!
—Ya no te daremos sino veinte.
—Sean treinta, dijo Judas.
—¡Sean!
Y le arrojaron despreciativamente una bolsa con las monedas por las que acaba de cometer una vituperable acción. Pero como el de Galilea sabía leer en los ojos y los corazones de los hombres, así que se encontró con Judas le dijo:
—Bajo un árbol has vendido a tu maestro. Ha sido una higuera el árbol que te ha dado sombra mientras me vendías[G127] , y a su amparo has cometido acción villana... Has de saber, mi amado vendedor y mi discípulo, que bajo una higuera has de morir. Ella, desde hoy, atraerá a los traidores; su sombra derramará las desgracias; sus ramas jamás tendrán flores, y sus frutos reventarán para madurar.
La profecía del Maestro se cumplió. La higuera cargó más tarde el peso de Judas que, arrepentido, se ahorcó bajo sus ramas[G128] , mientras a lo lejos pasaba la comitiva de los soldados llevándose preso al Nazareno. El cadáver de Judas, con los ojos desorbitados, fue el espanto de las gentes que traficaban a la orilla del Jordán, y de los chiquillos, que no quisieron desde entonces, jugar a la sombra de las higueras, ni pasear más entre los bosquecillos y caminos sombreados de ese lugar de la Palestina[G129] .
Los españoles, gente fanática por excelencia, creían a pie juntillas en la maldición y mala sombra de las higueras y, aún más, creían que no debía comerse sus frutos sin hacerse antes una cruz en la boca, pues el demonio, a las doce de la noche de San Juan, va a las higueras a coger la única flor que Jesús permitió a pesar de su maldición; y mal les habría ido con la Inquisición si tal no creyeran. Así, pues, cuando el Marqués don Francisco Pizarro, después de fundar la ciudad de los Reyes, empezó a sembrar los árboles frutales que de España le enviaran para su huerto, plantó una ramita de[G130] higuera, endeble y debilucha.
—No plante vuesa merced higuera en el huerto —decíanle sus amigos—; aquello da mala sombra y atrae a los traidores.
—No os apuréis —respondía—; no os apuréis, que si atrae a los traidores, también sabe dar buenas brevas para los leales...
La higuerita creció y a su débil sombra solía pasarse el Marqués sus horas tranquilas, llegando por fin a comer un fruto, hermoso, negro y rayado a venas blancas. Mas la maldición no tardó en llegar y la higuera hizo su primera víctima, pues el 26 de junio de 15[41] el conquistador moría asesinado por los parciales de Almagro[G131] .
Desde entonces, la higuera maldita ha sido una siniestra encantadora y maestra en malas artes. Cuentan viejas bocas que Almagro el Mozo solía sentarse también a la sombra de la higuera y que esto atrajo pronto la desgracia al joven caudillo; que Gonzalo Pizarro, en recuerdo del afecto que su hermano tenía por el arbolillo, se pasaba las horas quitándole las hojas secas y regándole la tierra, pasando, en consecuencia, bajo la sombra maldita que le llevó la desgracia, apareciendo la ensangrentada cabeza de Gonzalo sobre un poste del camino, horrible y trágica, después de la campaña que éste tuvo contra los soldados del rey; y dicen también que el Conde de Nieva, virrey del Perú, que fue víctima de un esposo ofendido, don Rodrigo Márquez de Manrique de Lara[G132] , era tan gustoso de comer los higos, que él sólo consumía los frutos de la higuera de Pizarro.
[El palacio de los Visorreyes es una narración histórica que el escritor iqueño leyó, no creemos que[G133] completa, el viernes 3 de noviembre de 1911 en la Confederación de Artesanos en el programa de conferencias auspiciadas por la Sociedad Protectora de Monumentos Antiguos y Obras de Arte. El texto conservado no está completo, pero varios fragmentos fueron desglosados por el propio Valdelomar a fin de entregarlos a varias publicaciones periódicas. Anteriormente intenté una reconstrucción tentativa del texto con los conservados en distintas publicaciones periódicas. Ahora, por suerte, contamos con la invitación. que permite una reconstrucción más segura de dicha conferencia. conservada en el archivo de Luis Varela y Orbegoso y publicada por Osmar Gonzales Alvarado y Jorge Paredes Lara en Abraham Valdelomar * Luis Varela y Orbegoso. Vidas y cartas. Lima, Universidad San Martín de Porres, 2005, p. 36. En la invitación se encuentra el índice de la conferencia:
LA COLONIA: –I. Un mundo que ya no es. –II. Como el ilustre caballero manchego tiene en la ciudad Real de Carlos V discípulos. –III. La Fundación de la ciudad de los Reyes y el oráculo de Pachacámac. –IV. El asesinato del Marqués de los Atavillos y del Guayas. –V. La Alferecía Real. –VI. El tribunal de la Santa Inquisición. –VII. Un Santo Oficio para solemnizar una fiesta. –VIII. Santa Rosa de Lima y Micaela Villegas. –IX. Las academias del Marqués de Castell dos Rius. –X. Cómo murió, antes de nacer, un periódico de Lima.
LA REPÚBLICA: –I. El primer hombre libre que entró a Palacio. –II. Simón Bolívar. –III. Loa marqueses de Torre Tagle. –IV. La banda de la discordia. –V. Castilla, libertador de los esclavos. –VI. Balta y los Gutiérrez. –VII. El ave negra y la higuera maldita. –VIII. Las Presidentas del Perú. –IX. El Palacio en poder de los chilenos.
Las publicaciones que se conocen son las siguientes: primeramente, con el título «El palacio de los Virreyes», apareció la parte que va desde el comienzo hasta «El asesinato del Marqués de los Atavillos y del Guayas», inclusive, en la edición del sábado 4 de noviembre de 1911, p. 1, columnas 1, 2, 3 y 4 del diario La Opinión Nacional donde Valdelomar trabajaba como redactor. En Los Balnearios N° 56, del 5 de noviembre de 1911, p. 1, columnas 1 y 2, apareció un pequeño fragmento con el subtítulo de «La invasión», correspondiente a la evocación del pasado incaico en la narración, que va desde el comienzo del texto hasta la frase «y el balar amoroso de las ovejas del Inca...» Este desglose presenta correcciones de estilo respecto al publicado el día anterior en La Opinión Nacional que han sido aprovechados en la fijación del texto. El fragmento «El ave negra y la higuera maldita» fue entregado a la revista Variedades en cuyo número 193 fue publicado el 11 de noviembre de 1911, pp. 1378-1379. Finalmente, en la edición de La Prensa correspondiente al 13 de noviembre de 1911, p. 3, columnas 1, 2, 3 y 4, apareció la sección «Un auto de fe» con la siguiente nota, probablemente escrita por el propio Valdelomar:
Ampliando hoy los detalles de la conferencia que, sobre el Palacio de Pizarro, ofreciera el distinguido joven escritor, señor Abraham Valdelomar, damos hoy uno de los más interesantes capítulos de ese bello trabajo.
La conferencia de Valdelomar deslizóse en un[G134] ambiente de aplauso y de amenidad. Habló primero el conferencista, haciendo una lamentación lírica de la próxima desaparición del palacio, para levantar sobre sus ruinas un moderno edificio, y en seguida, las escenas más saltantes que en esta vetusta casa se han desarrollado.
Pasaron en el estudio de Valdelomar, evocadas con calor y entusiasmo, las vidas de Pizarro, de Almagro, de Gonzalo Pizarro el re[bel]de, de Gasca y de Núñez, los alférez reales y los virreyes; pintó con tonos precisos la vida colonial de los virreyes galantes y la de las tapadas misteriosas. El tiempo impidió que el conferencista leyese la segunda parte de su programa, que era la vida republicana en palacio, pero hizo desfilar ante la tela de las proyecciones una serie de «las presidentas[G135] del Perú» sobre las que tuvo Valdelomar adecuados y hábiles conceptos.
Muchos aplausos cosechó el distinguido escritor, que con tantos bríos y tan buenos auspicios inicia sus estudios históricos, en los que ha puesto un lirismo dulce y evocador.
Como puede verse, la narración no pudo leerse en su integridad, a consecuencia de su extensión, ni la continuación publicada posteriormente. Sin embargo, por tres fuentes se sabía que el relato llegaba casi hasta fines del siglo XIX. Primero, por la nota que precede la publicación del texto en La Opinión Nacional, probablemente también escrita por Valdelomar, que da cuenta de la forma cómo se había realizado la velada:
Con la misma gallardía y brío en el decir pasó el conferencista de la época colonial a la de la república[G136] y habló de Torre Tagle, de San Martín, de Bolívar, de Gamarra, de Castilla, de Iglesias y de Cáceres, de todos, en fin, que jugaron algún papel importante en el viejo solar de los Virreyes. Ya era la anécdota curiosa, ya era la letrilla picaresca, ya el madrigal afiligranado y clásico el que se intercalaba en el curso de la amena disertación.
Luego, por la tarjeta de invitación, cuyo índice y títulos seguimos en esta publicación.
La última publicación del texto de la conferencia, con el título de «Las academias del Marqués», apareció en forma póstuma en Mundial. Número Extraordinario. Lima, 28 de julio de 1921.
Esta narración de tinte modernista, a ratos retórica y efectista, otras evocativa y trágica, remembrante de un pasado legendario, puede considerarse, pese a haberse conservada incompleta, el primer relato de gran aliento de Abraham Valdelomar.]
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